sábado, 12 julio 2025
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Edadismo: cuando cumplir 50 se vuelve castigo

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"La vejez no debería ser una condena al olvido. Ni en la vida, ni en el trabajo": Zarko Pinkas.

Por Zarko Pinkas.

En muchos países de América Latina, el edadismo —la discriminación laboral por edad— es un problema profundo pero silencioso. Aunque rara vez se habla de ello abiertamente, las cifras y los testimonios lo confirman: después de los 45 o 50 años, conseguir empleo se convierte en una tarea cada vez más improbable. Esta forma de exclusión tiene consecuencias no solo personales, sino también sociales y económicas.

Uno de los factores que más incide en esta exclusión es el perfil de los equipos de Recursos Humanos. Muchas empresas han delegado estos procesos en personas jóvenes —en general entre 25 y 35 años— que, por desconocimiento, presión institucional o sesgos personales, suelen descartar de entrada a quienes superan cierta edad. Esta tendencia no es imaginaria. Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), “en muchos países de América Latina, la discriminación por edad afecta a los trabajadores mayores, incluso cuando tienen las competencias requeridas para los puestos”.

El prejuicio se manifiesta de varias formas. Se cree que una persona mayor de 50 años no se adaptará a la tecnología, que será menos productiva, que costará más en términos de salud o que será “difícil de manejar” si tiene más experiencia que sus jefes directos. Son ideas preconcebidas, carentes de base empírica, pero que operan con la fuerza de una ley no escrita. En muchos casos, el solo hecho de incluir la fecha de nacimiento en el currículum basta para ser descartado antes de siquiera ser entrevistado.

Este fenómeno tiene un nombre, y es importante aprenderlo: edadismo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es uno de los factores más naturalizados en la cultura laboral moderna, y afecta especialmente a quienes ya no son considerados “jóvenes”. En un informe reciente, la OMS subraya que el edadismo reduce las oportunidades de empleo, afecta la salud mental y promueve una imagen negativa del envejecimiento.

Pero la exclusión sistemática no se queda ahí: tiene efectos devastadores en la salud mental de quienes la padecen. La desesperanza, la pérdida de autoestima y la sensación de inutilidad son consecuencias frecuentes. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el desempleo prolongado en personas mayores de 50 años incrementa significativamente el riesgo de depresión y suicidio. El trabajo no es solo una fuente de ingresos, también es identidad, sentido de pertenencia y dignidad. Cuando se les niega esa posibilidad, muchas personas entran en un espiral silencioso que, en el peor de los casos, puede llevar al aislamiento y la muerte.

Desde una perspectiva económica, este tipo de discriminación también es un grave error estratégico. Las empresas e instituciones que dejan fuera a las personas mayores pierden algo más que experiencia: pierden resiliencia, capacidad de análisis, liderazgo maduro y redes de contactos construidas a lo largo de décadas. En tiempos de crisis, quienes han pasado por momentos difíciles en el pasado pueden ofrecer soluciones que no están en los manuales. Su valor es incalculable, pero muchas organizaciones no lo ven.

A todo esto se suma un tercer elemento: el daño estructural que se provoca en la sociedad. El edadismo alimenta una visión utilitarista de la vida, donde las personas valen solo si producen con rapidez o se ajustan al molde de la “juventud eterna”. Este modelo no solo margina a los mayores, también genera ansiedad en los más jóvenes, que saben que su tiempo útil tiene fecha de vencimiento. La cultura del descarte, como la ha llamado el Papa Francisco, termina por vaciar de sentido nuestras relaciones humanas y sociales.

¿Qué futuro estamos construyendo si dejamos fuera a quienes más saben, a quienes tienen aún tanto que ofrecer? Si un país no protege su capital humano más experimentado, si no integra sus generaciones, está cavando su propia fragilidad. Es hora de reformular nuestros sistemas de selección laboral, capacitar a los departamentos de Recursos Humanos para que evalúen sin sesgos, y promover legislaciones que garanticen la inclusión laboral de personas mayores.

La vejez no debería ser una condena al olvido. Ni en la vida, ni en el trabajo.

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Zarko Pinkas-Ramírez
Zarko Pinkas-Ramírez
Periodista y publicista chileno que reside fuera en El Salvador por más de 30 años. Egresado de Magíster en Ciencias Políticas de la Universidad de Chile y licenciatura en Periodismo y Comunicaciones de la Universidad Centroamericana, José Simeón Cañas.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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