sábado, 13 abril 2024
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Reconvertir los partidos polí­ticos y Estado salvadoreño

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Una ruta imperativa contra el escepticismo polí­tico

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En este trabajo abordo algunos de los elementos que me parecen sustanciales para presentar mi propuesta sobre lo que llamo “La Reconversión de los Partidos Polí­ticos y el Estado Salvadoreño”, dos categorí­as que no pueden desarticularse, sino, por el contrario, concatenarse tanto en lo teórico como empí­rico. En el mismo sentido, expongo mis valoraciones sobre lo que me parece acontece en la vida nacional “el escepticismo polí­tico” que no significa únicamente la falta de credibilidad, sino, peor aún, la ruptura entre el proyecto de vida propio y de nación con las propias identidades, es decir, la generación de la cultura de la desesperanza. Inicio entonces esta Primera Parte.

Para leer esta primera parte

Debo comenzar advirtiendo al lector, que las primeras ideas de este trabajo me fueron publicadas hace 21 años (1997) [1]. En ese año, señalé que el involucramiento directo en la actividad polí­tica partidaria por parte de algunos grupos de poder económico era inminente y que se producirí­an con celeridad. Me pareció, como hasta hoy, que desde diversos sectores económicos, sociales, culturales, ideológicos y étnicos, la credibilidad en los partidos polí­ticos indicaba un descenso paulatino pero permanente, ininterrumpido.

El involucramiento directo y público de algunos grupos de poder económico en partidos polí­ticos se habrí­a de producir por la complejidad de la nueva organización del tipo de globalización que hoy se vive. Sin duda, los cambios en los paí­ses industrializados y su nueva forma de administrar y disponer sobre el mundo, habrí­a de incluir a los paí­ses dependientes. El asunto entonces no se presentarí­a fácil. La reorganización de la globalización implica la apertura polí­tica, cultural, económica y social a nuevos sectores sociales anteriormente invisibilizados. Esa nueva forma de “democracia” de participación etaria, étnica e “inclusiva” implicarí­a romper con los esquemas ortodoxos de la organización de partidos inquistados y apolillados en la historia de sus sociedades. Así­ pues, la garantí­a del poder económico estarí­a sujeta a la garantí­a del poder polí­tico y aunque lo económico podrí­a predominar sobre lo polí­tico, ahora no bastarí­a con observar, disponer o dirigir desde afuera, los grupos de poder económico ““o sus representantes inmediatos””habrí­an de adentrarse en la administración polí­tica y pública, siendo que, esa administración de lo público habrí­a de convertirse en el siglo XXI, en uno de los principales instrumentos de control general de la sociedad.  

En esa lí­nea, más adelante, en 2009 [2] planteé la imperiosa necesidad de reconvertir tanto a los partidos polí­ticos como al estado en su conjunto. En esa oportunidad señalé que no bastaban las modalidades que pudiesen diseñarse en materia del activismo, responsabilidad, mecanismos o normas polí­tico-electorales (eso ha sido siempre una cuestión de forma), lo que en realidad habrí­a de lograrse, es la Reconversión del Estado Polí­tico en Estado Administrativo, esto es, que el Estado cumpla con su función, dado que, contrariamente, su cometido orgánico en el sistema social perderí­a vigencia y por tanto, su misma existencia serí­a una contradicción.  

