viernes, 3 mayo 2024
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Nicaragua: Sergio Ramírez y la herencia de Rubén Darío

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El Rubén Darío representado por Sergio Ramírez, es el Darío humano, el Darío “tuanis” que puede renunciar a su grandeza, y quedar a la misma altura en una cantina de mala muerte, con un amante del espíritu de los mostos de caña, independientemente de su extracción social, pero dando especial predilección a los “pateros” y “beodos consuetudinarios”.

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Cuando asistimos a la lectura de “Margarita, está linda la Mar”, nos enfrentamos a una obra monumental de gran trascendencia para la narrativa de las Provincias Unidas Centroamericanas, del continente y del mundo. Un esfuerzo descomunal de este genial narrador Sergio Ramírez, que como el filósofo alemán Friedrich Hegel hace un ejercicio dialéctico de la historia épica de la Nicaragua histórica, para darle coherencia a dos supremas características que identifican al ser ontológico nicaragüense: la experiencia del mundo estético, y la faceta del mundo rebelde. El mundo estético por su parte, transita por veredas revolucionarias de la experiencia artística, burlando los cánones, rehuyendo en galope de pegasos, y tercos unicornios del lugar común, y surcando por ondas de suaves mareas de nenúfares como un cisne blanco que sobrevive inmune a la mácula del cliché chillón de provincia o cosmopolita que signa la marea de las modas literarias del tiempo.

El Rubén Darío representado por Sergio Ramírez, es el Darío humano, el Darío “tuanis” que puede renunciar a su grandeza, y quedar a la misma altura en una cantina de mala muerte, con un amante del espíritu de los mostos de caña, independientemente de su extracción social, pero dando especial predilección a los “pateros” y “beodos consuetudinarios”. O cogerse a empujones con el “paráclito de las musas” a la inmaculada mujer de un viejo paralítico, a quién no se para ni el alma. Es el Rubén Darío, que puede llegar a los niveles más bajos de la abyección humana, y en tiempo simultáneo, surcar después de su metamorfosis de gusano, las mismas alturas del cielo con su laúd en ristre en forma de estilográfica, y su cadenciosa arpa de palabras repartidas como maná espiritual.

La grandeza de Darío no proviene de esa mojigatería que hace grandes a los grandes por proceder de provincias marginales, frente a la ventaja de los que residen en el centro del desarrollo estético de la gran polis, o a la limitaciones físicas para justificar, que tal poeta aun siendo ciego veía más que todos los artistas juntos, como el caso de Borges

Lo estético en Rubén Darío, el padre del “Modernismo”, el mismo que abrevó en el manantial del romanticismo de Víctor Hugo, del parnasianismo de Théophile Gautier, del simbolismo de Mallarmé, Baudelaire, de Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, es la experiencia original y musical de su obra, que en el mismo extremo de dos siglos, el XIX que agonizaba, y el siglo XX que despuntaba en su boreal amanecer, hace de un erotismo sensorial, de lo intemporal de una temática abordada con fervor y prolífica recreación en el renacimiento europeo, una experiencia de belleza artística sin igual, recurriendo a la mitología greco-romana, con niveles discursivos novedosos y acertados, con códigos y llaves sintácticas y semánticas transidas de enredaderas de acordes, armonías, arpegios, rondós, pausas, compases, y partituras, y cuya profundidad poética está por encima de mil años luz de distancia de la obra de Konstantin Cavafis, que abordó en la lírica, con no envidiable maestría, pero con menos acierto su propio pasado griego, y de Jorge Luis Borges, que se decantó por la mitología escandinava, y los mitos germánicos, sin causar el gran cambio de época, y sin darle nombre a un gran movimiento que como el “Modernismo” de Rubén Darío conmovió el mundo del arte y de las letras. Sin embargo a Jorge Luis Borges con una obra poética aceptable, no le podemos despojar de su papel de gran lector, que nos legó una aquilatada preceptiva, y nos abrió a mundos desconocidos, como el del italiano Ludovico Ariosto con quien aprendió literalmente, que los senderos se pueden bifurcar en los jardines del laberinto Sin embargo, la grandeza de Darío no proviene de esa mojigatería que hace grandes a los grandes por proceder de provincias marginales, frente a la ventaja de los que residen en el centro del desarrollo estético de la gran polis, o a la limitaciones físicas para justificar, que tal poeta aun siendo ciego veía más que todos los artistas juntos, como el caso de Borges. La grandeza de Darío es auténtica, y trascenderá siglos, es como lo asegura el mismo Sergio Ramírez un músico que hacía poemas, la antípoda de Bob Dylan un poeta que hace música, y hoy por hoy, ocupa el parnaso que se merece por ser un ciudadano universal de las letras. Esa es la reivindicación que hace Sergio Ramírez, los trazos de un poeta que ha parido en su patria Nicaragua legiones tras legiones de grandes poetas como Salomón de la Selva, Joaquin Passos, Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas, Fernando Gordillo, Leonel Rugama, Azarías Pallais, Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, José Coronel Urtecho, Alfonso Cortes, Daysi Zamora, Vidaluz Meneses, Michelle Najlis y Gioconda Belli. Ni Grecia ni Argentina han tenido mejores partos en poesía, puesto que la dialéctica del espíritu en la producción de conocimiento propicia intercambios de diálogos históricos, lucha de opuestos, ida y retorno de gnoseologías, transferencia de saberes “episteme”, y suele ser implacable como lo señalaba Hegel o haciendo una transposición histórica, la herencia recibida en capitales culturales y simbólicos como lo es enfatiza Pierre Bourdieu en una inmortal obra “Homus Academicus”.

