En la hora que vive El Salvador, cuando desde el discurso oficial se proclama el desarrollo, la modernidad y una nueva era de transformación, es necesario hacer una pausa y mirar más allá del concreto fresco, los rascacielos en zonas costeras, los centros históricos restaurados, o el ingreso audaz a los criptoactivos. Es imprescindible preguntarnos: ¿para quién se está construyendo este país? ¿Qué significa verdaderamente “el desarrollo” cuando aún llevamos heridas profundas sin cerrar y muertos sin justicia?
Roque Dalton, el poeta imprescindible de nuestra identidad nacional, nos legó palabras que atraviesan el tiempo como cuchillos filosos. Su poema “Todos nacimos medio muertos en 1932” no es una metáfora vacía ni una evocación estética: es una verdad histórica incrustada en el alma salvadoreña.
Todos nacimos medio muertos en 1932
por Roque Dalton
Todos nacimos medio muertos en 1932
sobrevivimos pero medio vivos
cada uno con una cuenta de treinta mil muertos enteros
que se puso a engondar sus intereses
sus réditos
y que hoy alcanza para untar de muerte a los que siguen
naciendo
medio muertos
medio vivos
Todos nacimos medio muertos en 1932
Ser salvadoreño es ser medio muerto
eso que se mueve
es la mitad de la vida que nos dejaron
Y como todos somos medio muertos
los asesinos presumen no solamente de estar totalmente
vivos
sino también de ser inmortales
Pero ellos también están medio muertos
y sólo vivos a medias
Unámonos medio muertos que somos la patria
para hijos suyos podernos llamar
en nombre de los asesinados
unámonos contra los asesinos de todos
contra los asesinos de los muertos y los medio muertos
Todos juntos
tenemos más muerte que aquellos
pero todos juntos
tenemos más vida que ellos
la toda poderosa unión de
nuestras medias vidas de
todos los que nacimos medio muertos
en 1932.
Este poema, escrito con la sangre de la historia, sigue ardiendo como una cicatriz. Nos recuerda que los grandes proyectos nacionales no pueden sostenerse sobre la desmemoria, la exclusión o el maquillaje político. La modernidad sin justicia es apenas una vitrina; el progreso sin memoria es una repetición vestida de novedad.
Roque nos llama a reconocernos en nuestra mitad herida, pero también en la mitad viva, capaz de construir un país distinto. Porque solo reconociendo nuestro pasado podemos tener un futuro verdaderamente colectivo, no uno reservado para unos pocos. La inversión en infraestructura debe ir acompañada de inversión en verdad, en educación crítica, en sanación histórica. De lo contrario, repetiremos el ciclo donde los “medio muertos” seguimos pagando los costos, y los “totalmente vivos” se autoproclaman inmortales desde sus torres de poder.
La verdadera transformación nacional debe partir del reconocimiento de esa cuenta de treinta mil muertos que nos acompaña. No como carga para la resignación, sino como impulso para construir con justicia, memoria y equidad.
Es tiempo de decidir si seremos simplemente consumidores de un país reconfigurado para la inversión o verdaderos protagonistas de una patria que incluya a todos —a los de ayer, a los de hoy y a los que vendrán.
Unámonos, como dijo Roque, medio muertos pero enteros en dignidad. Porque aún con medias vidas, si las juntamos, podemos tener más vida que ellos.