Hoy, después de 21 años, parece ser que mis tesis se han comprobado. Los partidos polí­ticos se han subsumido en su propia anacroní­a y dependen ahora, predominantemente, de una retórica contrapuesta desde el interior de la organización misma de su propia estructura hasta la construcción de un discurso endeble, fortuito, volátil e inconsistente. Pero cierto es, que no todos pasan por iguales circunstancias. Unos más, otros peor. Pero su suerte todaví­a no acaba. Pese a esa condición de falta de credibilidad y descredito, aún continúan existiendo a la usanza de la organización polí­tica ortodoxa de los siglos anteriores. El problema no son los partidos polí­ticos ya que esto responde a la forma de organización del estado y de las formas en las que ““al menos en el discurso–, se hallan representados los distintos individuos de la sociedad, sino, lo que hipotéticamente los partidos representan. Esa forma de “democracia de representación” merece sin duda alguna, un análisis exhaustivo en virtud de las nuevas sociedades que hoy se configuran y aquellas que habrán de configurarse durante los próximos siglos. Pero por ahora no me detendré en ello. Debo decir entonces, que el problema central se halla expresado en el tipo de sociedad que se tiene. En tanto la sociedad en su conjunto no supere sus propias carencias culturales (identidad), educativas, sociales y económicas, muy difí­cilmente podrán superarse las barreras de su forma de organización polí­tica. Y, es que resulta, que precisamente el estado nacional se fundamenta en la actividad polí­tica porque la nula o baja productividad en la esfera de lo material e intelectual convierte a la sociedad en Sujeto de Uso y en Objeto de Cambio. En el primer caso, llamo Sujeto de Uso, a la utilización y manipulación de los individuos a través del discurso y las utopí­as, en tanto, llamo Objeto de Cambio a mantener a la sociedad bajo la supeditación de lo económico, educativo y social a la esfera de lo polí­tico.  En tal caso, “las dificultades de identificación de lo polí­tico se vuelven a encontrar también al nivel de los fenómenos económicos, si consideramos aparte la relación muy aparente que existe entre las relaciones de producción que rigen la estratificación social y las relaciones de poder. Ciertos privilegios económicos (derecho preeminente sobre las tierras, derecho a las prestaciones laborales, derecho sobre los mercados, etc.) y ciertas contrapartidas económicas (obligación de generosidad y de asistencia) son asociadas al ejercicio del poder y de la autoridad” [3].

Partidos polí­ticos: entre el poder, autoridad y reconversión

La cita anterior me permite abrir paso al asunto del que me ocupo en esta oportunidad: la reconversión de los partidos polí­ticos y del estado salvadoreño. Sobre el Poder y Autoridad en polí­tica hay mucho que construir. Desde luego, el ejercicio de ambos deriva de las circunstancias históricas en las que la sociedad se haya desarrollado o se encuentre actualmente. Empero, como sucede en todas las formas y esferas de la vida en las que se produce un sistema, tanto en polí­tica como en cualquier otra actividad humana, encontraremos elementos comunes en forma y contenido. Esto no significa que sean exactamente iguales, idénticos. La existencia de esos elementos comunes obedece a la universalidad de las condiciones que los generan, pero también a la particularidad que los distingue y la singularidad que los identifica. Así­ que entonces, la idea del desarrollo unilineal promovido por el evolucionismo, neoevolucionismo y positivismo queda en la orfandad absoluta y en la más desafortunada visión de entender el desarrollo histórico de las sociedades.

El Poder “[“¦] –cualesquiera que sean las formas que condicionen su empleo””está reconocido en toda sociedad humana, incluso rudimentaria”¦El poder está siempre al servicio de una estructura social, la cual no puede mantenerse por la única intervención de la costumbre o de la ley, por una especie de conformidad automática de las normas [“¦]”[4]. Esta forma de explicarnos el concepto de Poder en su sentido epistémico nos revela con más claridad la función que los partidos polí­ticos cumplen en las sociedades occidentales o que se autodefinen como occidentales. En ello va la adopción-asimilación del concepto de democracia al estilo de sociedades con formación social históricamente distintas, empero, por las razones de la “costumbre”, buena parte de las sociedades aculturizadas, aún las rudimentarias, adoptan sistemas polí­ticos mal copiados y financiera, logí­stica, administrativa y culturalmente insostenibles. Es pues, –quizás–, una de las principales carencias de genética polí­tica con las que nace la organización y teleologí­a  polí­tica en paí­ses con esas caracterí­sticas.  Pero en esto del poder, podemos concluir que  “”¦el poder polí­tico es inherente a toda sociedad: provoca el respeto de las reglas que la fundan; la defiende contra sus propias imperfecciones; limita en su seno, los efectos de la competición entre los individuos y los grupos”¦el poder como resultado, para toda la sociedad, de la necesidad de luchar contra la entropí­a que lo amenaza con el desorden, como amenaza a todo el sistema”¦” [5].

“La polí­tica la define Cohén como «la distribución, mantenimiento y ejercicio de la lucha por el poder dentro de una unidad social». El poder mismo no es más que aquello que se manifiesta en toda relación de dominación y subordinación, y por  tanto es un aspecto presente en todas las relaciones sociales. Pensar en el poder como fuerza Fí­sica o coerción es no captar completamente la sutileza con que habitualmente se manifiesta, ya que en las transacciones cotidianas el poder se «objetiva, se desarrolla, se mantiene, se expresa o camufla» por medio de sí­mbolos, y todos los sí­mbolos “”o casi todos”” tienen un componente polí­tico [“¦] El sí­mbolo directamente polí­tico es una seña más que un sí­mbolo, por lo que no es particularmente eficaz. Lo polí­tico se manifiesta pues mucho más poderosamente a través de  instituciones ostensiblemente no polí­ticas, como el parentesco, el matrimonio, otros ritos de pasaje, la etnia, el elitismo y diversas ceremonias de grupo. Si el sí­mbolo es prácticamente sinónimo de «cultura», y si todo sí­mbolo es polí­tico, no es sorprendente que Cohén haya afirmado que «la antropologí­a polí­tica no es nada más que la antropologí­a social llevada a un alto grado de abstracción»” [6].

