Romero, la trayectoria de un santo

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"Con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador"

Óscar Arnulfo Romero Galdámez era el arzobispo de San Salvador cuando un francotirador integrante de los escuadrones de la muerte de ultraderecha lo asesinó el 24 de marzo de 1980 mientras oficiaba una misa.

Su magnicidio fue, según analistas salvadoreños e internacionales, “la gota que derramó el vaso” de las confrontaciones polí­ticas que desembocaron en la guerra civil (1980-1992).

Nacido en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, el 15 de agosto de 1917, el religioso fue nombrado arzobispo en 1977. Su figura cobró relieve debido a que usó el púlpito de la Catedral.

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Metropolitana para denunciar las graves violaciones de los derechos humanos cometidas tanto por las fuerzas armadas como por la naciente insurgencia.

Según el informe de una comisión formada por Naciones Unidas tras los acuerdos que acabaron con 12 años de guerra civil, el exmayor de inteligencia Roberto d’Aubuisson fue quien ordenó a un escuadrón de la muerte asesinar al prelado en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer.

La vida y obra del arzobispo salvadoreño, a quien muchos conocen ya extraoficialmente como “San Romero de América” llevaban siendo analizadas desde 1994 por el Vaticano a fin de declararlo santo, algo que finalmente se producirá el 14 de octubre. El proceso cobró empuje después de que el propio papa Francisco ordenara su agilización tras un largo estancamiento.

“La Conferencia Episcopal de El Salvador decidió lo que jamás habí­a hecho hasta ahora: pedir unánimemente la beatificación de monseñor Romero”, valoró Jesús Delgado, vicario de la Arquidiócesis de San Salvador y antiguo secretario personal de Romero, además de ser uno de sus principales biógrafos.

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Los predecesores de Francisco, Juan Pablo II y Benedicto XVI, sostuvieron en su momento que Romero fue un “mártir de la fe”, pero también existí­a un debate sobre si su asesinato podí­a considerarse como un “martirio” o causado por elementos sociales y polí­ticos, lo cual habí­a retardado su proceso de beatificación. En enero de 2015 sin embargo los miembros del congreso de teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos dieron su voto positivo unánime en el reconocimiento al martirio sufrido por el arzobispo de El Salvador.

Romero provení­a de una familia humilde y era el segundo de ocho hermanos. Inició su carrera clerical a la edad de 13 años, en 1930, cuando entró en el seminario menor de San Miguel de la Frontera. Se ordenó como sacerdote en Roma el 4 abril de 1942.

San Romero, el santo de la esperanza

Muchos sacerdotes y laicos lo consideraban conservador y miembro del Opus Dei cuando fue nombrado arzobispo de San Salvador, el 3 de febrero de 1977. Sin embargo, numerosos hechos, como el asesinato de su amigo el sacerdote jesuita Rutilio Grande, hicieron que diera un giro para pasar a ser un ferviente luchador y defensor de los pobres, aunque algunas personas como su hermano Gaspar Romero sostienen que él siempre habí­a trabajado por los más necesitados y que el cambio no fue tan radical.

Lo cierto es que sus homilí­as comenzaron a ser un espacio de denuncia de las injusticias sociales. Monseñor Romero, junto a su arquidiócesis, acordó celebrar una misa única frente a Catedral el 20 de marzo en señal de protesta por el asesinato de Grande y no participar en actos públicos del Gobierno hasta que éste aclarara el crimen.

En los años subsiguientes Romero continuó luchando contra las graves injusticias sociales que acechaban al paí­s a través de sus homilí­as, transmitidas por la Radio YSAX. En medio de una aguda confrontación polí­tica, se convirtió en “la voz de los sin voz”. Su último mensaje en una misa dominical, el 23 de marzo de 2010, fue su “condena de muerte”, coinciden los analistas.

“En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada dí­a más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”, expresó en un llamado dramático al cese de la matanza de obreros y campesinos.

El funeral de Romero, el 30 de marzo, se tiñó de luto y dolor. Militares apostados en las azoteas de los edificios aledaños a la Catedral Metropolitana dispararon contra los miles de fieles que participaban en la misa de despedida del arzobispo, en la plaza Gerardo Barrios, en el centro de San Salvador. No hubo cifras oficiales, pero se calcula que murieron entre 30 y 50 personas.

El sacerdote jesuita Ignacio Ellacurí­a, un seguidor de Romero asesinado en noviembre de 1989 junto a otros cinco curas jesuitas por un grupo de militares, dijo sobre el martirio del arzobispo: “Con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador.”

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José Arnoldo Sermeño
José Arnoldo Sermeño
Ph. D. y Maestría en Demografía, Licenciatura en Ciencias Sociales y Licenciado en Ciencias Naturales y Matemática. Ex funcionario de ONU, BCIE y SICA. Salvadoreño-hondureño y columnista de ContraPunto
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