Estamos a punto de finalizar un ciclo político. Un ciclo marcado principalmente por cosas negativas, donde la polarización fue la principal joya de una corona de poder, decorada con ineficiencia, falta de visión, corrupción, nepotismo, instrumentalización del Estado y sus instituciones, así como con una ausencia generalizada de ética, sentido de servicio e interés legítimo por el bien común.
La historia de ARENA y del FMLN se cierra de la peor manera posible para cualquier instituto partidario. Con una estructura debilitada, luchas internas de poder, ausencia de relevo generacional, falta de liderazgo, salpicaduras de corrupción al más alto nivel, cuando cada uno de ambos partidos estuvo en el poder y, quizá lo más indignante de todo, como dos aliados en contra de la población, ambos buscando cuidarse la cola ante la demanda de justicia y verdad para las víctimas del conflicto; un conflicto en el que altos dirigentes de los dos partidos, o miembros de grupos de poder que están detrás, fueron responsables de crímenes y masacres.
El Salvador, luego de 30 años, no puede vanagloriarse de cambios sustantivos, menos aún de reformas estructurales. Se ha sobrevivido y punto. El país ha sobrevivido, en buena parte, gracias a los que se van, a los que ha expulsado, a los que el país les queda pequeño para sus sueños, incluso cuando el sueño solamente es tener un empleo digno o no temer por su vida cada día. Se ha hecho menos que lo mínimo para surfear en esa ola de países “en vías de desarrollo”, cayendo en las fachadas de un desarrollo determinado por macro indicadores, muchos de los cuales han sido construidos sobre una base que posee, por lo menos, 50 años de haberse definido.
La migración, la violencia, la indigencia, la desprotección, la insuficiencia en los fondos de pensiones, los congestionamientos, la falta de agua, la contaminación del aire, la desforestación, la insostenibilidad alimentaria, los delitos sexuales, los feminicidios, la poca esperanza y deseo de quedarse en el país, el autoempleo, el desempleo, la baja calidad educativa, la inseguridad, el deterioro de la infraestructura educativa y sanitaria, la inseguridad, el desabastecimiento de medicamentos, la deuda externa, el déficit en la generación de energía, la falta de regulaciones en la función pública, el uso personal de las instituciones, son, entre muchos, algunos de los problemas que en 30 años crecieron ante una gestión gubernamental irresponsable, cortoplacista y desintegrada.
Y es así como los dos grandes partidos que tuvieron la oportunidad histórica de darle a este pueblo el país, las condiciones de vida y los servicios púbicos que se merece, la desperdiciaron. Una oportunidad que, según la tradición electoral, no se vuelve a dar. Condenados a su extinción, no han logrado siquiera, con sus últimas acciones, ser considerados “de grata recordación”. Los escándalos siguen saliendo a luz pública, los derroches de cada uno de los ex mandatarios le han dado al país un lugar como ninguno en el que estos pasaron de ser presidentes a presidiarios; o casi presidiarios, perseguidos casi todos por la justicia. Un sector especial debió establecerse en un centro penitenciario exclusivo para aquellos servidores públicos que, seguramente, tendrán más compañía en los próximos años.
ARENA y el FMLN se despiden como opciones de gobierno. Su reconstrucción o resurgimiento es muy improbable. Esta sociedad polarizada encontró en la indignación hacia ambos partidos un punto de coincidencia. La corrupción empieza a tomar el lugar que debe en la agenda política y en la mente y concepción de la población. La corrupción, como sello característico y compartido de quienes en su momento se creyeron dueños del país, sin importarles el destino de cada uno de los que lo sostenemos, se muestra cada vez con menos maquillaje. ARENA y el FMLN, sin duda, representan 30 años de historia llena de capítulos nefastos que hoy pagamos todos. Por ello, no nos queda más que despedirlos sin pena ni gloria. Ante todo lo que pudieron hacer, ante la oportunidad histórica de dejar huella en una mejor calidad de vida para varias generaciones, sus acciones y decisiones los llevaron a un solo camino, ese que los obliga hoy a salir como la mayor vergüenza de la patria, por la puerta trasera.