viernes, 12 abril 2024
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Los Insurrectos o la Declaración Franco-Mexicana de 1981

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Testimonio y ensayo de cómo se gestó la Declaración Franco-Mexicana de 1981, que reconoció a la insurgencia salvadoreña como fuerza beligerante en la guerra civil (1980-1992)

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Dedicado a Marí­a Dolores Rosa (Licha), quien ha sido una compañera luchadora de toda la vida
 y con quien compartimos muchas tareas antes, durante y después de la guerra civil (1980-1992)

I

Podrí­an haber sido las 6 de la tarde, pues aunque el sol ya no se veí­a en el horizonte, la tenue luz de sus celajes iluminaba discretamente las gradas de la Facultad. Como de costumbre, después impartir mi clase de Historia de la Doctrinas Polí­ticas, dejaba a la profesora asistente (instructora les llamábamos en esa época) atendiendo a los alumnos y yo me dirigí­a a las gradas de la facultad para enterarme de lo que habí­a sucedido durante el dí­a. Sin duda, en esos tiempos tumultuosos, las noticias corrí­an como torrentes irrefrenables anunciando capturas, combates, desapariciones y demás hechos trágicos que eran nuestro pan de cada dí­a; y aparte de informarnos por medio de algunos boletines que se escuchaban entrecortados, debido al deficiente sonido de los parlantes de la AGEUS, las gradas de la facultad de Derecho eran el centro de información más actualizado.

Años antes, en esas mismas gradas, cuando aún era estudiante, solí­a sentarme entre clase y clase a ver pasar a las chicas. Las que se dirigí­an a la Biblioteca Central y las que iban a la Facultad de Economí­a, que necesariamente tení­an que pasar frente a la emblemática facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales como pomposamente sigue llamándose nuestra escuela de leyes, y sabí­an que deberí­an aguantar los piropos de la parvada de aprendices de abogados, que muchas veces con creatividad les hací­an gala a sus atributos femeninos, pero también tení­an que soportar el comentario procaz y vulgar de más de algún patán.  Por mi parte, estaba siempre con mi grupo, alejado de los piroperos que hoy serian acusados de acosadores sexuales o cuando menos de machistas o misóginos.

En realidad me moví­a entre dos grupos; en el primero estábamos los que nos í­bamos al Cafetí­n de la AGEUS, ubicado exactamente en la parte posterior del blanco edificio de nuestra facultad. Ahí­ los pushers ofrecí­an su mercancí­a, nos colocábamos con unos buenos porros, para luego regresar a clases, a la biblioteca o simplemente a sentarnos en los mullidos sillones del hall central, a hablar de cualquier cosa. Esto hice por más de dos años, desde el mismo mes que ingresé a la Universidad, cuando “la Pocha” Fiallos” un compañero de colegio durante la secundaria y el bachillerato, con quien habí­amos ingresado a la universidad en mayo de 1969 y estudiaba Arquitectura, me invitó a jugar billar al recién inaugurado Bolerama Jardí­n, ubicado a unas cuantas cuadras de la ciudad universitaria; ahí­ me regaló el primer “joint” el cual con un poco de temor me mi fui a fumar yo solo a mi cuarto. Lo hice escuchando la canción Aquarius del grupo vocal Fifth Dimension cuya melodí­a estimuló mi imaginación astral y me trasportó a un estado de calma y tranquilidad inusitado. Fue una experiencia distinta a la que imaginaba; al menos nada parecido a lo que el cine comercial mostraba, sobre las alucinaciones y visiones surrealistas, más allá de las experiencias y éxtasis que viví­an los hippies en sus comunas o en las calles de San Francisco.