Sin embargo, Sergio Ramírez como narrador omnisciente, pero con sumo y lúcido respeto a sus personajes, teniendo una perspectiva clara de las tres dimensiones temporales, reivindica esa parte rebelde de la gran república nicaragüense. Este gran novelista con la fuerza descomunal de indignación histórica, y oprimida tras un trago amargo de impotencia, reescribe la historia literal de esa deuda pendiente que contrajo el tirano con el pueblo. Sandino, fuera de las líneas de esta obra narrativa pero implícito en ella, fue citado por la historia de la traición para pactar un armisticio en varias reuniones con el presidente Juan Baustista Sacasa, y algunas veces con sus delegados, y con el mismo Anastasio Somoza García, jefe de la Guardia Nacional. Cuando se conduce junto a varios de sus generales en un automóvil, y se apresta a bajar la Loma Tiscapa, específicamente cuando se apresta a cruzar el Campo Marte, de forma intempestiva es cautivo por varios elementos sórdidos de la Guardia Civil de Anastasio Somoza García, quienes a punta de amenazas y de golpes con las “subametralladoras Thompson”, lo conducen junto a su hijo Sócrates, y a varios de sus generales a la parte lateral del “Hospicio Zacarías Guerra”, cerca de un lugar llamado “Campo Layeynaga”. Sandino, al igual que sus compañeros es vilmente asesinado el 21 de febrero de 1934, sin previo juicio tras una lluvia de balas que proceden de los truenos relampagueantes de “las subametralladoras Thompson”, las mismas que rugieron de indignación prescrita y oficial contra Rigoberto López Pérez, quien ya había ajusticiado al ahora presidente Anastasio Somoza García en el mero abril de 1956, el que años antes ordenó por decreto en forma alevosa, la muerte de Sandino.

La muerte de Somoza García es parca en la Novela “Margarita, está linda la mar”, porque el narrador pretende develar con prestidigitación de tahúr como se administran las narrativas oficiales, que muestran rubor con sus amaestradas mentecaterías y sus buenas formas, y defienden a rifle y a lápiz tarifado, el honor del tirano, cuyo olor nauseabundo por una colostomía agujereada a punta de balas populares “que lo había dejado sin rastro de culo”, se esfuma para adoctrinar a la comunidad receptora del signo semántico, e internalizar en el imaginario colectivo, esa semblanza de gloria sacramental de un “gran presidente”, olorosa a patria propia de un “gran estadista”, a modo de aerosol ambiental contra el olor pestilente de la “mierda” literal.

El escritor hace un gran esfuerzo por persuadirnos que las narrativas dominantes vuelven asesino al héroe, y cuando matan a Rigoberto López Pérez, el comportamiento del discurso de poder mimetizado por el escritor, hace uso del plano y contraplano, y el detalle en Close-Up, para dejar constancia, que es lo que le pasa a quien se atreve a atacar el mismo núcleo del poder, y sobre todo, para persuadir que la muerte de los pobres y marginados es patrimonio de todos, y una temática apropiada para lanzárselas a los perros de las páginas amarillistas, y de la crónica roja.

Entrevista a Sergio Ramírez sobre Rubén Dario

https://www.youtube.com/embed/5IfLWzaW-sA

La Casa Prío como en casi toda la tradición literaria de los espacios de las tertulias de salón, es el lugar de la bohemia “somos la sublime hermandad de las olas” “El mismo oriflama es de azur/ su divina cornucopia derrama sobre el polo y el trópico la paz/ y el orbe gira en un ritmo uniforme por una propia vida: el amor” y “la musa de Bécquer del ensueño es esclava/ bajo un celeste pálido de luz escandinava”; y de la conspiración para vengar al humilde general de hombres libres, y patentizar que con su muerte se sembró la semilla de la rebeldía. Aquí el escritor Sergio Ramírez resucita dos ideales en boga en la edad media europea que calzan justo con la historia misma de Nicaragua, el prototipo del Poeta “lírica” y del Guerrero “Épica” desarrollados con especial maestría por el ensayista escocés Thomas Carlyle, en su obra “On Héroes, Hero-Worship, and The Heroic in History”.

