Por Hans Alejandro Herrera.
Las bodas convencionales suelen ser rígidas. Llegas vestido de trajes después de enfrentar el congestionamiento de media ciudad. Sigue luego escuchar por una hora el ritual, después la fiesta, que más valga sea cerca. Bailas, comes, vuelves a bailar, y regresas cansado a tu casa, y al día siguiente comienza tu rutina de nuevo. Unas semanas después ni te acuerdas de la boda.
Una amiga me comentaba que en promedio asistía a cuatro bodas al año. Cuando le preguntaba cuál recordaba, me decía que prácticamente ninguna, si es que no confundía una boda con la otra. Volví a preguntarle si le gustaría que su boda fuese una así, y me contestó de arranque que no. Ella quería que fuera inolvidable, como lo fue la boda de una amiga suya, porque no fue en la ciudad sino en Máncora. «Me acuerdo de todo», me decía «porque era una boda que más se parecía a unas vacaciones para los invitados. Yo quisiera que si me caso, sea así».
Muchas veces las bodas convencionales pueden ser estresantes, pero las bodas destino invitan a entrar en una atmósfera de comodidad en que los invitados se sientan más naturales. En la actualidad hay un boom respecto a estas bodas, que son más eventos que otra cosa. Usualmente duran tres días. Países como México, República Dominicana o Grecia son destinos predilectos para las parejas que buscan algo único e inolvidable. Sin embargo Perú también empieza a emerger como un destino atractivo. Y la clave yace en que Perú es un país que siempre está de fiesta. La fiesta es su cultura.
Las ventajas de Perú son obvias. Un país geográficamente diverso, playas, montañas y selva, una rica cultura a la altura de su gastronomía. Pero hay algo más. La gente. Nadie en Perú celebra igual al otro, pero todos comparten una cultura de la fiesta. El poeta franco peruano Julio Heredia, me comentaba este año después de regresar al Perú, que algo que le llamó la atención es que la gente siempre está celebrando. «Cualquier cosa es una excusa para hacerla una fiesta». Este espíritu festivo contiene un elemento clave en la industria de bodas destino que empieza a establecerse en Perú.
Una cliente empresaria me comentaba al respecto que para que un evento sea exitoso involucra que el asistente viva una experiencia que lo haga «salir de la rutina para que nunca la experiencia se le vaya de la retina».
Siendo así Perú es una apuesta segura. Disfrutar de una ciudad maravillosa se consigue a través de su gente, gente que vive la fiesta como algo integral de sus vidas. Así todo es mucho más intenso y memorable, porque todo se vuelve estimulante. La alegría auténtica es contagiosa, se hace viral.
El hijo de un cliente, se casó este año en Perú. Aunque él era peruano de nacimiento su novia con la que se casaba era canadiense, es más invitó a sus amigos de Canadá donde viven los dos. Una impresión que me comentaron algunos de los asistentes es que todo en Perú sucedía a otro ritmo, con otros estándares a los que estaban acostumbrados. Lo cual sumó gratamente a favor de la experiencia. Porque no era solo una boda, sino un viaje en sí, dónde todo se les hizo nuevo, curioso y vivo. Era ir de asombro en asombro. Hasta los eventuales contratiempos logísticos les terminaron resultando parte indispensable de la aventura.
Entonces más que bodas destino, estamos ante bodas de aventura en cuanto a los invitados. En sus casos se convierte la celebración en unas vacaciones, lo cual lo vuelve algo más personal, y por tanto placentero e inolvidable. El idioma, el cambio horario, las tradiciones… todo era diferente, todo era nuevo. Y es precisamente esa experiencia de algo «nuevo», lo que hace de una boda destino algo irrepetible y memorable.
Es como si se sumara una boda con la luna de miel, pero acompañado de las personas que más quieres. La boda es el evento central pero todos esos días son una sorpresa tras otra con visitas a la ciudad, comidas, desayunos, cenas, etc. Y es que compartida, la vida es mucho mejor. Y para los invitados, como en el caso de estos canadienses, todo, absolutamente todo les era nuevo, porque es un viaje a otra cultura, a un lugar y gente por descubrir.
Lo que ofrecen los novios a sus invitados es también que estos por unos días se desconecten de sus ajetreos y rutinas cotidianas. Es sacarlos del cubo en qué están metidos y se abran a descubrir. Es una oportunidad perfecta para librarse del stress y también del síndrome de Burnout que afecta a muchos en sus trabajos.
El comienzo de un sueño