Estoy seguro que habí­a llegado a ese punto crucial que los jóvenes de mi edad ansiábamos encontrar. Una ventana de libertad, una amplia ruta para las fantasí­as oní­ricas, las aventuras ofrecidas por ese mundo irreal, que nos abrí­a sus puertas amplias, sin lí­mites, para recorrer cielos estrellados, mares serenos, tranquilos y tierras llenas de flores y colores. Fue a la vez una búsqueda propia de nuestro tiempo, ya que las conversaciones en esta comunidad también versaban sobre la guerra de Viet Nam, la música de Country Joe, los Three Dogs Night, y otras bandas de rock que proponí­an un nuevo dialogo, nuevos rituales y códigos de comunicación. Me sentí­ parte de esa generación que como cantaba Scott Mackenzie en su oda a “San Francisco” exigí­a nuevas explicaciones sobre una guerra sin sentido, desafiante del sistema, exclamando a todo pulmón que habí­a que hacer el amor y no la guerra. Los baby boomers podí­an entender y sentir el orgullo de la lucha contra el fascismo y contra los nazi en la II Guerra Mundial, pero no aceptaban que se bombardeara una aldea con civiles desarmados por estar en una zona del Viet Cong.

Luego nos llegó el mensaje colectivo de una revolución pací­fica o pacifista, desde la máxima expresión de masas de la contracultura norteamericana reunida en el festival de Woodstock, que daba el contexto explicativo a los poemas de Abbie Hoffman, a las canciones de Joan Baez y Pete Seeger.  Ese histórico encuentro de tres dí­as de música, amor, paz, liberación espiritual, realizado en el anfiteatro natural de una granja en el estado de New York, donde se congregaron alrededor de 300 000 jóvenes para escuchar a muchos iconos del rock y la protesta social, marcó un antes y un después en nuestro grupo.

De repente, casi sin darnos cuenta nos sentimos parte de una fuerza nueva que moví­a el mundo con la voz de mando que llamaba a la juventud a “ser realistas haciendo lo imposible”. Fue inicialmente como un susurro interno que vení­a de lo más profundo de nuestro interior, y que fue creciendo con la fuerza telúrica de un naciente volcán, hasta que se convirtió en un potente e imparable rugido, alentándonos desde el Mayo francés de 1968, a levantarnos contra ese orden establecido por el dios Moloch. Fue tan atronador que el propio general De Gaulle tembló ante la asonada insurreccional parisina, que desafiaba los paradigmas de la cultura occidental y estremecí­a los cimientos de la sociedad de consumo. El mismo clamor que desde la Primavera de Praga nos llevó a una confrontación abierta con la burocracia comunista checoeslovaca, que de no haber sido por la intervención de los tanques soviéticos y la complicidad de los paí­ses del Pacto de Varsovia, habrí­a anticipado la caí­da del Muro de Berlí­n y quien sabe cuántos miles de vidas de patriotas democráticos se habrí­an salvado. Que continuó aquí­, en nuestro continente, con el imaginario de la libertad que recorrí­a nuestras universidades, cuando los estudiantes mexicanos acompañados para entonces de obreros, intelectuales, maestros y amas de casa, dejando atrás mitos y atavismos ancestrales, marcharon hacia la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, y en un inexorable encuentro con el destino, ofrendaron sus vidas y su sangre; sangre que generosa fluirí­a por el caudal de la historia, haciendo retumbar aquellos gritos de las madres, y las voces de los caí­dos,  en un eco de lamentos, cuya acústica se estrellarí­a en las paredes de la Corte del juez Hoffman, (que no era pariente de Abbie)  donde se ventilaba el Juicio contra los Siete de Chicago, en 1969.

Sin que necesariamente todos los reunidos lo compartieran o lo comprendieran, algunos de los que nos congregábamos bajo ese sospechoso concepto de libertad, sentí­amos que era también el llamado del Che, cuyo grito de guerra contra la injusticia y la explotación, estremecí­a desde la quebrada del Yuro a la juventud de todo el continente. Su potente llamado a las conciencias, particularmente a mi generación, nos estremecí­a y nos mostraba el camino, cada vez que sin mediar palabra ni discursos demagógicos, su mirada al infinito, inmortalizada por el fotógrafo Alberto Kordas, nos llamaba a la acción.