Sergio Ramírez cree como Schopenhauer que las peripecias humanas, y los fenómenos del mundo, no son más que nociones fragmentarias de la representación. Epifanías a las que volvemos y asistimos, distorsionando la linealidad temporal, a través de la evocación de la palabra: “hagan esto en memoria mía”. Cuando nombramos la realidad la atraemos hacia nosotros, y de allí que los chamanes jamás han estado equivocados, porque el actual desarrollo de las ciencias, por fin ha dado espacio a la intuición, y se ha determinado que los campos magnéticos y la energía cuántica, obedecen a los sueños aliterativos, y a las solicitudes tautológicas dispensadas, a través del uso de la palabra. El ¡Ábrete Sésamo!, y la mágica evocación ¡Abracadabra! no han perdido prestigio pese al paso del tiempo. Por lo tanto, no es ociosa la inveterada frase: “Las palabras tienen poder” o el principio del primer libro de la Torá del pentateuco: el libro de génesis de la tradición judeocristiana: “Al principio era el verbo… o el Nuevo Testamento del Libro de Juan y “la palabra se hizo carne y habitó junto a nosotros”. Por eso el narrador involucrado en la tertulia, al rumor quizás de un sabor malta de cerveza o de un sabroso café de Matagalpa, convierte el pasado en presente e invita a sentarse bien. A acudir al espectáculo en donde hay platea, palco de proscenio y luneta; y el que no pueda ver con precisión, es auxiliado con el monóculo de garbo de los contextos. Pero el teatro no es la imagen visual forjada en unión milimétrica de fotones, no es la translúcida orgía de colores, o una tramoya en formato de cinemascope o el Scancolor. Es en cambio la danza de la musicalidad de las palabras, que se trenzan con verosímiles pasodobles para enhebrar la escena, y volverla visible, con las consonantes que se mueven como bailarinas del acompañamiento del género fox trox o el charleston o el zapateado español a cargo de Juan Legido y los Churumbeles, para construir con los pixeles de la armonía la visualización artística, y con las ubicuas vocales, el paroxismo de esa experiencia espiritual que nos desborda, nos conmueve, y nos saca de nuestras comodidades y convierte el libro-objeto o a esta otra realidad creada en mundos paralelos en un clásico intemporal, que captará el interés de cualquier habitante del mundo, de esta novela que se ganó el premio Alfaguara de Novela, y le confirió prestigio planetario a este mismo premio.

El escritor Sergio Ramírez tiene muchos méritos, pero el principal en la literatura fue apartarse de ese vendaval de hojarasca de la obra de Gabriel García Márquez, que ha dejado en el simple papel de caricaturas a varios escritores, quienes, deslumbrados por la taumaturgia de lo aparentemente sencillo, se han decantado por el “Realismo Mágico” de este autor. El caso más paradigmático es la de la escritora chilena, Isabel Allende que no ha pasado del éxito comercial de sus libros que tienen la categoría de Best Seller, pero no han adquirido como la obra de Sergio Ramírez, una voz propia, que le ha redituado a este en una muy alta calidad y profundidad literaria. El mismo Roberto Bolaño señaló en vida que sortear a Márquez era salvarse como escritor, sin embargo, este maravilloso autor a excepción de “Estrella Distante” no supo articular su obra desde su misma patria, y de allí que sus platós se reparten entre México, París, la Alemania Nazi, la desparecida Prusia, Gerona, Barcelona, Italia, y Bélgica, y no como el novelista Ramírez quien se ha convertido en escritor universal a pulso, sin salir del patio de su casa.

En la novela de Sergio Ramírez no hay retruécanos fútiles, ni palabras pueriles y altisonantes ni tampoco floritura para llenar espacios vacíos en el amplio mundo de la página en blanco

En la novela de Sergio Ramírez no hay retruécanos fútiles, ni palabras pueriles y altisonantes ni tampoco floritura para llenar espacios vacíos en el amplio mundo de la página en blanco. Ni hay una búsqueda de sorprender a como dé lugar a los lectores haciendo uso del rebuscado afán de falso erudito de enarbolar un lenguaje barroco. Al margen de ello, acusa presencia la palabra exacta, y un oficio muy bien logrado de orfebre del lenguaje, que rehúye de una verbalización innecesaria y adverbios de más, y del uso abusivo de adjetivos rotos. En ello reside la grandeza del escritor, en esa maravillosa exactitud austera, con un lenguaje fresco, coloquial y preciso. Pervive en su obra una administración magistral de las técnicas del montaje teatral y cinematográfico de Fad-Out, el Matte painting, el Raccord Godard y el Voice over y una permanente y ubicua ironía que nos asalta a cada momento con un humor serio, refinado e inteligente. Son tantas las licencias de su maestría de escritor de oficio que en la obra “Castigo Divino” vuelve verosímil la presencia del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique como mortajero de los envenenamientos en serie o prescribe en el presupuesto del órgano judicial competente que se encargará de hacer una exhumación, la inclusión dentro de los materiales esenciales para practicarla, del aguardiente para los desenterradores “borrachos” por antonomasia, una tradición muy extendida en estos lares.