En otra oportunidad retomaré el análisis más exhaustivo sobre la dinámica propia de los partidos polí­ticos y su condición “simbólica” en la sociedad nacional, en ello,  la construcción de su discurso, su práctica cotidiana, su sentido de sistema y, desde luego, el problema de su autopoiesis estructural. Por ahora, señalaré algunos elementos que me resultan importantes para la construcción del concepto de Reconversión.

Reconversión de los partidos polí­ticos

“En el conocimiento común, el empirismo (que comúnmente se confunde con pragmatismo y práctica)  ha sido el ejercicio cotidiano del activismo  polí­tico que confunde la actividad con el pensamiento. El pragmatismo es un Método Filosófico que se plantea la validez de la verdad de otra doctrina a partir de sus efectos prácticos, naturalmente se refiere a postulaciones filosóficas no a los hechos como cosas; más bien, de estos hechos se encarga el empirismo dividido en tres formas:  el empirismo positivista que consiste en  materializar sistemas teóricos generales de tipo lógico propios de la mecánica clásica, es decir, considerar que los fenómenos concretos a los que la teorí­a es aplicable son exclusivamente comprensibles en términos de las categorí­as del sistema. A ello debemos agregar una especie de empirismo particularista que supone que el único saber objetivo es el de las cosas y de los sucesos concretos y finalmente, el empirismo intuicionista que sólo permite un elemento conceptual en la ciencia social y éste sólo puede ser de carácter individualizador [7]; dicho de otra manera, frente a esta deformación del arte de hacer polí­tica, ¿qué es cultura polí­tica?

El concepto aparece en 1963 con el estudio de Almond y Verba The Civic Culture. En opinión de los autores, la cultura polí­tica es el conjunto de actitudes, creencias y sentimientos que dan orden y significado a un proceso polí­tico y que proporciona los supuestos y normas que gobiernan la conducta en un sistema polí­tico, es decir, la cultura polí­tica remite a la forma en que el sistema polí­tico ha sido internalizado por los individuos y supone la existencia de un sistema simbólico que es compartido en general… [8]. Como he señalado en otras ocasiones, la cultura polí­tica adoptada por el pueblo constituye una reproducción de la cultura de los grupos de poder, es decir, lenguaje, conductas, organización y otras tantas que se gestan en los grupos populares, constituyen las representaciones simbólicas  (en algunos casos contrapuestas) de los mismos grupos de poder nacional. Los mismos temores de buena parte de los grupos de poder nacional frente a la competencia internacional se reflejan en los sectores populares en el plano de lo local, es decir, la asimilación de una cultura del miedo reproducida  en las bases y en muchos de los que conducen los Partidos” [9].   

Sin duda que reconvertir los partidos polí­ticos implica reconvertir la historia polí­tica de este paí­s, sobre todo porque éstos han sido el instrumento fundamental desde los cuales se ha organizado el estado nacional. Reconvertir un partido polí­tico implicarí­a entonces, reordenar el estado de manera que lo polí­tico se halle sometido a lo administrativo, pero esencialmente, que lo social (población) determine la existencia de lo polí­tico. Dicha condición darí­a lugar a pensar una nueva forma de estado nacional que pasarí­a de ser un estado polí­tico a un estado administrativo. Quizás, en esa lógica de validar la supeditación de lo administrativo a lo polí­tico, los partidos han dado por autodenominarse INSTITUTOS POLíTICOS. Esto, que más bien parece una forma de auto legitimación de orden administrativo para con ello abrir paso a la validez de sus acciones en las decisiones del estado nacional, no hace más que expresar a trasluz, la verdadera necesidad de los partidos de pensarse como una forma de expresión institucional, la cual, en sentido estricto del concepto, solo ofrece respuesta a la Forma, pero no al Contenido. El concepto supone la existencia del sentido ciudadano de INSTITUCIONALIDAD, la cual, como indico en otros escritos, solo es alcanzada mediante la concatenación identitaria entre los individuos y las instituciones, esa condición identitaria solo se logra cuando los intereses o necesidades de los individuos se hallan reflejadas en las acciones de las instituciones.