Fue hasta el 21 de Noviembre de 1971, dí­a de la Nuestra Señora de la Paz, patrona de San Miguel, cuando motivado por un fuerte y serio instinto de conservación, al comprobar que el consumo cotidiano de yerba me estaba afectando fí­sica y mentalmente, que decidí­ dejar de fumarla; y la provisión que tení­a para todo el mes, la repartí­ entre los brothers de la facultad. Según mi abuela, la virgen escuchó sus plegarias y le hizo el milagro de que yo no volviera a fumar mariguana a partir de ese dí­a. Superada esa etapa juvenil, me integré al otro grupo, el de los organizados, es decir, quienes nos habí­amos agrupado en las diferentes asociaciones estudiantiles.

Después de la intervención militar al campus de la Universidad de El Salvador UES, el 19 de julio de 1972, ya con el pelo corto y sin la vestimenta hippie, me incorporé al Frente de Acción Universitaria FAU, dirigido por los cuadros de la Juventud Comunista que disciplinadamente operaban en la UES. El resto del movimiento estudiantil se habí­a dispersado, unos se integraron a las dos nacientes organizaciones guerrilleras las Fuerzas Populares de Liberación FPL y el Ejercito Revolucionario del Pueblo ERP, otros se fueron a Guatemala y a Nicaragua buscando incorporarse a las Fuerzas Armadas Revolucionarias FAR o al Frente Sandinista de Liberación Nacional FSLN; algunos pretendimos crear grupos armados por nuestra propia cuenta aquí­ en el paí­s. El resultado fue que para cuando se abrió de nuevo el campus de la UES solo los camaradas del PC y la JC, tení­an una estructura estudiantil más o menos organizada.

Fue corta mi militancia con ellos, pues aunque ganamos las elecciones para dirigir la Asociación de Estudiantes de Derecho AED, en 1974, para las siguientes elecciones en 1976 ya estaba integrado al Frente Universitario de Estudiantes Revolucionarios “Salvador Allende” FUERSA, que constituí­a el sector estudiantil de la recién fundada Resistencia Nacional RN y en su planilla me presenté a las elecciones.

II

Esa tarde, la compañera Licha llegó hasta la librerí­a “Anastacio Aquino”, la cual yo administraba por encargo de la junta directiva de la AED, que presidia Eliseo Ortiz Ruiz; estaba en la entrada de la facultad al lado del centro de documentación “Feliciano Ama” que dirigí­a el poeta Ovidio Villafuerte y enfrente de la oficina del Socorro Jurí­dico dirigido por Saúl Villalta; se le veí­a un poco agitada. Habí­a dejado su vehí­culo casi enfrente de las gradas de la facultad con el motor encendido y la puerta del conductor abierta. Es urgente que hablemos me dijo, indicándome con su mano derecha el sitio donde estaba su inconfundible VW gris. Inmediatamente sentí­ el escalofrí­o que me recorrí­a la espalda, con relativa frecuencia en esos dí­as, cada vez que un compañero me hablaba de urgencias, pues significaba que alguno de los nuestros habí­a caí­do preso o en combate, que habí­a que movilizar a alguien o transportar algún material o equipo.

Habí­a tenido experiencias de urgencias recientes, trasladando al compañero guatemalteco Rubén “el chapin” Calderón desde su escondite en la colonia Zacamil, hasta donde pasarí­a la noche para salir el dí­a siguiente a su exilio en Costa Rica; igual que me tocó movilizar en varias ocasiones a Saúl Villalta cuando ya se habí­a clandestinizado. Una última urgencia me sorprendió cuando fui a la librerí­a del compañero Neruda, situada en la 29 Calle Poniente, porque muestro colectivo donde también estaba Ana, no se habí­a reunido la semana anterior; Reynaldo Chavarrí­a, que era su nombre legal, sin levantar la vista y fingiendo leer un libro me dijo casi sin mover los labios: “Salí­ de aquí­ inmediatamente, me están vigilando. Capturaron a Leo y toda la estructura esta en emergencia, te re-contactaremos a través de Ana”. Me recorrió ese mismo escalofrí­o por la espalda, al saber que los esbirros del régimen estaban vigilando el establecimiento; simulé que revisaba algunos libros en los estantes, di media vuelta, y sin voltearme para ver hacia donde él continuaba sentado, salí­ del local. Unos dí­as más tarde, las autoridades presentaron a Leo y a Mario Lungo  quienes habí­an sido capturados en una casa de seguridad en el barrio San Jacinto y, en efecto Ana que era la otra miembro de nuestro colectivo, me contactó para reunirnos con Neruda. A Reynaldo lo asesinó un escuadrón de la muerte en 1984, le dispararon mientras jugaba en la entrada de su casa en la colonia Metrópolis, con su pequeña hijita de un año de edad, quien se salvó milagrosamente.

