Leonardo Heredia, considerado el padre de la radio en El Salvador y Centroamérica, murió por causas naturales a sus 86 años de edad, informaron sus familiares.
Reconocidos locutores, empresarios de medios de comunicación y admiradores de su trabajo en los años dorados de radio, lamentaron su muerte.
En octubre de 2012, la revista ContraPunto publicó un perfil de este personaje que marcó el punto de partida de la radiodifusión en el país.
A continuación les compartimos el artículo:
La mejilla sur del volcán de San Salvador sirvió de telón aquella fresca tarde de setiembre para conversar con “la voz”. Acá, en este lugar, la frase del poeta Espino cobra vigencia una vez más, los ruidos de la caótica capital no violan la tranquilidad y serenidad del café jardín.
El Sol tiene unas cuantas horas de recorrido antes de salir por la puerta trasera del poniente. Rodeado entre numerosas especies de plantas está Leonardo Heredia sentado cómodamente en una mesa y sillas de forja de color blanco. Su camisa roja, desabotonada hasta el pecho, resalta en el ecológico lugar.
El hombre permanece en silencio, pero cuando habla sus cuerdas vocales retumban. Ironías de la vida, a sus 82 años de edad Leonardo Heredia tiene a sus espaldas al volcán dormitado, otrora temido por sus habitantes por su fuerza y su energía.
Su pastosa y elegante voz ahora también reposa de los vaivenes de la vida, pero antaño, con ella cautivó a Centroamérica, ya que se le considera el padre de la radiodifusión moderna en la región.
Heredia pide un café latte, dice que la fórmula del café americano es la peor de las basuras. Hecha la aclaración, él comenzó la conversación -que se prolongó por varias horas- con un chiste sobre la similitud que tiene la Roya y el SIDA con la llamada cogida (la corta) del café en las fincas de Costa Rica.
Es lúcido, jovial y sobre todo un buen contador de historias, anécdotas, fabulas, chistes y porque no, hasta de mentiras. Maneja a la perfección el arte de la conversación. Dedicó todos los santos días de su vida para ello. Como él mismo lo reconoce, aprendió a vivir del cuento.
Hijo del desterrado
Por extraño que parezca, su nacimiento tiene que ver con los sucesos de noviembre 1910 en México. Cuando desde los polos norte y sur llegaron aquellos hombres con sus grandes charras, botas o guaraches polvosos, bigotes espesos y municiones ceñidas en forma de equis al tórax.
Sí, de aquellos hombres y mujeres que alzados en armas se hicieron del poder sobre sus caballos con la promesa: Tierra y Libertad. De cuando los nombres Francisco Madero, Francisco Villa y Emiliano Zapata sonaban con fuerza entre las multitudes pobres y campesinas.
Esos hombres habían liderado la Revolución Mexicana, que destronó al dictador Porfirio Díaz y a sus colaboradores que gobernaron el Ombligo de la Luna por varios años.
Por entonces, la clase pudiente la había pasado de fiesta con Porfirio Díaz, pero ahora las ideas expandidas por los revolucionarios no caían en gracia y ponían en riesgo su status. Entre los inconformes estaba Rafael Heredia, padre de Leonardo Heredia.
“Por periodista vino a parar a El Salvador. Era una periodista reaccionario, de los partidarios de Porfirio Díaz, que estaba lógicamente contra la revolución mexicana que botó a Díaz, y tuvo que salir desterrado”, cuenta.
Su padre, un hombre acomodado, tuvo que abandonar su primera familia en México.
Rafael Heredia también era masón, del grado 33 de la Logia Masónica de El Salvador, el grado más alto que puede ostentarse.
“Él fue el padrino religioso de Maximiliano Hernández Martínez. Él fue quien apadrinó a Martínez para que entrara en la masonería y además era su profesor de Teosofía“, dijo.
Años después su ahijado, el General Martínez lo amenazó con castigarlo severamente, luego de que lo acusara de querer romper la ley a su favor. Rafael Heredia tuvo que exiliarse en Guatemala y pocos días antes de que presintiera su muerte -gracias a conocimientos teosóficos- llegó a El Salvador. Falleció en 1936.
Su infancia
En El Salvador, Rafael Heredia conoció y se casó con Zoila Paz Suárez. Procrearon a seis hijos. Leonardo Heredia fue el tercero de ellos. Nació de golpe en 1930, en el famoso barrio San Miguelito, en un hecho fortuito cuando su madre estaba de visita a una amiga.
