sábado, 13 abril 2024
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Ucrania: guerra y revolución

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Por Milson Salgado

El que no repudie los muertos en Ucrania en los momentos actuales no es humano. Como tampoco es humano el que calló la muerte de niños en Donbás en 2014. No hay guerra santa, ni guerra bendecida. Todas son guerras y todas son absurdas, y todas nos emparentan con los monstruos.

¡No es lo mismo guerra que revolución! Las guerras se hacen para expandir territorios, mercados, o cuando las potencias se cansan de tener guardadas en sus bodegas sus armamentos. Las revoluciones cuando las gentes se cansan. Seleccionar con un dedo acusador a los malos, y con una varita indulgente el bando de los buenos es una estupidez que ya pocos se lo creen, aunque la maquinaria de la mentira hoy sea la industria de libre expresión que cuenta con una sola versión sin disidencias en el bloque occidental.

El niño y la abuela que muere nos empequeñece como humanidad. Que los hombres tomen la batuta de su patria desintegrando familias enteras, es la misma patraña del paleolítico, de la edad media, y de la patria de hielo del mundo escandinavo. ¿Quién ganó después de la lobreguez del descampado y de los troceados cuerpos tirados como muñecos de bazar?

Esta guerra ha tenido a un bloque de occidente preocupado como no lo habíamos visto antes. Han habido fuertes sanciones contra Rusia como no las hubo contra Estados Unidos ni en la guerra en Vietnam, ni en Grenada, ni en Nicaragua, ni en Libia, ni en Serbia, ni en Iraq.

Lo esperanzador de todo es que ojalá que después de ese papel descalificador de la guerra por sí misma que ha reiterado como un posicionamiento oficial el gobierno de Biden, Estados Unidos ya no inicie ninguna otra guerra en ningún lugar del mundo en función de la coherencia con un discurso pacifista novedoso, sin embargo, no somos tan incautos como para no persuadirnos que la geopolítica es tan caprichosa, y juega sus charadas  en contra de nuestras esperanzas humanas, y quizás tengamos que recordarle a este imperio estadounidense despiadado sus llamaradas de azufre en Hiroshima y Nagasaki, a más de 73 años de esas tragedias, frente a sus sacramentales golpes de pechos selectivos actuales.

La guerra en Ucrania nos ha enseñado más claramente que no todos los seres humanos somos tan iguales. No hubo camadería ni facilidades migratorias con los refugiados sirios, libios, iraquies, palestinos como humanamente se está tratando para bien a los ciudadanos ucranianos en Polonia, ni disposición por los paises europeos de abrir sus puertas de par en par, ni minutos de silencios por los muertos en Palestina, ni pancartas en el circo lúdico pidiendo el cese de la guerra en Iraq en ningun estadio de fútbol de Europa.

Resulta paradójico que en el espectro mundial de poderes políticos y económicos es conveniente que exista un equilibrio geopolitico, y ningún dictador mundial imponga sus verdades sobre el bozal de los demás. No sé qué precio tendría que saldar esa correlación mundial equitativa de poderes, pero resulta que nada vale la sonrisa de un niño, ni la muerte estúpida de ancianos que se han ganado en sus años de vida sus propios silencios, y su añorada paz.

El bobo que se monta en el caballo de la ideologías con esta guerra o está mal informado, o perdió la perspectiva. Putin es un Romanov blanquito, que debe obediencia a una oligarquía nacionalista que ya se dio cuenta de las ventajas que significaba tener en un embudo bolchevique todas las nacionalidades de azeries, mongoles, letones, lituanos, ucranianos, uzbecos, cosacos, árabes, eslavos, kirguisies en torno a la URSS, con exclusión claro aparte de la anexión de estos territorios de los mundos simbólicos de Lenin y Marx.

Tampoco los líderes ucranianos por más que nos quieran mostrar su mejor versión de víctimas inmaculadas deja de ser una marabunta de neonazis que han catapultado los discursos de exclusión racial, y han eliminado selectivamente minorías eslavas prorusos en Donbás (Donetsk y Lugansk) en 2014, han incendiado despiadamente edificios en ODESA en donde estaban reunidos 40 sindicalistas, han eliminado a líderes comunistas disidentes hasta hacer desaparecer el partido, y se aprestaban a tomar como conejillos de indias a los rusos con sus armas biológicas financiadas por Estados Unidos en la propia frontera rusa, lo que arroja luces que aclaran un poco más el panorama en torno a la pandemia global que padecemos, y ya no sería ilógico atribuir esta peste mundial a esa otra peste que habita en el corazón empozoñado de la miseria humana que domina la lógica de la geopolitica de los imperios. Pero ni los pueblos ni las naciones pueden perecer por las descabelladas movidas de cínicos, y solo la historia será la jueza implacable de estos antagonismos patrioteros que cuentan con entusiastas aliados, y con no menos detractores.

Si les preguntan a todos los bandos en todo el mundo, todos indistintamente cuentan con una versión particular de las circunstancias que precedieron a esto. Resulta verosímil los planes expansionistas de la OTAN arrinconando a la propia Rusia. También resulta verosímil el oprobioso discurso unívoco del hegemon occidental que ha dominado desde el siglo XVII la historia mundial con su lógica racionalista. Sin embargo, los que padecen la guerra no tienen ni microfonos, ni diarios para medir la longitud y la profundidad del dolor, y la muerte y la gran tragedia humana es el rasero que no tiene bando porque los discursos de los pueblos caídos han sido acallados siempre por el sonido de los discusos de los Estados pero sobre todo por la onomatopeya estridente de los cañones y los misiles.   

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Milson Salgado
Milson Salgado
Analista y escritor hondureño, abogado y filósofo; colaborador y columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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