Si yo fuera presidente…

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No se trata de ser Nayiliver para estar de acuerdo con las medidas del presidente; tampoco se trata de ser Covid-creyente para entender que lo que se pretende es el bienestar de la población. Se trata de tener un momento reflexivo, de empatía. Ser presidente no se trata de sentarse en el sillón para ver el partido, se trata de estar involucrado jugándolo.

El ser humano es impredecible cuando se trata de estar encerrados, cabin fever —le dicen los gringos. La gente se vuelve irritable, impaciente, inquieta, enojada y hasta se vuelve paranoica con la gente que quiere y, si a esto le aumentamos la cantidad de noticias y cadenas, la gente que ya tenía problemas para dormir, miedo, depresión o ansiedad empeora con el encierro. Es por ello que hay muchos que prefieren la reapertura económica a pesar de los riesgos de contraer la enfermedad. Es entendible, pues nadie sabe cómo es ni cómo va a mudar la situación.

La mayor parte de nuestra economía la compone el sector informal que necesita volver a trabajar. Eso de los $300 o de la canasta básica no basta, pero tampoco se trata de reabrir la economía en medio del pico de casos ni ordenar a que los buses circulen libremente. Como salvadoreños no tenemos un plan, ni nunca lo hemos tenido. “A ver cómo nos va”, “a ver qué pasa”, “a lo que Dios diga”, son algunas de las expresiones habituales. Al suspender la cuarentena, es de esperar que las iglesias se abarroten pues la sangre de Cristo los cuida, que las playas rebalsen pues no tuvimos Semana Santa, que no usemos mascarillas pues son muy caras, etc. Esperar a que los casos amainoren es lo que se debe hacer. Hay que establecer protocolos para reabrir salvaguardando la salud de los demás pero al mismo tiempo respetando sus necesidades económicas.

En mi mensaje de año nuevo del 2020 hablaba de cómo los seres humanos por naturaleza somos inconformes. Los empresarios que sí tienen que comer no se van a morir por 15 días más sin reactivar sus ingresos, ni los de clase media se van a morir por no tener cervezas ni boquitas. Quizás la idea es que la gente no se contagie como en las plantas procesadoras de carne en otros países, pero si yo fuera presidente ordenaría tener protocolos sanitarios a cada empresa antes de autorizar su reapertura y que esta fuera gradual. Así, los empresarios no se quejan y la gente tiene sanidad laboral.

Los chambres, los rumores y el miedo vuelan más rápido que el Covid. A la gente humilde le cuesta distinguir la verdad de la ficción y en este mar de fake news cualquiera se confunde. Como presidente apruebo la libre expresión y la imaginación, pero no la fantasía ni la mentira, sino un viaje hacia la realidad. Aunque no podamos controlar la pandemia, hay que tener un plan que nos guíe hacia dónde vamos y qué vamos a hacer para llegar allá sin engañar a los de mente débil.

Pocas cosas son más destructivas para nuestra salud mental que la soledad y la ausencia de empatía o que los otros se preocupen por uno. Veo al Primer Ministro de Canadá enviar un mensaje a los pequeños ofreciéndoles su ayuda para hacer sus tareas escolares. Los niños también sufren y no hay político que haya tenido la valentía de ofrecerles palabras de ánimo o tan siquiera una rama del gobierno que tenga información verídica y digerible para los infantes. Y hablando de Trudeau, si yo fuera presidente aprendiera cómo humillar sin ofender a los de la prensa que se quieren pasar de vivos. Así me vería cool y, pues, el que se enoja se arruga —dijo Aniceto.

Los políticos en su disparate tienen obligaciones con sus financistas y si estos presionan para que se reabra la economía, los políticos están obligados a responder a intereses particulares. Así funciona en la mayor parte del mundo. En Estados Unidos hasta tienen personas que se encargan de eso y no lo llaman corrupción, lo llaman lobbying o persuación política. Hay que ser transparente con las finanzas públicas pero también consecuente con lo que se dice y se hace en los tres poderes del estado. Ninguna de sus aseveraciones es posible sin poder respaldar afirmaciones con hechos.

Finalmente, la cuarentena parece no ser del todo mala. La gente se olvida de todo, del sexo casual, de robar, de engañar, de la amante, etc. La PNC hace su trabajo y los homicidos han bajado. En Instagram no hay que inventar que se tiene más que el otro o que fueron de viaje a otro lado… todos somos iguales.  Se tiene una nueva perspectiva de lo que es importante pues cuando hay paz es fácil sentirse bien. Cuando no se tiene paz, encontraremos vivianes aprovechándose de la pandemia para no pagar sus alquileres o sus deudas, llamar a la compañía de internet para que le instalen el servicio gratis pues el hombrecito ese dijo que no hay que pagar estos servicios. Ayudemos al necesitado, pero que el peso de la ley le caiga al vivián.

En estos momentos trascendentales hay que pensar en el otro, en el pobre, en el desposeído. La sociedad funciona únicamente si pensamos en los demás, no solo en nosotros. Nuestro futuro es incierto porque nadie tiene control de la situación pero debemos aceptar el presente y sacar el mejor provecho de lo que tenemos, con esperanza.

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Nelson López Rojas
Nelson López Rojas
Catedrático, escritor y traductor con amplia experiencia internacional. Es columnista y reportero para ContraPunto.
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