Muchos de los que se oponen a esta opinión la atacan acusándola de ser deshumanizadora por comparar a los humanos lesionados con máquinas rotas. Pero como punto final y fundamental, diremos que el hacerlo es infinitamente más humano que demonizarlos y sermonearlos por ser pecadores.
Robert Salpolsky
Por Mario Mejía
Richard Dawkins sostiene que los seres vivos son máquinas de supervivencia, obviamente los seres humanos no son la excepción, somos máquinas de supervivencia, somos algoritmos biológicos. Pero somos una entidad biológica bien peculiar, somos creadores de mitos, algo que responde a las necesidades de supervivencia. Entendamos por mito aquello que no existe pero se cree que existe y se actúa como si existiese, aunque en realidad no existe. Uno de esos grandes mitos es el ‘’libre albedrío´´´.
Se entiende por libre albedrío, la capacidad de tomar decisiones en base a una voluntad libre, y por el hecho de tomar decisiones en base a una voluntad libre, somos responsables moralmente de las consecuencias. Si tomas buenas decisiones te mereces recompensas o elogios, si tomas malas decisiones mereces castigos.
La creencia en el libre albedrío, es la base de la creencia en la meritocracia y el derecho penal. La creencia en la meritocracia sostiene que las personas merecen recibir ciertas recompensas si poseen ciertos méritos. Por ejemplo, si una persona cumple con todas las habilidades que se requieren para un buen puesto de trabajo, se asume que tomó buenas decisiones en base a su libre voluntad para tener esas habilidades, por lo tanto, es moralmente responsable de tenerlas, las habilidades son méritos, por lo tanto, se merece ser recompensado otorgándole el trabajo al que aspira.
El derecho penal se basa en la idea de que las personas por regla general son poseedoras de libre albedrio, por lo tanto, si cometen un delito, se asume que tienen responsabilidad penal y eso las hace merecedoras de un castigo.
La tragedia es que, la meritocracia causa un grave daño a quienes no tienen los llamados méritos, porque se cree que no los tienen porque tomaron malas decisiones, por lo tanto , ,se cree que no merecen ser recompensados, son perdedores y son culpables de su situación. El derecho penal también causa mucho sufrimiento humano, porque el castigo es un grave daño a la persona que lo recibe y se asume que se lo merece porque tomó la mala decisión de cometer delitos. Aparte del daño que producen la meritocracia y el derecho penal, se une a esta tragedia el hecho de que el libre albedrío no existe, por lo tanto, nadie es moralmente responsable de lo que es ni de lo que hace, por lo tanto, nadie merece castigos ni recompensas.
El universo es determinista y aleatorio, por lo tanto, el libre albedrío no tiene cabida. La libre voluntad y las decisiones son la mezcla de factores genéticos y ambientales sobre las cuales la persona no tiene control.
La lucha contra el mito del libre albedrío no es nueva, ya desde hace siglos se ha presentado fuertes argumentos en contra de la creencia en el libre albedrío. Albert Einstein sostenía que no hay libre albedrío porque los humanos siempre actúan en base a necesidades internas y compulsiones externas. Baruch Spinoza sostenía que el libre albedrío no existe, porque la mente está determinada por cadena infinita de causas, y Abraham Lincoln nos comunica la idea de que, no debemos sentirnos demasiado superiores a los que creemos que están en lo incorrecto, porque si estuviéramos en el mismo lugar de ellos, actuaríamos y pensaríamos incorrectamente como ellos y viceversa.
No puede existir un libre albedrio cuando nuestro ‘’yo’’ y las decisiones que salen de ese ‘’yo’’ , están sujetas al determinismo y la aleatoriedad o probabilidad. El mismo David Hume ya sostenía que no hay intermedio entre el determinismo y la probabilidad. Y la realidad de que nuestros pensamientos y deseos pueden ser modificados si nuestra biología es cambiada por la biotecnología, es una muestra de la no existencia del libre albedrío. Si el libre albedrío no existe, significa que nadie merece recompensas y castigos Pero las personas siguen defiendo obstinadamente la creencia en el libre albedrío y los mitos que nacen de este, es decir, el mito del mérito y el mito de la culpa.
El derecho penal se basa en el instinto primitivo de venganza o de devolver el golpe, instinto que compartimos con otras especies animales. Es el deseo de venganza lo que sostiene la creencia en el libre albedrío que a su vez sostiene el derecho penal que satisface el deseo de venganza, y así se intenta justificar el castigo. La creencia en el libre albedrío sostiene también la creencia en la meritocracia, que busca desesperadamente justificar el porqué a unos se les da recompensas que a otros se les niegan.
Dado que el libre albedrío no existe, las personas que la creencia en la meritocracia llama perdedores, no son responsables de su situación, son sólo personas que tuvieron la mala suerte que por causas genéticas y ambientales que no controla, no tiene las habilidades que la sociedad valora como méritos. Y las personas que castiga el derecho penal, no son en realidad responsables penalmente ni merecen el castigo, son sólo personas que tuvieron la mala suerte que por factores genéticos y ambientales que no controlan, cometieron acciones que son prohibidas por el derecho penal.
Vemos que, el mito del libre albedrío produce mucho sufrimiento humano. Los daños que provocan la creencia en la meritocracia y el derecho penal es una prueba de ello. Abandonar la creencia en el libre albedrío es necesario para proteger la dignidad humana. La meritocracia y el derecho penal se basan en una idea equivocada de la naturaleza humana.
La creencia en el libre albedrío y sus hijos, la meritocracia y el derecho penal, se siguen defendiendo por la utilidad que dan, aunque cabria preguntarse para quién es esa utilidad.
En un mundo que ya reconoció que el libre albedrío no existe, la alternativa al derecho penal sería un tratamiento no punitivo del delito, donde lo que se busca no es castigar, sino proteger a la sociedad mediante el aislamiento de los delincuentes a centros no punitivos para rehabilitarlos. Eso es algo muy diferente a las cárceles que conocemos actualmente, que fueron diseñadas con el propósito de castigar.
Los centros de tratamiento no punitivo del delito, sería lo más parecido a lo que ahora conocemos como ‘’Cuarentena de salud pública’’, en donde se aísla a centros no punitivos a las personas con enfermedad grave para intentar curarlas y que no contagien a otros. Quien propone un modelo con tendencias no punitivas para tratar el delito, es Gregg Caruso.
Un mundo sin la creencia en el libre albedrío, será un mundo más solidario y más compasivo hacia las personas más desfavorecidas genéticamente y socialmente.