Por Alejandro Herrera Núñez.
El gobierno de Perú no deja de dispararse a los pies, ahora con la remoción de un cargo tecnocrático como es el sonado caso de Javier Verastegui, esto por una posible presión de la derecha, en un momento en que faltan personas capaces en puestos claves del Estado. Esta remoción evidencia que el ya clásico terruqueo en la política peruana ha pasado a convertirse en una cacería de brujas en el cada vez menos democrático Perú.
La narrativa
Javier Verástegui, el hombre en cuestión, fue nombrado como funcionario a la cabeza de un ente del Estado Peruano llamado Sanipes el 20 de octubre de este año. Casi de inmediato un informe difundido por el programa ‘Beto A Saber’ de Willax, denunciaron que el gobierno peruano había designado en un alto cargo al exesposo de una famosa terrorista peruana, Elena Iparraguirre Revoredo, la número dos de la secta maoísta Sendero Luminoso y expareja del extinto genocida Abimael Guzmán, responsable directo de lo que en Perú se conoce como la época del terrorismo (1980-1993?).
Verástegui fue designado como jefe del Organismo Nacional de Sanidad Pesquera (Sanipes) departamento dependiente del Ministerio de la Producción. Su nombramiento se dio, el pasado viernes 20 de octubre, a través de un decreto supremo firmado por la presidenta Dina Boluarte y la ministra Ana María Choquehuanca. No obstante, tres días después, el lunes 23 de octubre, Produce dio cuenta de la dimisión de Verástegui al alto cargo. Según informa la prensa peruana, Verástegui presentó su carta de renuncia al tomar conocimiento del reportaje del programa del periodista Beto Ortiz, en el que se emitiría sobre su pasado vínculo con Iparraguirre.
Terruqueo, un fenómeno mucho más que folklore político peruano
La primera impresión al enterarme de la noticia fue la de un natural y espontáneo repudio a una persona vinculada con la banda terrorista Sendero Luminoso. Lo cual es una respuesta emocional inmediata a todo lo que se pueda asociar con el grupo terrorista. Una cosa es la valoración en la vida particular y otra que una persona asociada con este grupo este en un cargo del Estado, al cual Sendero buscaba destruir. Sin embargo al enterarme de los detalles comprendí mi error. Es fácil arrojar la piedra cuando ya hay una muchedumbre irracional dispuesta a apedrear sin piedad. Las emociones no conocen de razones. De ahí mi error. Las noticias en Perú sobre política local no son inocentes ni menos objetivas, tienen direcciones claras en sus intenciones políticas. El caso Verástegui es un caso que nada tiene que ver con un miembro afín al terrorismo sino más bien de una víctima del mismo.
Un detalle que la prensa no destacó en esta bola de nieve que se formó, es que el “acusado” Verástegui no solo era esposo de la famosa terrorista, sino que además esta mujer lo abandonó a él con sus dos hijos para lanzarse a una aventura genocida de la cual la familia que dejó atrás también formó parte de las víctimas. Porque nada hubo peor socialmente que ser una persona asociada a un terrorista. ¿Se imaginan esa muerte social? Ser abandonado por tu esposa y cargar con los hijos como padre soltero, ya es bastante cruz, pero tener que aguantar la calumnia en el tramo final de la vida, la piedra lanzada por el interés político de turno, eso es una canallada.
En Perú hay una palabra que cuando era niño simbolizaba el miedo, que cuando he crecido se ha convertido en la peor forma de insulto, y es calificar a alguien de terruco, es decir terrorista.
El término peruano terruquear denota una acusación a lo peor de lo vivido en la historia peruana. Llamar terrorista o vincular a alguien con el terrorismo del S.L. es la forma más eficiente de ensuciar una vida.
La enfermedad del Perú: el odio
Un resultado de no haberse reconciliado el Perú consigo mismo es lo acontecido recientemente con la salida forzosa de Javier Verástegui. Simplemente los odios políticos desentierran la historia reciente del Perú, que tiene forma de fosa común, para ser instrumentalizado como arma política.