Pero he dicho que la Reconversión es un proceso paulatino, concatenado, sincrónico, particular y holí­stico. La complejidad ontológica, teleológica, deóntica y epistemológica requerida para la construcción de un partido polí­tico exige mayores y mejores  niveles de comprensión sobre el desarrollo humano. Todo ello se halla indispensablemente articulado a la territorialidad. Cada territorio, localidad, comunidad, espacio geográfico configura formas identitarias, etarias y cosmovisivas que requieren ser escuchadas e incluidas. La antigua forma de hacer polí­tica mediante la masificación de propuestas, ideas, –quizás algunas de ellas hipotéticamente buenas””no bastan en el siglo XXI.  Hasta hoy, los partidos polí­ticos aún se organizan a la usanza de los siglos anteriores. Promesas de campaña, discurso no representan más que la venta virtual de ideas tales como solidaridad, compromiso, desarrollo, progreso, equidad, sí­mbolos e imágenes y otros tantos que parecieran ser, se han convertido en estandartes polí­tico-ideológicos. La pobreza pues, pareciera ser la principal bandera de la retórica polí­tica. Entonces, la tarea de Reconvertir no es fácil. La superación de anacronismos y fantasí­as difundidas por el activismo polí­tico partidario constituyen en sí­ mismas, la imperiosa necesidad que la población habrí­a de plantearse para reformar tanto la forma de agrupación polí­tica como el estado salvadoreño.  Sin duda alguna, en tanto una sociedad se subsume en el analfabetismo, la cultura de contravalores, improvisación, sin proyecto de vida, sin proyecto de nación, tanto más vulnerable, susceptible, manejable y manipulable se vuelve para la asimilación del discurso, retórica, fantasí­as y deslumbramientos momentáneos, temporales y utópicos de quienes les ofrecen cambios que se adeudan por más de 500 años.

En sí­ntesis, el asunto de la Reconversión habrí­a de comprometer también a quienes hacen de la polí­tica, su medio de vida y de quienes le hacen posible ese medio de vida. Es el estado en pleno. Pero el estado no es una abstracción. Comprende disimiles elementos que se generan y regeneran de acuerdo a los tiempos históricos. Territorio y población se modifican, configuran y reconfiguran en virtud de su necesidad. Esa forma de lenguaje, identidad, proyecto de vida y de nación que se halla en cada territorio habrí­a de convertirse en el medio explí­cito del quehacer polí­tico. Se trata pues, que la Reconversión de los partidos polí­ticos lleve intrí­nsecamente la Reconversión de los territorios (economí­a, polí­tica, vivienda, paisaje natural y arquitectónico, salud, educación, cultura, etc.) que constituyen el compuesto indispensable del concepto de nación.  Desde las premisas anteriores (aunque todaví­a se requiere de la existencia de estos instrumentos ““partidos””polí­ticos para la organización polí­tica del estado), la tarea social de la población se convierte en un sendero sinuoso pero no imposible de transformar.   No es el activismo polí­tico, ideológico o practico lo que representa o satisface  la realización de la función polí­tica de la población, sino, al menos así­ me parece, la organización plena de sus identidades  históricas, culturales, económicas, polí­ticas, ideológicas y sociales la que debe derivar en la organización polí­tica, NO a la inversa.  

La reconversión del estado

Cuando un partido polí­tico sin la debida madurez gobierna en algún tipo de institución, los individuos confunden las relaciones internas partidarias con las institucionales, de hecho,  utilizan dicho recurso como instrumento polí­tico transfiriendo con ello los conflictos de prestigio y poder individuales de sus propios partidos, entorpeciendo el alcance de la identidad de sus trabajadores y del público con el simbolismo institucional que provoca que la gobernabilidad se fracture por la improvisación.  Esa gobernabilidad se resuelve mediante la relación entre necesidad y libertad, entre ambas media la administración, misma que sólo surge efecto mientras los individuos alcancen su ví­nculo con la institución (principio de libertad), caso contrario, la  gobernabilidad solo aparece como expresión del imaginario (principio de la necesidad) y los individuos sólo buscan la satisfacción de sus necesidades de manera  espontánea, inmediata, coyuntural o empí­rica.

