viernes, 3 mayo 2024

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Siempre estamos pensando en ir más allá de nuestros límites. Creemos ser dioses cuando descubrimos algo que no sabíamos y nos engalanamos en dulces gestos hipócritas que solo dañan el placer de saber, de conocer, de auscultar la realidad sin necesidad de estarla tergiversando, que también es posible, y es un instrumento de comunicación que se usa para poder alterar los tonos y sabores de la opinión pública, se utiliza en campañas publicitaras de toda índole y, especialmente, en campañas políticas cuyo objetivo es el desprestigio del oponente a través de la tergiversación de la información.

Y es por eso que quisiera que pensáramos por un momento en lo que ha sucedido en la Historia (guerras, masacres, anarquía, sometimiento, olvido) y lo que significa vivir en el presente, en el hoy, en el ahora. Es evidente que cargamos una herencia mortífera. Los dibujos animados japoneses, mexicanos o estadounidenses, configuran las pautas de conducta, y por eso los padres ponen a sus hijos a ver televisión, para que sus hijos sean adoctrinados por el mainstream. Lo mismo con Internet. Lo mismo con cualquier otra forma previa de masificación y difusión de la información. Pero no es por esto que cargamos una herencia mortífera, o más bien, no está ahí lo más mortífero del asunto, en medio de las pautas de conducta que eslabonan el acontecer de la cultura se ha dado una constante histórica: la espiral de violencia.

Imaginemos espirales: giran como un tornillo, pueden ser un resorte de una cama o un agujero negro, y si decimos que la espiral de violencia se introduce en el cuerpo social, enterrándose, entonces digamos también que la espiral de violencia solo puede extraerse del cuerpo social a través de una regresión cultural deconstructiva de la violencia.

Suena complicado si lo enunciamos de ese modo.

Mejor dicho: si fuese un tornillo el que ha entrado en una llanta, hay dos formas de extraerlo, con un instrumento que lo arranque de un tirón o haciéndolo girar hacia atrás con los dedos, en ambos casos, es una fuerza externa la que propicia la salida del tornillo y, ¿qué hay de los agujeros negros que se tragan todo a su paso?, si la espiral de violencia fuese como un agujero negro, podríamos concluir que no sabríamos qué hacer para evitar ser engullidos, porque poco se puede expresar sobre el resorte roto de una cama en la que tuviste tus mejores orgasmos, y si la espiral de violencia es como un resorte de cama que ya no puede resistir tanta violencia, para evitar que se rompa, es necesario parar la violencia a través de acuerdos basados en transigencias recíprocas, como le gusta decir al filósofo coreano Byung-Chul Han, lo que no es otra cosa que darnos cuenta de que los demás van a fallarnos y que nosotros también vamos a fallarles, aceptación simple y llana de lo perecedero de nuestros sueños, ideales y fantasías que se nos introducen como si fuese el instrumento de los hipnotistas, esa espiral que gira y gira y gira y nos duerme hasta el punto de convertirnos en seres dóciles y receptivos a cualquier imperativo y, si la espiral de violencia fuese ese instrumento, entonces eso explicaría la psicosis colectiva que habitamos, donde impera la desconfianza, la trampa, la corrupción, las mentiras, el crimen, el engaño.

Y es que vivimos en una sociedad atravesada históricamente por una espiral de violencia que se agudiza mientras el mundo se rompe. Y qué hacemos, qué podemos hacer, qué debemos hacer con el cambio climático soplándote en la nuca, con el auge del neofascismo en el mundo limpiando las aceras de las ciudades, con las guerras en Medio Oriente acribillando tus mañanas y con la angustia de día a día repetir los mismos solfeos, de escondernos en meditaciones inconclusas de asuntos que ya sabemos y decisiones que no nos atrevemos a tomar por miedo o por falta de astucia. Pero en serio, díganme, qué vamos a hacer para parar la espiral de violencia si todas las personas de este territorio departimos de ella en la cotidianidad, ¿hacemos algo o no hacemos nada?

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Rodrigo Barba
Rodrigo Barba
Analista local
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