Todo escritor para llegar a la originalidad se baña en las aguas de la tradición de otros escritores. Estas abluciones diarias son necesarias para alcanzar su propia voz. Es una suerte de catarsis espiritual inexcusable para dotar al oficio de la recurrencia a la tradición de la cual somos sus herederos. Sería un absurdo hacer comparaciones, pero es esencial como un ejercicio pedagógico esclarecedor, afirmar que no es lo mismo dejarse influenciar por Emile Zola que por Paulo Coelho. Igualmente no es lo mismo recibir influencias de Virginia Wolf que de Rosa Chacel, como tampoco es lo mismo tener influencias de Sthendal que de Jaime Baile. En la obra de Sergio Ramírez encontramos huellas de los grandes, de los inmortales, de esos que yacen en subterráneos osarios en el Pantheón de París y en Westminster. Las lecturas de Víctor Hugo, Emile Zola, y Charles Dickens son un baño de agua fresca de la misma forma que aquellos recibieron las aguas cristalinas de Francois-Rene Chateaubriand, Alphonse de Lamartine, Augusto Comte y Henry Fieldan respectivamente.

Como bien lo señala Jacques Derrida, las autobiografías, la poesía, la novela y el arte en general son instrumentos apropiados para la deconstrucción, y en la novela “Margarita, está linda la Mar”, hay una ruptura palmaria con la luctuosa y ampulosa novela decimónica, y un afán responsable de desenmascarar las narrativas hegemónicas con que se empantana las verdades históricas. Quizás por esa razón los grandes filósofos de la segunda mitad del siglo XX en Francia, se decantaron por el estudio de la dialéctica histórica, del psicoanálisis de Freud y de las obras narrativas inmortales como Jacques Lacan, Michael Foucault, Gilles Deleuze, y Roland Barthes.

Las obras literarias siempre han sido autobiográficas, y ello no elude el enorme valor de las mismas, cuando los escritores hacen grandes esfuerzos para no delatarse. Esos valores, la del rebelde y la del esteta, se encarnan en Rubén Darío, y en un hijo de Sandino llamado, Rigoberto López Pérez. Sin embargo estos valores son rescatados en forma simbólica, cuando el niño Quirón, este centauro mítico de la antigua Grecia, residente de una cueva en Tesalia, y maestro de la música y el arte es transpuesto en la obra con una verosimilitud envidiable, de la misma forma que el León de Nemea, convirtiéndolo en una especie de Jorobado de Notre Dame, discípulo de Rubén Darío, y heredero del numen de la poesía, quien arrebata del poder de los marines estadounidenses, el saqueo del cerebro de la estética nicaragüense y los testículos de la rebeldía de los aguerridos “mucos” conservados en botes de formulina, que sin duda serían apropiados por una cultura que hasta la fecha, a través de la imaginación y el entretenimiento le ha puesto marca registrada a todo, y ello es palmario porque el mismo poeta Salomón de la Selva aparece en una antología de poesía estadounidense como gringo.

Sergio Ramírez, representa en vida al guerrero que fue vice-presidente de la gloriosa Revolución Sandinista de 1979, pero con el paso del tiempo ha rehuido de la posición oficial, y ha creado un partido dentro de la lógica de la lucha de Sandino. Mal haría Sergio Ramírez si como escritor estuviera enrolado en las filas mismas del poder público, porque la naturaleza del artista, es la independencia, la libertad y la autonomía. El poder pese a que puede obrar a favor de los desfavorecidos, en ciertos momentos suele tener patios traseros oscuros donde la civilidad es ausente, y nadie puede alegar en contrario que las lógicas de los Estados constriñen la libertad, y los intereses legítimos de los individuos, y que, en cualquier sistema político, el legítimo uso de la fuerza kantiana cercena incluso los derechos nacidos a la luz de la ilustración liberal.

Celebramos para nuestra hermosa Centroamérica, la Concesión del Premio Cervantes a este genial escritor en el 2017, y sin duda e fuerte candidato para mayores laureles y reconocimientos laudatorios.

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Milson Salgado
Milson Salgado
Analista y escritor hondureño, abogado y filósofo; colaborador y columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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