Así­ sucede en sociedades con instituciones que emergen o figuran con sentido paternalista, protector o excesivamente ideológico. Normalmente, cuando los factores ideológicos se trastocan con polí­ticas paternalistas, los resultados se traducen en desprestigio, falta de liderazgo, poca credibilidad y mayor confrontación  entre los individuos o  hacia quienes ostentan el poder. Pero el asunto de la administración del estado no es fácil. La administración alcanza su pleno cometido debido a su ví­nculo e interacción irrenunciable con los individuos. Así­ que entonces, convergen una serie puestos y contrapuestos en todas las esferas de la vida administrativa, la cual, debo anteponer, aparece desde la organización humana misma. En esa lí­nea, el concepto de estado como categorí­a normadora de las millones de formas de administrar la vida misma, el estado debe reacomodarse, reconvertirse en sí­ mismo. Y si el estado deseara terminar con esas condiciones de la vida privada, tendrí­a que poner fin a su propia existencia, puesto que la razón de su ser está en relación a los intereses privados”[10]. Siendo el estado en sí­ mismo una forma de institucionalidad de aparente organización de una sociedad civil libre de su actividad polí­tica (ideologí­a, producción, valores, etc.) implica que también el individuo constituye en sí­ mismo una forma de institucionalidad realizada a través de formas, funciones, valores y normas que el individuo ocupa en la entidad en la que se desplaza. Si el estado se crea para la realización de lo privado, entonces la necesidad de lo colectivo se fundamenta en lo particular y por tanto, como hemos dicho, su institucionalidad se expresa en la conciencia individual, en esta lógica, “la esencia del estado moderno es que lo universal esté ligado a la plena libertad de sus miembros y a su bienestar privado”[11] de manera que en el mejor sentido crí­tico de la razón, el estado “no es una institución utilitaria dedicada a la tarea ordinaria de suministrar los servicios públicos, administrar justicia, realizar deberes de policí­a y ajustar los intereses industriales y económicos. Todas estas funciones pertenecen a la sociedad civil. El estado puede sin duda dirigirlas y regularlas de acuerdo con las necesidades, pero él mismo, no las realiza”[12]. En este marco, entre las limitaciones y equivocaciones más importantes en la historia de las instituciones latinoamericanas figura convertir a los sujetos que diseñan las polí­ticas institucionales en ejecutores de las mismas, quienes amparados en doctrinas paternalistas, asistencialistas y/o populistas,  se involucran en la actividad cotidiana del ejercicio civil generando ruptura de las interrelaciones institucionales  y provocando la anarquí­a organizativa de las voluntades individuales. En definitiva, la confusión de los cometidos institucionales producen reducidos ejercicios partidistas determinados por un proceso empí­rico reduccionista, activista, especulativo y espontáneo de la historia. [13]

Reconversión del Estado Polí­tico en Estado Administrativo [14]

Desde el análisis de la teorí­a polí­tica, el estado y la estructura de la sociedad no son dos cosas distintas. El estado es la estructura de la sociedad. Tradicionalmente se ha sostenido la separación entre lo público y lo privado. Al respeto me parece que son más las preguntas sobre ello, que los elementos que amparan esa determinación. Pero es el caso que por ahora no abordaré esa discusión. Únicamente anticipo que lo público es una representación del ser social del individuo y que, por tanto, lo privado es, en última instancia, el principal cometido de todo estado. La defensa de lo privado ´pues, se halla en la defensa misma de lo público.

Si seguimos la interpretación tradicional habremos de suponer que el estado se funda sobre la contradicción entre la vida pública y la privada, entre el interés general y el interés particular, por tanto, la administración debe limitarse a sí­ misma a una esfera de la actividad formal porque su poder se acaba allí­ donde comienza la vida civil. La oposición entre el estado democrático  representativo y la sociedad civil es la perfección de la oposición clásica entre la vida social pública y la esclavitud. La base del estado moderno es la sociedad civil y sus individuos, es decir,  la independencia de este mismo individuo que se liga con otro únicamente por intermedio del interés privado y la necesidad inconsciente.

