Por: Nelson López Rojas
Hace dos años escribí una reflexión sobre lo que esperaba para el 2020. Por la noche del 31 brindábamos con amigos y el “¡salud!” “¡salud” estaba por todos lados. De ahí se vino la pandemia que nos afectó a muchos y que se llevó la vida de tantas personas cerca y lejos. Dos años más tarde todos sabemos cómo cuidar nuestra salud física: nos lavamos las manos más a menudo y mejor que antes, usamos mascarillas, practicamos el distanciamiento, usamos alcohol gel y tomamos vitaminas. Bien. El problema es que nadie nos ha enseñado a cuidar de nuestra salud mental y debemos hacerlo para entender lo que queremos como individuos y como nación.
Estamos iniciando un nuevo año y la champaña y los abrazos se desparraman por doquier. Es época para celebrar y es motivo de felicidad, ¿no es así? Pues, no para todos. Las celebraciones de fin de año suelen ser momentos difíciles para mucha gente. La ansiedad, la nostalgia, la incertidumbre que causa el inicio de una nueva etapa y las profecías de Nostradamus se apoderan de muchos de nosotros.
El 2021 muere y muchos usan la frase “¡sorpréndeme 2022!” con la esperanza que el nuevo año no los sorprenda para no ser decepcionados en el 2022. Un estudio en Gran Bretaña señala que 4 de cada 10 adultos se deprimen en la víspera de año nuevo. Nos toca reflexionar sobre lo que hemos o no hemos hecho en este año, sobre las preocupaciones que trae el año entrante y sobre nuestro lugar en el universo.
Muchas personas tuvieron un año difícil debido a la pandemia, a la pérdida de alguien, a la incertidumbre política en el país, a la inflación o por no haber encontrado un empleo o una pareja y, por ello, mucha gente trata de desechar el año viejo al poner grandes propósitos para el 2022, ¡pero no vamos a cambiar 500 años de calamidades en un día! Seamos felices con lo que tenemos e intentemos cambiar lo que nos afecta poco a poco, enfoquémonos en algo pequeño, en algo real que se pueda lograr a corto plazo. Es decir, vos querés perder esas 20 libras de un solo en enero, ¡pero no las ganaste solo en diciembre! En lugar de castigarte y no comer por todo el mes, será mejor que te inscribás a una clase de baile o que evités cierta comida chatarra que te llevó a ganar peso en primer lugar y de esa manera encontrarás la felicidad sostenible y duradera.
Hace algunos años, el NY Times publicó un artículo donde científicos sociales aseguraban que la salud mental y la felicidad se logran con tres elementos básicos: dormir bien, ser agradecido y ayudar a los demás. Aunque parezca simple, no cuesta nada intentarlo y así lograr tener una vida más plena, pero también necesitamos cambiar ciertos elementos como individuos y como país para que la felicidad nos llegue.
Primeramente, no nos aferremos a un pasado que no podemos cambiar ni a un futuro tan impredecible. Quiero que como país dejemos de hacer las cosas como los mismos de siempre: si criticamos que las cosas se hicieron mal en el pasado, ¿por qué seguimos haciendo lo mismo de siempre? Se castiga el aborto de los pobres mientras los ricos abortan con todo el cuidado médico posible; se iluminan calles en Madreselva mientras que las tenues o inexistentes luces del centro albergan a delincuentes; se siguen parchando las calles como se hacía antes mientras los ciudadanos siguen pagando el impuesto del FOVIAL completo, no por los parches que ponen en las calles. Desistamos de lo mismo de siempre.
Yo quiero un país más realista, más justo, más equilibrado y más sensato. Quiero que haya más gente que diga por favor y gracias, que digan menos mentiras por blancas que parezcan. Quiero un país que genere valores desde la casa y no esperar a que la escuela les resuelva todo. Quiero que los ciudadanos, desde el presidente a la criatura que tiene que robar para alimentar a su familia, puedan ser capaces de aceptar su error y enmendarlo, de evitar la arrogancia tanto en los ricos como en los pobres, de no desear que dios mate a nuestro prójimo con aquel “pero hay un dios que se encarga de todo”.
Quiero un país donde mis hijas puedan salir a la calle sin miedo a ser acosadas, quiero un país donde a los hombres se les enseñe a no cosificar ni sexualizar a las mujeres y no tocarlas por haberse puesto ropa que quieren ponerse, quiero un país donde los jóvenes sean libres de salir a trabajar o a estudiar sin miedo a regresar a salvo a sus hogares, quiero un país donde nos dé vergüenza ver a una viejita con un canasto vendiendo y que aceptemos que en algo hemos fallado para que tal persona de avanzada edad tenga la necesidad de salir a vender.
Quiero un país de oportunidades para todos donde los docentes sean motivados financieramente para que den clases de calidad y donde los alumnos quieran aprender y no solo pasar. Quiero un país que eduque a su gente y que le brinde oportunidades en lugar de exportarlos. Quiero un país donde la gente quiera quedarse y no porque la embajada gringa les diga que se queden. Quiero un país donde no se manipulen a las masas para que hagan bulto en una marcha pero también quiero que se me garantice el derecho que tengo de manifestarme ante las injusticias y arbitrariedades. Quiero un país donde se le enseñe a la gente a respetar y a querer a la naturaleza, pero no solo con marchas sino tratando bien a nuestras mascotas, sembrando un huerto urbano, exigiendo que se cumpla la ley cuando las urbanizadoras destruyen árboles y vida silvestre.
Nuestra realidad es dura, pero la podemos cambiar. Hay que exigir que se cumpla el lindo slogan de “devuelvan lo robado” pues yo ya sé que robaban, cuánto robaban y quiénes robaban. No me interesa seguir recordándolo para que me cause asco y odio, no. Quiero que devuelvan lo robado, sea quien sea, y que lo devuelvan y que lo inviertan en las clases desposeídas, no repartiendo dinero sino creando oportunidades para que los pobres salgan de la pobreza.
No dejemos pasar el tiempo. Mi madre dice que el tiempo perdido hasta los santos lo lloran y que hay que machacar el hierro cuando está caliente. Aprovechemos las oportunidades y seamos agradecidos con estas. No robemos solo porque pensamos que el otro tiene mucho y que no lo necesita. Respetemos a los demás en el tráfico o en la larga fila del banco. Llamemos a nuestros padres desinteresadamente. Digamosle a las personas que las queremos, si las queremos. Si nos molesta algo, busquemos los canales para expresar nuestro disgusto en lugar de llenar nuestro hogar o trabajo con un ambiente silencioso y hostil. Dialoguemos nuestras diferencias y pidamos perdón para que sanemos mutuamente.
Aunque sé que el contar años es un formalismo, una convención social, mi deseo es que en el 2022 podamos tomar conciencia que debemos iniciar un cambio desde adentro, que debemos mover una pieza interna para cambiar. Debemos vernos al espejo y ser lo que vemos, no fingir ser lo que nos proyectan las redes sociales.
Sé libre, sé feliz, sé vos en este 2022.