Por otro lado el caso de Javier Verástegui es una exhibición de fuerza de parte de la derecha peruana, ya que va direccionada a presionar al frágil gobierno de Dina Boluarte, el cual parece un rehén de parte de este sector de la política. Otro aspecto que devela el caso Verástegui, es el de una caza de brujas a todo aquel que se aproxime políticamente diverso a la derecha. Entonces el caso Verástegui es un chivo expiatorio para presionar al gobierno y por otra parte un mensaje de advertencia al estilo de la mafia. Porque una cosa es aislar elementos pro terroristas y otra es el acoso y daño a la reputación a personas que se vieron vinculadas de forma indirecta y no voluntaria, como es el caso de los familiares de terroristas. Hay que recordar que esas familias muchas veces también son victimas colaterales del pensamiento desquiciado de personas que traicionaron a sus familias y los expusieron a tener que vivir con el estigma social de un parentesco que no involucra compartir ideas. Estas también son víctimas, víctimas de la estupidez de parientes irresponsables. Lo que queda claro es que la política peruana está enferma de tanto desenterrar cadáveres para echar la culpa al otro, a ese enemigo imaginario que se inventa para no tener que dialogar. La izquierda lo practicó durante años con el LUM y el monopolio de una narrativa sobre la época del terrorismo. En Perú y en Latinoamérica en general estamos enfermos de historia, de rencor. Buena parte de la izquierda más radical vive de culpabilizar a las fuerzas de seguridad, mientras una parte de la derecha peruana busca categorizar a terrorista a todo aquel que piense diferente. De manera que terruquear a alguien o asociar está mancha a sus familiares treinta años después de la barbarie del S.L., solo demuestra que tan bajo se puede caer en la política peruana y que tan sucia es esta.
Una sequía de tecnócratas en el gobierno Boluarte
Es sabido muy bien en Perú la ineficiencia del Estado en el actual gobierno, el cual está paralizado. Existe una sequía de profesionales dispuestos a asumir cargos ante un gobierno que es detestado por la izquierda, y a su vez es visto con desconfianza por la derecha. Resultado: nadie quiere mojarse y el Estado no funciona. Buscar incluso ministros se vuelve una aventura, dónde no existen figuras descollantes en las carteras ministeriales actuales por temor de estos a “quemarse”. De ahí la actual falta de directivos en un gobierno a la deriva. En el gobierno de Boluarte conseguir agentes capaces en la gestión pública en un momento de estancamiento económico, se vuelve un elemento crucial.
Siendo así la situación, la disposición de tecnócratas se vuelve un milagro. El caso de Verástegui es un caso que ejemplifica un perfil profesional necesario, pero que después de esta experiencia deja claro que no vale la pena trabajar para un Estado Peruano secuestrado. Verástegui tiene en su historial haber trabajado en Canadá, uno de los países que más control tiene sobre la pulcritud profesional de los extranjeros como nacionales. Canadá es una democracia eficiente y muy selectiva.
En su C.V. Javier Verástegui aparece como Ingeniero Industrial por la UNI y Bachiller en Ingeniería Química por la UNMSM. Obtuvo el Master (DEA) en Química Analítica y el grado de Doctor en Química, ambos por la Universidad de Paris VI Sorbona, becado por la UNESCO y el Gobierno Francés. Es experto en gestión de ciencia, tecnología e innovación; gestión de proyectos I+D+i; producción más limpia; desarrollo sostenible; energía renovable; biotecnología. En Canadá, ha sido gerente de proyectos en el Centro Internacional de Investigaciones para el desarrollo, CIID-IDRC (Ottawa), y Coordinador de la Iniciativa CamBioTec en el Canadian Institute of Biotechnology. En España, ha dirigido la Asociación BioEuroLatina y el proyecto EULAFF de la Comisión Europea sobre Alimentos Funcionales, y ha sido Experto del Departamento de Tecnología de la CAN (Pacto Andino). Como consultor posee experiencia relevante en: gestión de la innovación en organismos internacionales como el BID, FAO, OIT, OEA. Además de Canadá, ha trabajado en España, Argentina, Chile y México.
Y esa es la situación del Perú. El país en dónde cualquiera puede volverse Dreyfus.