En 1968, con la ascensión al poder del general Fidel Sánchez Hernández -entonces aún coronel-, El Salvador abre un intento de modernización del capital. Los Estados Unidos aún no salen de su asombro ante la revolución cubana. Se les evidencia que la situación de pobreza de Latinoamérica hace de esta región, un caldo de cultivo para los cambios hacia el socialismo. Los cuadros más sobresalientes del Partido Demócrata norteamericano adoptan un discurso populista. Es así como Bobby Kennedy habla de reforma agraria. A esas alturas, después de la guerra Honduras-El Salvador, es clarísimo que la integración centroamericana con base en los esquemas oligárquicos agroexportadores, es un rotundo fracaso
Dentro de este marco, llega a la presidencia de nuestro país, un militar cuya principal virtud era la de ser "bien portado". Como hombre de armas, nada sobresaliente; como figura pública, anodino, feo, pequeño, de hablar gangoso y arrastrado. Un antilider. Lo más sobresaliente de su personalidad era un acendrado anticomunismo, tan sólo comparado con su fanatismo por el fútbol.
Curiosamente, contó con un equipo de gobierno formado por los cuadros más sobresalientes de la burguesía. Roberto Poma, Roberto Murray, Mauricio Borgonovo, Enrique Álvarez, etc. Entre ellos estaba, al frente del Ministerio de Educación, un joven intelectual, que se había destacado en las letras y la diplomacia, el Licenciado Walter Béneke.
Con este equipo implementaría el programa de gobierno prometido en la campaña, el cual consistía en cinco reformas básicas a la estructura estatal, entre las que estaba la educativa. En este campo, Béneke se basaría en sistemas experimentados en Japón, con apoyos tecnológicos, como era el caso de la Televisión Educativa. Las cinco reformas, además, se complementaban entre sí, buscando un mismo objetivo, el cual se resumía en el proyecto de desarrollo capitalista de la llamada "industria sin chimeneas", o sea el turismo. Esta actividad económica vendría, a la larga, a sustituir a la agroindustria, como el sostén del país. Dentro de este esquema, la educación exigía la generación de técnicos medios, en todos los campos de la economía. Así se fundaron los bachilleratos diversificados, que ofrecían la opción de una especialidad en diversas carreras cortas. En una jornada se estudiaba las materias comunes de bachillerato y en la otra, las materias vocacionales. El Bachillerato en Artes fue uno de los principales objetivos en este plan, posiblemente por un sueño de visionario de Walter Beneke, quien abrió un espacio de expresión artística y cultural para la juventud de ese entonces.
Para fundar este Bachillerato, eliminó la Dirección de Bellas Artes, con sus escuelas y elencos, dejó cesantes a los profesores nacionales y trajo un grupo de extranjeros para servir las materias vocacionales. Como resultado de esto, se introdujeron en el arte, técnicas y conceptos modernos y, sobre todo, se sistematiza la formación artística.
El Bachillerato en Artes contenía tres escuelas: Artes Plásticas, Música y Artes Escénicas. Los primeros ocho años fueron muy fructíferos, produciendo un buen grupo de artistas profesionales, los cuales procedieron a situarse en el ámbito cultural de nuestro país y el extranjero.
Sin embargo, la reforma educativa pareciera que solamente existía en el cerebro de Béneke. Una vez él estuvo fuera del Ministerio, comenzó un deterioro del programa, el cual se intensificó y aceleró con el correr de los años. Para el caso, la Televisión Educativa se convirtió en un cascarón, lo mismo que todas las dependencias culturales, en cuenta el Bachillerato en Artes.
Este centro educativo, ya sin apoyo económico y político (en cuanto a lo económico, fue desfinanciado y en lo político, se le relegó a última importancia), fue perdiendo su verdadera misión. En realidad, nunca tuvo mucha claridad en cuanto a ésta. La planificación del mismo adolecía de muchos errores, comenzando porque el estudio del arte requiere de más que un noveno grado como pre-requisito; sin embargo, una de las mayores virtudes que tuvo en sus primeros años, fue el enorme estímulo a la creatividad que brindaba en su educación, y eso, en lo sucesivo, se perdió casi por completo.
El CENAR, como se le llamó después (Centro Nacional de Artes), se convirtió, poco a poco, en una escuela más, donde el estudiante llega por las mañanas a escamotear calificaciones en las materias comunes y, por las tardes, a enfrentar unas clases artísticas, impartidas sin imaginación y sin el sentido creativo de los primeros años.
Las escuelas, a lo largo de los años, han afrontado crisis agudas. La más afectada fue la de Teatro, que llegó, incluso, a desaparecer por inopia de alumnos, en el año 82. Artes Plásticas, llegó a su punto más bajo, en el año 92, aunque en la actualidad presenta una ligera mejoría. Por su lado, Música es, aparentemente, la más estable, pero con un sistema caduco de enseñanza, sin el menor sentido de creatividad. Los egresados salen como empíricos de escuela, donde sólo han recibido una práctica instrumental, sin ningún enfoque de fondo. En solfeo, aún se está empleando el método de Ilarión Eslava, el cual ya pasó a la historia hace más de medio siglo en el resto del mundo.