Para un hombre cuyo placer es hablar y contar sus fantásticas historias, no es habitual escucharlo evadir un tema. Asegura que no querer contar detalles sobre su infancia es un acto involuntario, ya que su avanzada edad no le permite recordar esos tristes episodios.
“Mi infancia fue muy dura, muy fea. Mi madre se quedó viuda con seis hijos que mantener, que sacar adelante. Imagínate las penurias, el hambre que pasábamos”, comentó, mientras bebía un sorbo de café.
Con esfuerzo estudió en el Liceo Salvadoreño, gracias a una beca otorgada por los contactos de su padre.
Estudiar ahí era un martirio porque a la fuerza tenía que ser el mejor de clase, no por convicción sino por necesidad. Al ser el mejor de la clase, sus compañeros lo invitaban a su casa, le prestaban los libros y le daban de comer los alimentos que no tenía en su hogar.
También las madres de sus compañeros le regalaban la ropa que sus amigos ya no utilizaban.
Emigración
A sus doce años se fue de la casa junto a su hermano, ilegales llegaron por tierra hasta los Estados Unidos. Fueron doce días de travesía, guiados por una pionera en el arte del coyotaje. Los dos hermanos llegaron hasta la ciudad de San Francisco. Por entonces, cruzar la frontera era millones de veces más simple.
Aunque no sabe por qué emigró a los Estados Unidos, quedó maravillado por la ciudad de la bahía en plena Segunda Guerra Mundial. Llegó a vivir a la casa de una media hermana, hija de su padre en su primer matrimonio.
En aquella ciudad completamente limpia y ordenada, niño Leonardo Heredia tuvo una responsabilidad social divertida, ya como estudiante le permitían dirigir el tráfico en la ciudad.
Pero el sonido del silbido no era el único instrumento que percibió. En su estancia asistió al teatro sanfranciscano Golden Gate Theatre a conciertos del por entonces jovencito Frank Sinatra con la orquesta de Glenn Miller, de Benny Goodman y de Andrew Sister.
“Mis primeros contactos con la música fueron escuchando a las grandes bandas de la época en vivo”, dijo.
Toda aquella tranquilidad, las calles empinadas, el puente Golden Gate, los tranvías, la bahía de fondo y la música no bastaron para retener al inquieto Leonardo.
“A mí no me gustó los Estados Unidos y yo quería regresar, pero como mi hermana no me mandaba de regreso, lo que hice fue robarme una bicicleta, me paseé frente a los policías y les alegue que me la había robado porque odiaba ese desgraciado país”, dijo sonriente.
A la semana fue deportado al país, pero cuando llegó al Aeropuerto de Ilopango y se arrepintió y se dijo “¡Qué idiota! ¿Qué vine hacer a este infierno? A los seis meses agarré mis bártulos y me regresé a pie”.
Pero no llegó a los Estados Unidos, se quedó en el país de dónde su padre había salido huyendo de la revolución, México.
Universidad
Durante un tiempo divagó por Chiapas, Veracruz, Oaxaca y el Distrito Federal. Durmió en basureros cuando trabajó en la central de abastos de la Merced, llevando canastos con los mandados de las señoras, por lo que recibía propinas y aprovechaba para robar una que otra fruta.
“Ahí dormía entonces, en el basurero del mercado. Y en el mercado porque, yo no lo sabía entonces, pero la basura en el proceso de descomposición genera calor, es calentito dormir ahí”, narró sin perder la sonrisa.
Pero iba y venía. A veces le entraba la nostalgia y regresaba a El Salvador para visitar a su madre. Así los días, El Salvador y México y viceversa. Una de esas giras vivió y “trabajó” en el Acapulco de los años cincuenta.
“Hicimos contacto con los clavadistas de la Perla y con los gigolós de (las playas) Caleta y Caletilla, padrotes les dicen en México, que viven de atender a las viejas gringas y europeas que llegaban afanosas esperando tener una aventura con los latin lovers. Así que de padrote”, comentó
Tuvo como mentor al Raffles mexicano, un astuto ladrón de los lujosos hoteles de las zonas turísticas de México. Cuenta que el Raffles era ingenioso y un maestro de los disfraces, que le enseñó hasta que debía de sentarse en la silla que daba la espalda a la pared, así nadie podría atacarle por atrás.