Históricamente, el estado nacional ha sido polí­tico, no administrativo. La asimilación y continuidad del modelo Colonial ha provocado que el partidismo polí­tico determine e imponga sus propias limitaciones sobre toda la estructura del estado. Argumento entonces, que en este paí­s, la estructura polí­tica estatal es más grande que la misma estructura de la sociedad. Si bien es cierto que hace muchos años hubo un momento en el cual, la Organización del Estado Nacional apenas cubrí­a las necesidades de la población, especialmente de los sectores marginados; hace apenas pocos años, el proceso de globalización y la disposición del capital transnacional, han transformado el estado en una venta masiva de servicios que supera las posibilidades de compra de la sociedad, lo que implica limitaciones para su asimilación, utilización y sobre todo, su control en función de su desarrollo y progreso. Dicho volumen o masividad de servicios, deja como resultado la inmadurez institucional en buena parte de las áreas del aparato estatal y en consecuencia, la plena burocratización del estado, la instalación de servicios inapropiados, el gasto gubernamental sobregirado, la ineficiencia de las instancias o instituciones que representan el estado y con toda seguridad, la facilidad para el surgimiento de la corrupción y rezago social. Precisamente por lo que señalo anteriormente sobre el “nuevo rol” de los estados, su reconversión implica el reordenamiento territorial polí­tico-administrativo, la debida explotación y recuperación  de los recursos naturales, la reorganización de las atribuciones polí­ticas de los partidos, capitalización de los recursos humanos, la pertinente y apropiada función, servicios y competencias de las instituciones de gobierno articuladas con la organización social.

De lo micro local del municipio hacia lo nacional en la reconversión del estado

Geográficamente, el municipio constituye la unidad polí­tico–administrativa más pequeña del estado nacional, sin embargo, no es solo eso. En él se configuran todas las esferas de la vida del estado. Historia, cultura, economí­a, individuo, familia, comunidad, recursos humanos y naturales, lenguaje, sistemas polí­ticos, paisaje natural urbano y rural, en fin, todo aquello que hace posible la existencia de la vida misma de la población. Así­ que entonces no es solo geografí­a. Pero para cada una de esas esferas se derivan múltiples categorí­as, indicadores, conceptos. Por ejemplo, en la esfera de lo económico, debido al diseño antiguo heredado del Perí­odo Colonial, los municipios en el paí­s responden predominantemente a convertirse en dormitorios o en una especie de granjas de producción semi-industrial, agrí­cola o de servicios. Desde luego esto no significa problema alguno, por el contrario, ofrecerí­a mayor significado, importancia y trascendencia, si existiese un proyecto de nación orientado para esos fines. Pero la realidad parece ser, como lo anoto anteriormente, que los municipios muy poco han transformado su paisaje natural, arquitectónico, polí­tico, económico y cultural. El territorio en términos generales, continúa siendo una inmensa estepa verde con incrustaciones simbólicas de urbe. Esto quizás explica por qué el PIB generado en cada municipalidad no se queda en la misma y, en consecuencia, por qué la administración pública ““alcaldí­as””depende predominante del pago de tasas e impuestos. La municipalidad no capitaliza su propia riqueza poblacional y territorial y esto, que podrí­a parecer anodino, resulta ser ““quizás””una de las más importantes configuraciones de la identidad nacional. La pertenencia a un territorio, a una nación, no está dada por el lugar, el territorio, sino, por lo que ese territorio ofrece para la construcción de esa identidad. Se requiere entonces de la transformación holí­stica de la universalidad en virtud de lo particular y singular, se requiere construir la propia historia para poder cambiarla.  “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa [“¦] [15], ¿ y si la historia se repite como farsa, entonces, qué sucede con lo polí­tico que vende ilusiones, imágenes, discurso y que muy poco o nada trasforma? Al final entonces, el discurso y las ofertas de la esfera polí­tica solo fortalecen y perfecciona la maquinaria del estado, del poder, pero no la transforma.

Pero he dicho que este mundo que hoy vivimos ya no es un imaginario polí­tico. “Las identidades emergentes y la lucha por territorios de las micro o macrosociedades habrán de generar expulsiones y movimientos migratorios que conlleven a nuevas conformaciones humanas, incluso, los estados nacionales con economí­as dependientes pasarán a convertirse en estados nacionales de todos; es decir, el surgimiento de Estados sin fronteras  jurí­dicas, polí­ticas, económicas divididos por simbologí­as territoriales en los cuales solo la cultura hará la diferencia. Naturalmente, los estados industrializados lucharán por el predominio de su particularidad polí­tica, económica y étnico-cultural; en tal contexto, las discusiones geopolí­ticas sobre la función, posición y condición de los paí­ses dependientes adquieren mayor importancia debido a las particularidades de las pequeñas localidades que les conforman, es decir, a las riquezas humanas y materiales que dichas localidades deban aportar a la globalización a partir de dos componentes fundamentales: 1º) la reorganización polí­tico-administrativa  (gobernabilidad local y participación ciudadana)  y  2º) su valor económico mediante el surgimiento de unidades comerciales de rápida circulación de mercancí­as que aseguren la rápida circulación del dinero de los grandes capitales y su respectiva transfiguración en diversas formas técnicas, tecnológicas y monetarias jurí­dicamente “legales”. En este sentido la pequeña localidad deja su condición histórica de invisibilidad y pasa a ocupar un nuevo rol en la reorganización polí­tica-económica del estado en el cual, el fenómeno migratorio globalizado y su peso monetario,  étnico y cultural  han hecho emerger los antiguos territorios diminutos  que hoy representan y constituyen las principales fuentes de captación y circulación de dinero tanto en lo local, nacional y regional” [16].