Teatro, por su lado, ha tenido que enfrentar un despiadado despojo de su patrimonio, al punto de quedarse sin local. En el nuevo edificio, no hay ni un solo salón que reúna condiciones pedagógicas para las clases de actuación y, por si fuera poco, el espacio asignado a la Escuela ha sido ocupado por las otras ramas e, incluso, por los ordenanzas, quienes han convertido un camerino en cocina y salón de descanso.
Lo más lamentable es la displicencia con que, en general, se toma la formación artística en todas las escuelas. Son muy escasos los docentes que discuten sobre arte y problemas estéticos o se toman un tiempo para asistir a eventos artísticos donde ellos no están involucrados. Como resultado, los egresados de los últimos diez años que, de alguna manera, están enfrentando la creación artística, son muy pocos. Poquísimos. Valga mencionar, en Plásticas, a Ronald Abrego, Filipo Villalta; en Teatro, Ingrid Elías, Guadalupe Iraheta y en Música, aparte de los muchachos que absorbe la Orquesta Sinfónica como ejecutantes, una especie de obreros del sonido, podría mencionarse a algunos jazzistas y músicos populares. Por otro lado, el ámbito artístico se nutre de otras escuelas, como la Universidad José Matías Delgado.
En la actualidad, el CENAR se ha atomizado en pequeños feudos; inclusive dentro de cada escuela, perviven dos o más, donde los profesores y empleados cutarrean tiempo, sobresueldos y otras cosillas. Las políticas ministeriales de desarrollo educativo no llegan hasta allí y los salarios son extremadamente bajos. Por si fuera poco, la acefalía es endémica. En los pasados cuatro años, la institución ha tenido siete Directores. El último duró seis semanas.
En las esferas superiores, se habla de cerrarlo, para abrir un Conservatorio tipo Bellas Artes. Esa sería la peor de las soluciones. En realidad, lejos de una solución, sería una torpeza. Es más fácil matar a un enfermo que curarlo. Además, es justo decir que semejante descalabro no es responsabilidad exclusiva de los docentes y empleados del CENAR. De eso es que quiero hablar a continuación.
Después de muchos años de conocer a mi gente, es decir, los compañeros del CENAR, ellos me han escuchado muchas veces decirles estos conceptos de frente y sin ningún ánimo de ofensa, tan sólo como un reto a romper este círculo vicioso. Sé positivamente que ellos tienen deseos de trabajar, pero es muy difícil automotivarse, año con año, sin recibir una respuesta de las instancias superiores. Esto es suficiente para que cualquiera pierda la voluntad de trabajo.
La dolencia del CENAR es un problema de enfoque de la educación en general. Hasta ahora, hemos seguido con mucho interés el proceso de reforma educativa, aunque no deja de ser frustrante que, ni la educación superior ni la básica contemplan el aspecto emocional, o sea el arte dentro de su esquema, como parte orgánica del sistema. Por su parte, CONCULTURA no define políticas de desarrollo, pareciera que, por esas alturas, las cosas se deciden por un estilo presidencialista impositivo de trabajo. Los cargos de asesorías y direcciones, se toman con la ceremonia de un sínodo eclesiástico, pero no como una responsabilidad de generar trabajo.
La situación salarial del docente del CENAR es lamentable. Un elevado porcentaje anda por debajo de los dos mil colones. Los programas de actualización y capacitación son inexistentes, aunque difícilmente podrían recibirlos por los compromisos que los docentes tienen fuera de sus horas de labores, dados los sueldos tan exangües. Por su parte, los funcionarios de CONCULTURA tienen sueldos envidiables y disfrutan de seminarios, viajes y otros privilegios.
El problema del CENAR, como podemos apreciar en estas reflexiones, es muy agudo. Pero tiene solución. Ahora bien, es muy importante que comprendamos algo y es que el primer elemento para una solución es que exista voluntad política de parte de las instituciones estatales de la cultura y del Ministerio de Educación. De lo contrario, nadie de dentro del CENAR, por mucha capacidad que tenga, podrá hacer nada. Para muestra véase la cantidad de directores que han habido en los últimos cuatro años. Y los que faltan por pasar en los próximos. La salvación del CENAR tendrá que ser una operación de emergencia y que involucre a toda la comunidad, trabajadores, docentes y niveles de dirección. Estoy seguro que, una vez los compañeros del CENAR se sintieran verdaderamente apoyados, retomarían la mística de trabajo que existió en los primeros años y estarían dispuestos a trabajar duro por sacarlo adelante. Además, es necesario que veamos claro que el no encontrar una solución a los problemas de la institución, es equivalente al fracaso de CONCULTURA y el Ministerio de Educación, para desarrollar un proyecto bajo su responsabilidad.