También ofrecía los servicios de lancha para los turistas adinerados que llegaban a la costa con la esperanza de pescar un Marlín.
En Sinaloa, también fue “adoptado” por la Rata, nada más y menos que la capo de la marihuana en la zona. La Rata lo había acogido por le recordaba a un hijo que había muerto.
Universo de Mentiras
Al mejor historia de los amigos de aventura Tom Swayer y Huckleberry Finn en el Sur de los Estados Unidos, Leonardo Heredia vivió sus innumerables anécdotas junto a su compinche Pedro Espinoza.
Ambos viajeros timaron a decenas de personas, entre ellos militares, policías, mujeres, ingenieros, choferes. Las mentiras las contaban para lograr aventones en la carretera, salvar la vida en momentos en peligro, también para lograr comer. También eran buenos albureros.
El juego consistía en hacer creer a los desprevenidos interlocutores que eran dos estudiantes salvadoreños, hijos de familias pudientes del país centroamericano, y que sus influencias podrían llevarles algún beneficio: el amor de una hermana ficticia, un camión nuevo, etcétera. Muchos caían en la trampa.
“Vivíamos del puro cuento. Cuando sos vago aprendés a vivir del puro cuento, a veces tenés que inventarte unos cuentos que son dignos de Borges por una pinche taza de café, porque entretener a ese cliente significa que él pague la cuenta del café. Manejaba bien los cuentos”, dijo.
Pedro Espinoza murió en los años noventa en Acapulco asesinado por un capo de la droga, luego de que le descubriera un romance con una de sus amantes.
XEW
En este punto de la conversación, el ocaso comienza a ser un protagonista fugaz de la velada, nuestros rostros ya no parecen tan claros a la luz natural, sobre el volcán las lucen de las antenas parpadean y una inmensa masa de gases de color grises amenazan con llover en algún punto de la capital.
Leonardo Heredia extrae otro cigarrillo (a lo mejor el quinto) de su cajetilla marca Modern, lo lleva hasta sus labios, prende la lumbre y el tabaco comienza a crujir. Minutos antes contó que comenzó a fumar cuando vivía en San Francisco, durante la Segunda Guerra Mundial
Obtenía los cigarrillos de los soldados que llegaban al hotel donde trabajaba su hermana, por entonces los cigarros escaseaban y eran más valiosos que el dinero”¦ Aspira el cigarro, no hace completamente el golpe y comienza su historia de cómo llegó a la radiodifusión.
Luego de su retorno de Acapulco, ingresó de aprendiz de reparador de radios en un taller de electrónica en el Distrito Federal. La astucia que había aprendido le sirvió para ascender pronto de aprendiz a jefe de taller, que era propiedad de un ex empleado de la tienda El Capitolio, concesionaria de RCA Victor.
Por esos años la prestigiosa radio XEW la voz de América Latina, decidió renovar todo su equipo de estudio por medio RCA Victor, y exigió además una garantía de funcionamiento y mantenimiento. XEW comenzaría a transmitir durante 24 horas, una de las primeras radios en hacerlo.
Entonces el dueño del taller donde trabajaba Heredia, lo designó para que estuviera de planta en los estudios XEWpara darle mantenimiento al equipo. Ahí aprendió a imitar a los locutores de la emisora, mientras que los pasillos podía encontrarse con María Félix o Agustín Lara.
Una vez pidió clausurar la transmisión de una de las repetidoras de XEW imitando a los locutores consagrados. Ese fue su debut en los micrófonos.
La entrevista
Leonardo Heredia pidió un café expresso. En el café jardín la luz artificial nos alumbra, el cielo está completamente oscuro. Hace un poco de frío, la mesa y sillas de forja están heladas. Una cajetilla de los cigarros Modern se extinguió y la segunda está sobre la mesa.
Para entonces la historia sobre la mesa nos llevó de nuevo a El Salvador. Leonardo Heredia regresó al país en 1949 seducido por el poder que significaba ser amigo del presidente Oscar Osorio, a quien había conocido en el Distrito Federal.
Sin embargo, comenzó a trabajar en un taller de electrónica en San Salvador, que estaba situado a unas cuadras de la radio YSAX, dirigida por el mexicano Antonio Castillo.
“Oyendo la radio salvadoreña y al oír a los locutores, si estos desgraciados son locutores, yo soy el maestro de la locución y fui a pedir trabajo de locución y me lo dieron”, cuenta.