Sin duda la emergencia habí­a pasado, pues el hecho de que presentaran a los detenidos a la prensa, era una garantí­a que se les respetarí­a la vida. Por nuestra parte la Organización habí­a tomado las medidas de seguridad necesarias y readecuado la estructura de propaganda, a la cual estábamos asignados. Santiago llegó a la reunión junto con Ana, lo habí­an nombrado responsable de esa estructura, cargo desde el cual trabajarí­amos juntos hasta mi traslado al exterior, a finales de 1981. Santiaguito como solí­amos llamarlo, era un creyente cristiano y católico, siempre discutí­a con nosotros ateos militantes, su particular concepción del marxismo. Nos habí­amos conocido varios años antes con su nombre real Salvador Silis; lo recuerdo en las manifestaciones de apoyo a la huelga de los maestros en 1971, lo visité varias veces en su librerí­a donde compré muchos de los libros de teatro que con avidez leí­a en esa época. Habí­a denominado su librerí­a con el simbólico nombre MAHUCUTAH y estaba ubicada cerca de la oficina donde yo laboraba como asistente jurí­dico, en el centro de la ciudad; además éramos vecinos del municipio de Ayutuxtepeque, él viví­a en la colonia Skandia y yo en la Bonanza.

Me alegré cuando el Cuarto Congreso de la Resistencia Nacional RN celebrado en 1984, lo nombró responsable del trabajo en el exterior. Volverí­amos a trabajar juntos, pues a mí­ me nombraron responsable para el trabajo en Norteamérica. Pero el destino tení­a escrito otro final y no nos volvimos a ver. Yo regresé al paí­s a fines de 1984 y Santiago no pudo salir pues cayó cerca  de Guazapa en un bombardeo del enemigo.

III

Licha se habí­a incorporado a la organización, después de un fuerte conflicto ideológico personal. Ella se habí­a iniciado con la juventud comunista, y de hecho cuando entré al FAU mi sorpresa fue encontrarla en una reunión del colectivo que estaba definiendo la planilla de candidatos que el FAU presentarí­a para las elecciones de la AED. La reunión se desarrollaba en el local de la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños AGEUS; Licha que tení­a más antigí¼edad que yo, y por ende más autoridad, propuso para presidente a Francisco Dí­az un cuadro socialcristiano, ya que según ella, un candidato de ese perfil permitirí­a atraer a los estudiantes indecisos o temerosos de la infiltración dentro de la UES por parte del régimen después de la intervención militar, quienes no votarí­an a un candidato de la izquierda, menos aún, si se le identificaba con la JC o con el PC.

Sus argumentos, que expuso con aplomo, casi logran convencer al resto de camaradas, todos cuadros de la Juventud Comunista, hasta que intervine y después de varios debates, logré que se llevara como candidato a Eliseo Ortiz Ruiz, sin militancia conocida, pero que cada año recibí­a el diploma de la AED como el mejor estudiante de nuestro curso. Y con Eliseo y Roberto Turcios, en esa planilla ganamos la AED en 1974.

Con Eliseo nos conocimos en mi primer dí­a de clases en mayo de 1969, en el curso de Introducción al Estudio del Derecho, y para 1974 cuando se retiró el ejército y se reabrió el campus universitario, ya habí­amos tenido algunos intercambios polí­ticos; a través de él conocí­ al compañero Cooper, un estudiante de Medicina que nos salvó la vida, cuando con Doroteo Gómez Arias andábamos formando un grupo guerrillero, al que pomposamente llamábamos Movimiento Armado Revolucionario Centroamericano MARCA, entre 1972 y 1973, después del fraude electoral de 1972 cuando ambos nos metimos de cabeza a apoya el proyecto electoral de la UNO en Chinameca, nuestra ciudad de origen.

