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¿Paz sin justicia?

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Pasó la bulla. Solo quedan ecos de un elitista concierto y el anuncio de nuevos acuerdos para alcanzar una paz prometida hace 25 años. También inauguraron el monumento a una inexistente reconciliación pues, pese a sus recomendaciones, la Comisión de la Verdad fue ninguneada por las partes que la crearon. Aquella hizo lo que pudo. Pero pudo más la decisión de quienes, responsables de las atrocidades ocurridas, se refugiaron en la madriguera de la impunidad.

Para reconciliar la sociedad, habí­a que perdonar. Sí­. Pero, atinadamente, la citada Comisión estableció algo refutable solo por criminales cobardes. No se trataba de “un perdón formal”, limitado “a no aplicar sanciones”. Del conocimiento de la verdad habí­a que pasar a los requerimientos de la justicia: sancionar victimarios y reparar debidamente a las ví­ctimas. Eso acordaron los guerreros y la Comisión lo ratificó.  

Pero ARENA y el FMLN, siendo oposición o Gobierno, olvidaron a las segundas y blindaron a los primeros. No hay donde perderse, por más amagos politiqueros que hagan. Que se vayan juntos al cementerio de la historia y que nazca una nueva oportunidad para el paí­s donde, cinco lustros después de terminar la guerra, la sangre de las mayorí­as populares ‒más la de sus adolescentes y jóvenes‒ se sigue derramando; además continúan aguantando hambre y abandonando el paí­s; al menos, piensan hacerlo o lo intentan.

¿Qué deben hacer entonces esas sempiternas ví­ctimas y la sociedad este año? Salir del desengaño, que hace tanto daño. Recuperar su historia, aprender de esta y no seguir creyendo en mesiánicos palabreros, falsos profetas y fantoches corruptos. Por hipotecar sueños y esperanzas en esa chusma, acá se ha probado de todo y no se ha logrado nada en favor del bien común. Más bien, permanece extendido el mal común; eso destaca en un cuarto de siglo sustentado, igual que antes, en la injusta exclusión y la impune violencia. Por ello, debe conocerse y aprender del pasado.

En este 2017 se cumplen 85 años de “La matanza”. En enero de 1932  fue ensangrentado el suelo patrio; sus responsables, civiles y militares, fueron “premiados” seis meses después con una amnistí­a. Hace 45 años se robaron la Presidencia de la República con un descomunal fraude electoral; repitieron la “hazaña” el 20 de febrero de 1977, cuatro décadas atrás, y en veinte dí­as más masacraron a Rutilio Grande, Manuel Solórzano y un adolescente: Nelson Lemus.  

No les bastó y en 1980 asesinaron a monseñor Romero, al rector de la Universidad de El Salvador ‒Félix Ulloa‒ y a seis dirigentes del Frente Democrático Revolucionario; cerraron el año violando y matando a cuatro religiosas estadounidenses. La guerra arrancó el 10 de enero de 1981, año en que según el Socorro Jurí­dico Cristiano las ví­ctimas mortales de la población civil no combatiente sumaron 16,266.

Silenciaron los fusiles, habí­a que hacerlo; pero, ¿también la verdad? ¡No! Esa hay que rescatarla. Ambos bandos tienen culpas y deben responder. Por eso le temen, pues tras la verdad sigue la justicia. Si no, ¿cuál paz?

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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