El problema del escepticismo polí­tico

Como señalo al inicio de este trabajo, denomino escepticismo no solo al factor de la credibilidad polí­tica, sino, fundamentalmente, a la ruptura de la identidad histórica, polí­tica, social y cultural que se produce en los individuos por causa del vací­o de la identidad nacional, por el terreno que gana la desesperanza. Sin bien, son los individuos los que hacen posible el sentido de nación e identidad, también, sobre ellos mismos actúa el desequilibrio y asimetrí­a entre las identidades que producen y las que reciben, en este caso, muy poca o nula por parte de un estado, de un paí­s, que muy poco les ofrece y otorga y mucho les demanda y exige.

En términos precisos, el escepticismo en la antigí¼edad se conoce principalmente como el pensamiento de Pirrón y su escuela; era un escepticismo no diferenciado de la discusión y la enseñanza de la filosofí­a [“¦] pero debido a su evolución y contrastando con sus orí­genes, el escepticismo hoy en dí­a puede situarse sobre prácticamente cualquier espacio dentro del sistema social o a nivel de un sistema psí­quico donde por lo general solo afecta un conjunto de sus representaciones, pudiendo estar totalmente ausente en otras[“¦][17]. Luhmann decí­a que todo lo que existe pertenece siempre a un sistema o al entrono, y cada cambio de un sistema significa también un cambio en el entorno. El subsistema polí­tico es uno de los subsistemas en los que se organiza el sentido de las sociedades más desarrolladas. Luhmannn señala que el código propio del sistema polí­tico, mediante el cual se produce, selecciona y procesa la comunicación, gira en torno a dos instancias fundamentales: el gobierno y la oposición. Lo que parece notable es que el escepticismo, como forma de comunicación autorreferente de la duda, es capaz de situarse sobre este código como un hipercódigo capaz, al transformar en duda el discurso del gobierno y la oposición, de sustraerlo de su especificidad como subsistema y proyectar un escepticismo que elabora su juego de sentido con términos propios de la polí­tica [18]

Ciertamente el escepticismo, como estado psí­quico producto del pensamiento implica la concatenación de varios factores, de varias y distintas esferas de la vida. Lo concreto en el pensamiento no surge como resultado, sino como punto de partida del pensamiento que conoce y se abre de múltiples maneras de tal suerte que deja de ser concreto para convertirse en abstracto y luego vuelve a su condición concreta. Me ocuparé de explicar esta idea y por qué sostengo que el escepticismo no debe entenderse, y menos en polí­tica, como la respuesta del pensamiento a la falta de credibilidad.

La creencia ideológica, afí­n o partidarista supone el pleno convencimiento del individuo sobre las figuras., sí­mbolos, ideas que ese partido le expresa y sobre lo que el individuo se siente conforme y plenamente representado. Para ello, el discurso polí­tico aparece como como instrumento importante que se articula con la necesidad del individuo, independientemente que este individuo reciba o no, beneficios directos del partido polí­tico. Lo que permite su adhesión, identificación polí­tica con ese partido no es el beneficio directo, sino, principalmente, la articulación y concatenación de sus ideas, aunque ambas, se hallen resueltas en otro individuo. Pero he dicho que en polí­tica, el pensamiento (psiquis) de los individuos requiere tanto de lo simbólico-ideológico (concreto) como de lo holí­stico, es decir, en este caso, ese pensamiento llamado escepticismo no responde únicamente a lo simbólico-ideológico, también debe ser comprendido, observado y resuelto por lo que hace a su entorno histórico, cultural, educativo, social, territorial. Cumpliendo con ello, el partido polí­tico se asegura de su propia existencia no solo en lo fácilmente observable (propaganda, logos, etc.), sino, fundamentalmente en las psiquis de los individuos. 

