Hasta hace poco, en nuestro país, el trato que daban las fuerzas de seguridad a la ciudadanía era impecable. Teníamos unos policías educadísimos a la hora de pedir los documentos, unos policías tremendamente respetuosos de los protocolos legales cuando capturaban a miembros de las maras. En la ciudadanía hasta hace poco no había un ápice de temor hacia los hombres armados que hacen respetar la ley. Nuestros periodistas, al contrario de lo que sucede en otros lados, no tenían la denigrante costumbre de fotografiar a las personas recién capturadas y todavía no juzgadas como si fuesen animales amarrados y expuestos a la mirada morbosa de los lectores y televidentes. Eran unos buenos policías y una buena sociedad la nuestra hasta hace poco.
Pero todo esto se jodió cuando llegó al gobierno Nayib Bukele. Y no ha hecho más que empeorar con las actuales leyes de emergencia impuestas con el pretexto de impedir la difusión de un virus que causa menos muertos que la gripe. Para nuestro asombro e indignación, los centros de cuarentena se parecen cada día más a los campos de concentración nazis. Sin lugar a dudas, nuestra democracia está en peligro.
Por supuesto que mienten quienes afirman que en el pasado gobierno, los cuerpos policiales llegaron a actuar como grupos de exterminio en su enfrentamiento con las maras. Ningún honorable miembro de los cuerpos de seguridad ha sido condenado por eso. Ya está, si no hay condena es porque nunca hubo delito. Y si tales desmanes hubiesen ocurrido, tengan por seguro que nuestra fiscalía, famosa por su eficacia y su respeto a la ley y a la división de poderes, habría procedido con el rigor que la caracteriza y habría encausado a esos policías que presuntamente actuaban como grupos de exterminio. Mienten alevosamente también quienes acusan al alcalde de Santa Tecla de haber ordenado disparar con armas largas a los vendedores ambulantes de dicho municipio. Para empezar, la policía les disparó a los causantes de unos disturbios terroristas. Esos no eran vendedores ambulantes, eran mareros. El vendedor muerto solo era un subversivo. Antes bien, hay que darle las gracias al alcalde de Santa Tecla.
Y no tengan la más mínima duda ustedes de que si todos los falso abusos policiales que acabo de enumerar hubieran ocurrido realmente habrían tenido que enfrentar a la vigorosa denuncia de nuestros medios de comunicación y a la rápida condena de nuestra opinión pública.
Aprovecho aquí para denunciar a esos pobres tontos útiles que ponen las teclas de su computadora al servicio del gobierno totalitario y criminal de ese funesto caudillo turco que hoy tenemos los salvadoreños por presidente. Dicen esos imbéciles que si ahora asoman las viejas pautas autoritarias en nuestros cuerpos de seguridad es porque nunca se reformaron radicalmente para que sus valores y protocolos de acción estuviesen en sintonía con el Estado de derecho. Afirman esos tontos útiles que de aquellos polvos y aquellos silencios cómplices vienen también estos lodos. Afirman esos tontos útiles que los excesos actuales de la policía son pautas que pertenecen a una cultura institucional frente a la que han callado siempre los grandes medios de comunicación y frente a la cual la opinión publica apenas ha esbozado pequeñas quejas.
¿Para qué dar tantos rodeos, si ya sabemos quién es el único culpable de lo que está pasando?