Como no pudo ser de otra manera, el trabajo lo consiguió engañando a Antonio Castillo, haciéndole creer que se habían conocido en México, que tenían amigos en común y otros tantos cuentos que tenía muy afinados.
Pese a la supuesta amistad que tenía con el jefe, Leonardo tenía que pasar una prueba de fuego para tener el trabajo remunerado. En aquellos días había llegado a San Salvador desde París, Francia, el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias a recibir un premio.
Le encomendaron entrevistarlo, pero jamás en su vida había hecho una entrevista, o lo que es peor, no tenía la menor idea de qué se trataba una entrevista. El destino nuevamente jugó de su lado, Leonardo y Miguel se conocían de antes en una de las eternas vagancias.
Se saludaron, y el afligido Leonardo le comentó su situación. Asturias le dijo que no se preocupara, le indicó a Heredia que solo hiciera la presentación, que le preguntara qué sentía de estar en El Salvador y que él haría el resto.
La entrevista fue un éxito y obtuvo el trabajo. Ahí comenzó su amplia trayectoria en los medios de comunicación.
Decepciones
Fue director, fundador y productor de varias radios y televisoras en Centroamérica. Con sus conocimientos de electrónica hecho andar varios equipos. Fue maestro de varias generaciones de locutores de la región.
“De las dos (Locución y electrónica) estoy totalmente decepcionado, si pudiera volver a empezar haría cualquier cosa, incluso a remendar zapatos, y no a la locución o la electrónica, porque a estas alturas de la vida y de la radio me he dado cuenta que he contribuido a una cochinada como es la radio”, expresó.
Para él la radio hoy en día es un instrumento alienación, transculturización y casi de enriquecimiento ilícito. Señala que muchas personas que antes no tenían ni en dónde caer muerto, ahora son dueños de grandes corporaciones.
Sus dardos son afilados contra renombrados personajes de radio, corporaciones, antiguos discípulos, entre otros.
Se siente ajeno, rechaza inconscientemente los halagos que le dedican, cuando le llaman el Padre de la radio, El abuelo, El maestro o Papá Leo.
Nieto del Jaguar
Muchas personas lo recuerdan como el “hijueputa” y por la “charada en Ch” por unas producciones de audio que grabó y en la que describe la casi infinidad de formas, contextos y circunstancias en que se puede usar la palabra hijueputa de parte de los salvadoreños.
Sin embargo, Leonardo Heredia quisiera que lo recordaran por su producción de los Nietos del Jaguar, una grabación de un guión del poeta y lingí¼ista salvadoreño Pedro Geoffroy Rivas.
“Es una verdadera obra de arte tecnológicamente hablando. Desde el punto del texto a Pedro le salió tan bien, tan maravillosamente, creo que de chiripa, que Pedro lo amplió y escribió el libro Los Nietos del Jaguar, pero el texto original era esa grabación”, dijo.
Los Nietos del Jaguar se produjo en una grabadora que tenía unos cincuenta años de haber sido fabricada y que era propiedad del Servicio Informativo de la Embajada de los Estados Unidos.
Dice que durante la grabación estaba a su lado el mismo Pedro Geoffroy Rivas corrigiéndolo con coscorrones por su mala pronunciación de palabras nahuas. “Pendejo”, le decía el poeta “no se pronuncia así”, y Leonardo le contestaba “come mierda, vos pronuncias bien porque sos indio”.
Heredia se queja de que de esa producción apenas ha vendido 10 copias, pero del “hijueputa” ha vendido más de mil. Lamenta que a los salvadoreños no les guste valorar la cultura.
“Me encantaría que me recordaran por los Nietos del Jaguar y no por el hijupueta salvadoreño”, dijo.
El Salvador
La noche ya había entrado de lleno, las mesas alrededor ya están vacías, los meseros del café jardín recogen las vajillas, la horripilante música de ambiente comienza a bajar de volumen, continúa haciendo frío. En la oscuridad cuesta encontrar el encendedor para los quemar el tabaco del cigarrillo.
Al fondo, atrás de Leonardo Heredia, apenas se ve la silueta del volcán de San Salvador, decorado por cantidad de luces. Es hora de partir, de pagar la cuenta, varias rondas de café, no sin antes preguntar qué opinión le merece El Salvador:
“Ese hijueputa pueblo es irredento, no vale la pena cagarse la vida en ese hijueputa país”, concluyó.