Precisamente esa forma de vinculación-articulación partido polí­tico-individuo se ha perdido. Esa desarticulación entre lo que hace al individuo (familia, comunidad, ideologí­a., territorio, historia, etc.) ha generado el problema de la pérdida de identidad tanto de los individuos como en la nación. Las desidentidades, desesperanza no recaen únicamente entre los individuos sino, por mucho, en el mismo concepto de estado. La polí­tica no se convierte en un sí­mbolo de esperanza para recuperar y producir lo propio desde lo propio, por el contrario, la polí­tica ““parece ser””avanza en sentido inverso. No se trata de la falta de credibilidad en los individuos que participan en polí­tica, sino, peor aún, de lo que ellos representan, del simbolismo, de sus ideas, de la representación de aquello que haya lejano a las identidades emergentes de la población y sobre todo, de la acumulación de lo anacrónico.

Ser escéptico no es no creer, sino, no creer en lo que nos quieren hacer creer. Se puede ser escéptico en la economí­a, la cultura, las relaciones interpersonales, la salud, en fin, en cualquier esfera de la vida no por intervención del discurso, por lo que se escucha o se ve. Se puede ser escéptico porque en definitiva se trata de las formas en las que se construye el pensamiento y desde luego, de las condiciones en las que ese pensamiento se realiza. La objetividad de la Reconversión de los Partidos Polí­ticos y el Estado entonces, no constituye una abstracción, es, en esencia, la categorí­a fundamental sobre la que se rompe el escepticismo en cualquiera de las esferas, en cualquiera de los proyectos de vida personal, familiar o colectiva, es, la esencia del proyecto de nación propio. 

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[1  y 2] Ticas, Pedro, Crisis y agotamiento en la polí­tica partidaria salvadoreña: notas sobre antropologí­a polí­tica, Co-Latino, jueves 13 de febrero de 1997 y Cambios culturales, economí­a y migración en Intipucá, Ed. Universidad Pedagógica de EL Salvador, 2007.
 [3] Balandier, Georges, Antropologí­a polí­tica, Nueva Colección Ibérica, Ediciones Pení­nsula, Barcelona, 1969.p.42
[4] Balandier, Georges, Ibidem.p.43
[5] Ibí­dem. Op. Cit. p.44
[6] Lewellen, Ted C., Introducción a la antropologí­a polí­tica, Ed. bellaterra 2000, Barcelona, España, 1994. p.141
[7] Silva Ruiz, G. Teorí­a sociológica clásica Talcott Parsons, Ed. UNAM, México, 2000
[8] Almond Garbiel, Verba Sydney, The civil culture political actitudes in five nations, Princenton University Press, 1963, en Enrique Cuna Pérez, El Cotidiano, UAM, México, Octubre 2005, Pág. 16
[9] Ticas, Pedro, La reconversión del estado salvadoreño: un proyecto de nación propio, 1ª. Parte, Co-Latino, viernes 15 de mayo de 2009. p. 20
[10]  Fábregas, Andrés, Antropologí­a polí­tica, Ed. Prisma, México, 1976. Pág. 31
[11]   Hugh, Reyburn, The Ethical Theory of Hegel: A Study of the la Philosophy of Right, Oxford, 1921. Secc.270
[12]  Sabine, George, Historia de la teorí­a polí­tica, Ed. FCE, México, 1970. Pág. 481
[13] El texto en cursiva en este párrafo ha sido tomado de: Ticas, Pedro, La reconversión del estado salvadoreño: un proyecto de nación propio, Co-Latino, Viernes y sábado 15-16  de mayo de 2009.pp.20 y 16, respectivamente.
[14] í­dem. Óp. Cit.
[15] Marx, Carlos, 18 Brumario de Luis Bonaparte, Capitulo I. Londres, 23 de junio de 1869. Publicado en la segunda edición de la obra de C. Marx. "El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte", publicada en Hamburgo en julio de 1869.
[16] Ticas, Pedro, La reconversión del estado salvadoreño: un proyecto de nación propio, 1ª. Parte, Co-Latino, viernes 15 de mayo de 2009. p. 20
[17] Molina y Vedia Silvia, Escepticismo polí­tico, la construcción de dos modelos de operación-observación, Ed. Universidad Nacional Autónoma de México, 1994.p.102
[18] Luhmann, Niklas, Sistemas sociales, Cit. en: Molina y Vedia, Silvia. Ibí­dem. Óp. Cit. p.32

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