Ante la restauración oligárquica fascista
La restauración oligárquica se abrió camino. No pudo hacerlo mediante un simulacro de “moderación” izquierdoderechista porque los republicanos pudieron más que los demócratas en la lucha por el control del Triángulo Norte de Centroamérica, así que las facciones oligárquicas en pugna (dionisistas y arzuistas) se unieron y eligieron el camino político del fascismo (al estilo de Bolsonaro) para que el Plan para la Prosperidad ―es decir, más mineras, más hidroeléctricas, más palma africana y más militarización de fronteras para atajar migrantes― se entronice aquí como forma de “desarrollo económico”. En otras palabras, el mismo sistema oligárquico fracasado (porque expulsa a su fuerza de trabajo hacia Estados Unidos) se impone, no con rostro “democrático” ni “moderado”, como era el plan inicial, sino con el de un “Duce” tropical con un garrote militar en la mano, el cual blande como “método” de ejercer la “democracia”, la “justicia” y el “bien” en nombre de la tríada sagrada: “Dios, patria y libertad”. El país vuelve a ser finca con todas las de la ley.
Aquí no vale lamentarse porque no quedó de dos males el mejor sino el peor. Aquí lo que vale es ya dejar de lado todo tipo de hipócrita “moderación” (de izquierda o de derecha), toda forma de “lucha popular” financiada por el capital especulativo y armamentista de Soros y otras agencias al servicio del neoliberalismo, y todo simulacro de “progresismo” esgrimido en nombre de que “los tiempos han cambiado” y de que “no hay que quedarse en el pasado”. Sobre todo, porque el regreso al pasado lo instaura la derecha oligárquica con su restauración sistémica y con su evidente hegemonía ideológica medieval de amos y siervos, buenos y malos, fuertes y débiles, salvos y condenados.
Aquí lo que necesitamos hacer es reeducar al pueblo ignaro que vota por sus verdugos, pero no con el estúpido sistema educativo vigente, sino con la educación popular en formación política de clase, creando un estamento amplio de cuadros formados en economía política, en teoría del poder, en cómo funciona la lucha de clases y en la necesidad del sacrificio para que la gesta popular tenga un sentido popular. Lo cual quiere decir dejar atrás la mentalidad de necesitar financiamientos externos para reivindicar intereses del pueblo como tierra, territorio, trabajo, salarios, prestaciones, igualdad de oportunidades, justicia social y Estado plurinacional.
Para ello hay que botar la máscara de la “moderación” y el oenegismo progre, porque son cómplices de la restauración oligárquica, y organizarse con el instrumento político del pueblo sin pretender decirle lo que tiene que hacer. Sólo así podremos remontar la restauración oligárquica que, en modalidad fascista (y ya no “moderada”), pesará sobre nosotros desde el 2020.