Por Carlos F. Imendia
Las preguntas sobre esta terrible enfermedad, es que: ¿cuándo terminará?, un infante pregunta a su padre: ¿Cuándo cesará el virus? El cual no sabe responder con certeza cuando. Los niños extrañan sociabilizar con otros en los patios de los colegios, jugar mica perseguirse y gritar; jugar futbol o basquetbol, los maestros extrañan enseñar en las aulas de clases, interactuar con sus alumnos, preguntar, ver quien está poniendo atención, regañar al que platica, etc.
Actividades que se congelaron en marzo de 2020, parecidos a la mañana en Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Sólo que en vez de ser arrasados por una onda expansiva de una explosión, el mundo sucumbió ante un virus microscópico que no se sabe de dónde viene ni a donde va, en que superficie se encuentra y con una letalidad inimaginable.
El mundo conoció el COVID19 como lo más extraño y mortal, desde las impactantes imágenes de gente muriendo en el metro de Wuhan, China, desconocimos lo complejo, sus variantes, y el poder destructivo del virus, que se hace más contagioso, e inicia nueva oleada de contagios y muerte, los australianos e israelíes cantaron victoria, y pudimos ver que la pandemia había sido superada por esos países, pero de repente, nuevos contagios y más muertes diarias.
La OMS, incesante en sus recomendaciones, minuciosamente atenta al actuar del virus en la humanidad, todos los meses revela algo nuevo, nuevos síntomas, nuevas variantes, etc. Las vacunas, han sido la esperanza para la humanidad, pero vemos que así como el viento sobre el mar levanta una poderosa ola que se va convirtiendo en una inmensa pared de agua acechando en romper con fuerza, así vienen más oleadas de contagios y muerte sobre la humanidad frágil, ahora el Delta Plus.
¿Cuál es la esperanza de los científicos al respecto? La mente humana aún es incapaz de predecir qué sucederá, las computadoras, aún la misma inteligencia artificial, cual es la eficiente solución contra el coronavirus, unos dicen la mascarilla, usarla todo el tiempo, pero más allá de las recomendaciones de bio-seguridad, la humanidad se aleja un poco de la confundida respuesta científica y vuelve a sus raíces espirituales, a buscar la respuesta no en hombres y mujeres que aún están en los laboratorios haciendo pruebas e informándose más, tratando de domar a la bestia viral, la humanidad no busca la respuesta en la ciencia, sino en lo espiritual, lo que la ciencia no puede alcanzar.
La confianza divina es lo único que queda, cada quien en sus religiones monoteístas, en el caso del cristianismo, sólo Dios es nuestra salvación ante los distintos escenarios pintados por la realidad científica, en donde se suelta la sentencia súbita: Al paso que vamos a todos nos va dar y muchos morirán. Dios es el rayo de esperanza en la cama del hospital y en el oxígeno que entra con fuerza en los pulmones de las personas. Esa precisa frontera entre la fe y la ciencia. ¿Qué más hay?