jueves, 2 mayo 2024
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Más allá de Nuevas Ideas y su desconcertada oposición

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Por Álvaro Rivera Larios

La propaganda gubernamental me sonroja por esa hiperbólica confianza que tiene al asegurar que ahora vivimos en una sociedad mejor y bajo el mejor gobierno de la tierra; la opositora me aburre porque se ha metido en un callejón sin salida y lo único que predica es que ahora vivimos en el peor de los mundos posibles. Entre la paradisiaca publicidad oficial y el apocalipsis que vende la oposición, nuestro margen para pensar la realidad se mueve entre cartas marcadas.

No es nada sorprendente, siempre ha sido así. En los años 70 y 80 del siglo pasado, el margen para pensar nuestra realidad también se movía entre dos juegos únicos de cartas: o se jugaba por A o se jugaba por B. Cuando una situación política se reduce a dos visiones opuestas y extremas se dice que está polarizada. Las visiones políticas polarizadas se caracterizan por dos cosas: por su ausencia de autocrítica y su tendencia a quemar a C, D y E.

En este momento, ni siquiera “la oposición democrática” asume la pluralidad de visiones en su interior, ni asume su dialéctica correspondiente. De Nuevas Ideas mejor ni hablar, trasciende sus potenciales contradicciones en la figura del caudillo. Él encarna al mismo tiempo su máxima debilidad y su máxima fuerza.

Nuevas Ideas es hasta cierto punto más de lo mismo, pero su irrupción ha impuesto una situación política nueva que ha dejado fuera de juego, en condiciones precarias, a los partidos políticos que gestionaron nuestras instituciones estatales durante la posguerra. Esta precarización de Arena y el FMLN ha sido producto de un rechazo popular expresado en las urnas y mal haríamos en verla únicamente como una orientación impuesta exclusivamente por Nayib Bukele.

Es raro que una oposición democrática no sea capaz de interpretar ponderadamente los juicios de la voluntad popular, aunque estos puedan ser parcialmente errados. Nuestra oposición lleva tres años asegurando que la ciudadanía salvadoreña es pendeja cuando vota (rata de laboratorio la llamó un sesudo analista opositor), juicio que demuestra que nuestros inteligentes opositores todavía no comprenden esta nueva situación política en la cual nos ha colocado la voluntad popular expresada en la urnas.

La ausencia de autocrítica y de renovación por parte de los adversarios políticos de Nuevas Ideas es tan preocupante como la deriva autoritaria del actual gobierno. Tan preocupante como un mal gobierno es no poder contar con una alternativa fiable que lo sustituya. Tan preocupante como estar inmersos en una crisis política es no poseer una esperanza política sólida.

En crisis pasadas dispusimos de una esperanza expresada en un proyecto político alternativo y de carácter movilizador, existía un cauce para el descontento y un horizonte para salir de la descomposición. Ahora no existen ni el proyecto ni el horizonte ni la esperanza porque las fuerzas opositoras no han sabido reconstruirlos o inventarlos después de sus dos últimas debacles electorales. Esta impotencia forma parte de la crisis política que ahora vivimos.

Las caídas conjuntas de la derecha y la izquierda tradicionales que durante treinta años nos gobernaron exigen un diagnostico lúcido como premisa para construir una alternativa política al actual gobierno de Nuevas Ideas. Y para hacer tal diagnóstico no basta con inventariar las violaciones a la lógica constitucional perpetradas por el actual gobierno, estas hay que enmarcarlas dentro de las contradicciones sociales y políticas que se han gestado en la sociedad salvadoreña de la posguerra. Habría que preguntarse por qué a gran parte de la ciudadanía no le escandalizan las violaciones a la norma constitucional, habría que preguntarse por qué muchísimos ciudadanos aplauden las medidas autoritarias, habría que preguntarse por qué ahora mucha gente repudia a la izquierda y la derecha tradicionales.

Sin hacernos estas y otras preguntas y sin intentar darles respuesta va a ser muy difícil que surja una alternativa política que aprenda de los errores que cometieron nuestras elites durante los últimos treinta años de posguerra. Uno de esos trágicos errores fue impulsar una reforma política sin que hubiese una reforma social que la complementara. Este último error bastaría para advertirles a los juristas que la democracia va más allá del simple respeto a la Constitución. No bastará, por lo tanto, con restablecer las normas constitucionales para que salgamos de esta crisis. Habrá que ir más allá.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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