Anteriormente y en el marco de la gran huelga de los maestros de ANDES 21 de Junio, habí­amos ensayado formas clandestinas de trabajo, sobre todo de propaganda, imprimiendo comunicados en un mimeógrafo manual que Teyo, como se le llamaba a Doroteo, consiguió en una de las  escuelas de la ciudad, los cuales elaborábamos y distribuí­amos bajo las puertas de las casas durante la noche y la madrugada, alentando al pueblo a participar en la lucha de los profesores. Chinameca fue tierra de maestros, gracias a la visión del insigne profesor don Samuel Cáceres, se fundó una escuela normal en nuestra ciudad, a donde llegaban a estudiar cientos de jóvenes de varios municipios de la zona oriental del paí­s. Doroteo Gómez Arias, igual que sus hermanos Medardo y Pablo asesinados por los esbirros del régimen, se habí­an graduado de esa escuela normal.  

En uno de nuestros encuentros, en esa búsqueda de organizarnos y reclutar compañeros para incorpóralos a nuestro movimiento armado, Cooper me advirtió de un agente del régimen que se presentaba ofreciendo entrenamiento militar a los universitarios que desearan incorporarse a la lucha armada. Como la UES permanecí­a cerrada, el movimiento estudiantil estaba disperso y los esfuerzos organizativos, fuera de las FPL y el ERP que aun incipientes, ya estaban estructurados, el resto andábamos por la libre buscando como organizarnos. El agente me contactó y me propuso reunirnos en una panaderí­a en Cuscatancingo para de ahí­, salir al campamento a recibir el entrenamiento guerrillero que tanto ansiábamos.

Advertido de antemano por Cooper, le dije a Doroteo que nos reuniéramos en las instalaciones de la escuela “Concha vda. de Escalón” donde él y Aurelia Corozo también estudiante de derecho, daban clases. Aurelia ya habí­a participado en algunas de las acciones que nuestro grupo habí­a realizado; una de esas acciones en la que ella estuvo presente fue la captura e interrogatorio de Madecadel Perla, para que informara sobre los fondos de la AGEUS, pues corrí­a el rumor que durante la intervención militar a la UES, los dirigentes de AGEUS habí­an tomado los fondos de la Asociación; esta acción la realizamos en el vehí­culo del cura Tilo Sánchez, quien durante la guerra servirí­a de capellán en varios campamentos. La explicación de Madecadel sobre el uso que Meme Rivera, a la época presidente de la AGEUS, habí­a hecho de ellos fue satisfactoria. Nos relató cómo Meme y su hermano habí­an sacado el dinero para Guatemala y lo habí­an entregado a las FAR.

La idea que se le ocurrió a Doroteo fue esconder a Cooper en un lugar adecuado para que pudiera observar y escuchar nuestra conversación con el tipo, y nos confirmara si era el agente o no. Así­ fue. El hombre llegó puntual a las 5 pm, cuando los estudiantes de dicha escuela ya habí­an salido de clases. Cooper estaba detrás de unos muebles y cuando el agente se fue del plantel, después de media hora de explicarnos qué tipo de armas nos iban a enseñar a manejar, que otros compañeros estudiantes y obreros se nos iban a unir, y otras indicaciones logí­sticas, Cooper nos dijo: “ese es el cabrón que ha llevado al matadero a varios compañeros”. Nos comprometimos a advertir a todos los que como nosotros andábamos en la tarea de organizarnos y dar sus señales fí­sicas inconfundibles: el tipo era alto, como de 1.90 cm, fornido, con más de 200 lbs de peso, con un lenguaje ultra revolucionario y una voz ronca inconfundible. Hay que ajusticiarlo sentenció Doroteo, a lo cual Aurelia asintió. No sé cuál fue el final del tipo, pues nunca más lo volví­ a ver. A Cooper lo capturaron en 1980 junto a su compañera Carmen, una docente del departamento de Sociologí­a de la UES, y la información que nos llego era que sus dos menores hijos habí­an sido vistos deambulando por la colonia Atlacatl, cerca de donde la pareja tení­a su domicilio. Doroteo se incorporó a la RN, alcanzando el grado de Comandante con el seudónimo de Gerónimo y fue asesinado en la Policí­a Nacional en 1985 después de capturarlo en San Salvador.  