De repente un día una joven pareja está de viaje en otra ciudad o en otro país. Caminando por las montañas o por las playas, estos enamorados se encuentran con un grupo de personas al aire libre reunidos al atardecer. Vestidos todos de blanco o con alguna indumentaria particular. Se dan cuenta que es una boda. Los jóvenes enamorados se quedan mirando contemplando el momento y ahí se da el flechazo. Los dos se quedan totalmente enamorados de ese instante y se plantean que en el caso de casarse algún día lo celebrarían así.
Años después esa misma pareja se compromete e imaginan su boda. La sueñan. Acaban de hacer oficial su compromiso matrimonial, su primera decisión conjunta es cómo será su boda.
Planificar un sueño no es fácil. Imagina tu gran día, requiere de profesionales indicados. Entonces, esta pareja recuerdan lo que vieron de jóvenes y lo plantean. Lo que sigue es elegir, dónde y cuándo.
Así como no hay dos novios iguales no existen dos bodas semejantes. Y si bien las bodas de destino son una tendencia, son mucho más que una tendencia. Son experiencias radicalmente diferentes a lo conocido, tanto para los novios como los invitados.
Literalmente se trata de un viaje, y si hablamos de viaje hablamos de aventura. Vivirlo e invitar a vivirlo no solo se trata de su boda, sino sobre todo del sitio lejano donde ocurrirá. Y ese lugar debe ser un lugar que los refleje, tiene que tener su marca de identidad. Una vez elegido el destino, lo que sigue es elegir la fecha, esto con meses de antelación, ya que permitirá a los invitados organizar sus vuelos para poder asistir a lo que será «el evento». Y como evento es una ocasión de alegría y por tanto de fiesta.
Entonces un lugar perfecto para una fiesta es aquel dónde su gente sabe festejar. Y volvemos a Perú.
Experiencias de un matrimonio

«Cuando me casé en Perú no se hablaba de las bodas destino. También entonces Perú era un país un poco diferente al actual», me cuenta M., ingeniero canadiense, casado con peruana desde 1997. «Me casé en la tierra de mi esposa porque yo se lo propuse, y esto sin saber donde quedaba. Su pueblo se llama Turpay, y está en Apurímac. Es un pueblo hermoso agazapado en un acantilado de la montaña, es como si todo el pueblo fuese un balcón. Entonces como ahora no había carreteras asfaltadas para llegar allí. Pero era su tierra y ahí estaba su familia. Creo que lo hice por romántico. Fue toda una aventura. Mis parientes llegaron de Canadá y de Irlanda, como diez personas, y eso es bastante para las condiciones de entonces. Hasta ahora todos se acuerdan de nuestra boda, porque nos perdimos. Felizmente la gente del lugar, los peruanos en general, son muy atentos y nos ayudaron a encontrar el pueblo. Íbamos en una combi mi familia y parientes por los Andes, y además de noche, porque el cura del pueblo de mi esposa, que también era canadiense, nos dijo por teléfono que era mejor viajar de noche que de día, porque como hay tantas curvas, de noche por las luces de los otros autos, era más fácil prevenir un accidente, porque de ahí todo son abismos. Fue lo más loco, romántico y aventurero que he hecho, no me olvido y no me arrepiento. Otra cosa que recuerdo fue que nuestra boda se volvió una fiesta popular, toda la gente lo celebró como si fuese el día de la independencia o algo así. Toda la gente ayudó en nuestra boda. Nunca me he emborrachado tanto, ni siquiera los irlandeses. Creo que más que el pueblo, la geografía, lo más significativo ha sido la gente. Si estás con gente que sabe celebrar la vas a pasar muy bien. Y Perú tiene eso. Saben festejar».
Ecosistema económico

Una celebración de esta envergadura requiere profesionales como es contratar una “wedding planner” para que pueda guiarte con todos los proveedores locales.
Porque se tiene que organizar todo. No dejar cabos sueltos. Solo imaginar el catering, el pool party, el brunch o un cóctel nocturno para compartir impresiones, todo eso involucra gente. Lo que mueve una boda destino es la economía del lugar beneficiado con la oportunidad, ya que suelen durar tres días por lo general. El día previo a la boda hay una fiesta de bienvenida para agradecer a todos los invitados el esfuerzo que han realizado para asistir a la boda desde diferentes puntos del país o del mundo. También está el servicio de maquillaje y peluquería, y por supuesto contar con servicio de hospedaje y transporte para todos los asistentes a la boda. Todo eso son puestos de trabajo que dinamizan a una comunidad en torno a un ecosistema económico.
Como suelen ser bodas íntimas, los asistentes no suelen superar la cifra de más de 100 invitados, por lo general entre 50 y 80 participantes en el acontecimiento.
De ahí la importancia de conocer todas las opciones de proveedores de las que se disponga en la localización. Como se ve es una economía enfocada en lo local, lo que lo hace más auténtico como experiencia. Además es una oportunidad para promover paseos y excursiones turísticas que den a conocer el lugar, así como su gastronomía.
La idea es generar una semana inolvidable en los invitados, para que años después lo recuerden y digan “te acuerdas de la boda de Pepita y Pepito”.
Finalmente, los novios no eligen el lugar, el lugar los elije a ellos. Y el lugar ha de ser reflejo de ellos. Fiel a su estilo. Y Perú tiene todo eso. Cada pueblo, valle, playa, casa sitio es único por sus fiestas, devociones, ropa, comida, paisajes, danzas, forma de ser. Si Perú es uno de los países más biodiversos del mundo, lo es igual a nivel de culturas y costumbres. Un país que se descubre cada día, y cuyos recuerdos se tatúan de estrellas en la patina de sudor de los ojos en un estado de amorosa nostalgia.
Hoy hace un tiempo íntimo entre nosotros.