miércoles, 11 diciembre 2024
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No te des por vencido

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Acompañar y apoyar a las víctimas –sostiene el columnista– defendiendo activamente sus derechos humanos, sin robarles su forzoso protagonismo, es realmente una labor de quien no debe sentirse “vencido… ni aún vencido”

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Por Benjamín Cuéllar


Aseguradas las personas que me acompañarán en el programa que transmitimos semanalmente por nuestra querida Radio La Klave, cada domingo –por lo regular– dedico unas horas a escribir lo que comparto los martes con la audiencia de “Quijoteando”. En estas once letras se resume el trajinar de quienes se toman en serio la defensa de la dignidad de las personas y de los pueblos, en medio de realidades como las de la mayoría de los países latinoamericanos. Acompañar y apoyar a las víctimas en estos lacerados territorios defendiendo activamente sus derechos humanos, sin robarles su forzoso protagonismo, y promover la organización social para ello es realmente una labor de alguien que no debe sentirse “vencido… ni aún vencido”.

Pero, además, busco en mi archivo de disyóquey fallido un tema musical adecuado para reforzar lo planteado en la conversación. Y en esta ocasión pensé primero en “Días y flores” de Silvio, pues la rabia contra la injusticia es vocación. Pero la descarté para decantarme por el poema que Serrat hizo canción, el cual termina rogándole al hidalgo manchego ponerlo a la grupa de su rocinante y llevarlo “a ser pastor”. Y como León Felipe, su autor, precisamente lo tituló “Vencidos” fue que recordé a Almafuerte quien resumió lo que –al menos para mí– resulta ser mandato esencial dirigido a quienes modestamente intentamos ser fieles a la citada causa. “Si te postran diez veces –escribió el poeta nacional de Argentina– te levantas otras diez, otras cien, otras quinientas”.

Así, pues, escribo ahora motivado por dos hechos ocurridos hace unos días que bien podrían considerarse como la noche y el día, el abismo y la cumbre, la falla y el acierto, el pasado y el futuro, la necedad y la sabiduría, la mezquindad y la nobleza, la mentira y la verdad, la pequeñez y la grandeza, la miseria y la generosidad… Se trata de la muy reciente imposición –formalmente llamada “reelección”– de Raquel Caballero de Guevara como procuradora para la defensa de los derechos humanos y del fallecimiento de un prócer peruano de los mismos, quien trascendió fronteras e irradió su resplandor por la región y el mundo: Francisco Soberón, el entrañable Pancho nuestro.

Sobre lo primero no vale la pena gastar tinta y saliva. Baste recordar lo ya sabido: que la ungida por el oficialismo, necesitada del respaldo público de Nayib Bukele, fue sancionada en el 2019 por el Tribunal de Ética Gubernamental con dos multas algo onerosas debido a que contravino la prohibición de nombrar, contratar, promover o ascender en la referida institución –cuando fue su titular primeriza– “a parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo de afinidad”. Según se lee en la resolución respectiva, eso “constituye un tipo de corrupción conocido como nepotismo”. 

Entre sus declaraciones luego de su flamante segundo nombramiento, el primero fue promovido por “los mismos de siempre”, describió la situación actual del país como “la nueva era democrática de la sociedad salvadoreña”; además, de sus acciones iniciales y sin haber tomado oficialmente posesión del cargo resalta su reunión en Casa Presidencial con el gabinete de seguridad, encabezado por su jefe máximo. Sobran, entonces, las palabras ante el panorama sombrío para las víctimas en nuestra comarca.

La antítesis de la cuestionada funcionaria, apenas burócrata en el medio, es la vida del entrañable Pancho Soberón y su entrega sin reservas. Tras su partida el recién pasado 7 de octubre, le susurré esto: “No sé si hoy me toca decirte hasta pronto o soltarte de una sola vez el adiós definitivo. Porque imagino que al hablar desde los derechos humanos debería existir un cielo, un infierno y hasta eso que llaman purgatorio. No los bíblicos sino aquellos espacios de la memoria histórica de nuestros pueblos, en los cuales se ingresaría según se haya comportado alguien desde la perspectiva del respeto de la dignidad humana. Quienes la defendieron entregando su vida sin reparos, claudicación o traición tendrían que estar en el primero. Y estoy seguro que, en tu caso, ya te estarías instalando en ese”. 

“Desde hace rato –continué– habrías tenido bien merecido un lugar en el mismo, por haber sido luz que brilló en una región que aún no sale de su noche oscura y demostrado una enorme valentía para enfrentar la dictadura; por haber impulsado la creación de herramientas útiles para la defensa de las víctimas de dos criminales como Fujimori y Gonzalo; por haber estado siempre sonriente y dispuesto para atender a quienes en algún momento te pedimos consejo, colaboración o aliento”. También sobran las palabras.

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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