Ronald Reagan creía que: «El mejor programa social que existe es el empleo». Y en realidad lo es por una razón: el programa social genera dependencia del Estado y las raciones temporales que el gobierno en turno regala o subsidia a alguien, le esclavizan; mientras que el empleo produce algo llamado independencia. Esta es una cuestión que todo individuo busca. En términos más sencillos, no depender y estar subyugado a los caprichos de alguien.
Pero el hecho es que, en un país como el nuestro, donde parece que se improvisa todos los días, y donde las instituciones públicas olvidan sus mandatos constitucionales de velar por el bien común y cuidar a la persona humana y llevarla al sitial que le corresponde, éstas instituciones únicamente se encuentran al servicio de intereses políticos de los gobernantes, quienes cada cinco años, guste o no a sus hordas fanatizadas, tienen que cambiarse por un mandato de la Constitución.
Hoy, en estos días de post cuarentena, donde parece ser que la reapertura económica no se detiene y las empresas, por una cuestión de necesidad, tienen que abrir y nosotros, los ciudadanos, por un asunto también de necesidad, hambre o carestía, tenemos que salir a deambular a las calles, la gran pregunta es: ¿qué hacer con los cientos y miles de parados que no tienen empleo, nunca lo han tenido o lo perdieron durante esta pandemia?
Entiéndase que el trabajo no debería ser una prebenda, ni una recompensa, ni mucho menos una paga por una labor político partidaria o de militante, sino que es un derecho de todos, consagrado en la Constitución.
Por un lado, las empresas quieren abrir y comenzar a operar, y por otro, tienen que recortar personal, y en otro extremo se encuentra la poca capacidad adquisitiva de la población. Es decir: existen las necesidades y deseos de comprar, pero no se cuenta con los recursos. Esto por muchos motivos: porque se han reorientado para la compra de medicinas o insumos para preservar la vida, o simplemente, se perdió el empleo, y con esto los ingresos, el flujo de efectivo y la capacidad de compra.
Otro de los problemas que afrontamos en materia laboral, es que las garantías laborales establecidas en el Código de Trabajo o la Constitución, no se respetan por patronos inescrupulosos que, por deseos de acrecentar sus utilidades, olvidan que tienen que pagar a tiempo, que deben solventar cuotas previsionales que la misma Ley ya les impone o les establece.
Hay algo que no puede soslayarse, y es que el Estado no le puede dar trabajo a todo el mundo, y es la empresa privada y el emprendimiento, la vocación empresarial de cada quien, la que termina tomando a los desocupados y generándoles una fuente de empleo; en unos casos con sueldos mínimos, en otros, con salarios mucho más atractivos. Pero al final, un salario que es la recompensa por una labor ya realizada.
En estos días atroces, de una inminente recesión económica, donde hay sobrevivientes del Covid-19 condenados a otra muerte, ¿qué nos toca? Apretarnos un poco más el cincho, pues al final, los únicos que tienen permitido el despilfarro, son algunos sujetos que tienen acceso a las cuentas del erario público. Los demás, nada más estamos luchando contra la corriente.