La muerte de Doroteo me golpeo muy fuerte. Nos uní­an muchas aventuras polí­ticas y una estrecha afinidad ideológica; su recia personalidad, su sólida formación académica y polí­tica, su liderazgo natural lo convertí­a en un mentor. Una tarde de 1985 nos encontramos en una acera caminando en el centro de San Salvador, cruzamos miradas y pasamos de lado como desconocidos. Una semana después lo capturaron. Aurelia se fue para Australia y no supimos más de ella.

A Roberto Turcios lo conocí­a desde que usaba pantalones cortos en 1964, cuando estudiábamos en el colegio de los Hermanos Maristas, en San Miguel. Luego en la facultad nos acercó más la literatura y fundamos un grupo literario llamado “Juez y Parte” junto con Francisco Bertrand Galindo y Roberto Figueroa. Este grupo publicó varias revistas y atrajo a varios jóvenes valores, abriendo sus páginas para publicar sus trabajos iniciales. Cuando Roberto hizo un viaje a Europa con José Fabio Castillo, les pedí­ a ambos que cuando pasaran por España me investigaran como poder inscribirme en la facultad de Derecho de la Universidad Complutense. A su regreso me trajeron la información necesaria sobre los documentos que necesitaba y la buena noticia de que me recibirí­an en dicha facultad para coronar mi carrera de abogado. Durante la guerra raras veces trabajamos juntos, pero siempre nos comunicábamos. Cuando llegue a México al colectivo de dirección, a él lo movieron para Managua, y cuando lo regresaron a México años más tarde, yo me vine a El Salvador. Sobrevivimos la guerra y de vez en cuando trabajando juntos.

III

Licha fue muy leal y a pesar de haber perdido con su candidato, se incorporó al trabajo de la AED bajo la conducción de Eliseo. Cuando surgió el FUERSA y hubo que optar, ella se vino con nosotros. Fue el año 1976 cuando las elecciones en Derecho mostraron las tendencias que ya se iban perfilando en el seno de la sociedad salvadoreña y que marcarí­an la lucha ideológica al seno de la izquierda en El Salvador.

El FUERSA y el FAU competimos separados y perdimos las elecciones. Las ganó un movimiento de centro derecha. En el auditorio de la facultad cuando se dieron a conocer los resultados, tristes y desconsolados los dos frentes de izquierda, sentimos una voz femenina alzarse con dignidad y en un tono muy alto gritar: La izquierda unida jamás será vencida!!! Todos las seguimos a coro y en un inusitado acto, ambos grupos nos levantamos, caminamos lentamente y alzamos los brazos con los puños cerrados sin parar de corear esa emblemática consigna, y frente a los atónitos ojos del público de la derecha, Licha habí­a logrado unirnos, al menos por un momento, o mejor dicho fundirnos en un fraternal abrazo.

Desde el FUERSA y otros colectivos partidarios la RN presentaba su estrategia revolucionaria para la toma del poder, la cual no era otra que la insurrección popular. El análisis tení­a un sólido fundamento leninista, caracterizando la situación revolucionaria que se viví­a en ese momento histórico, como la antesala de la crisis revolucionaria, y la perdida de hegemoní­a de la clase dominante, que generarí­a las condiciones objetivas para que las clases dominadas se alzaran en una insurrección popular. El problema, decí­an los compañeros de la dirección, es consolidar la vanguardia popular que conduzca al pueblo, y eso se llama el factor subjetivo.

En este punto del debate, nuestro esfuerzo era entonces, acelerar la maduración de las condiciones objetivas y consolidar las subjetivas mediante la construcción del sujeto revolucionario que serí­a la vanguardia de este proceso. Por su parte el FAU como expresión del PC y su lí­nea revisionista, sostení­a que la lucha parlamentaria y electoral, eran la ví­a alternativa al socialismo. Ante la réplica por la experiencia chilena con el golpe que derrocó a Salvador Allende, respondí­an que eso no se podí­a repetir en nuestro paí­s. Y sin contemplaciones, empezaron a acusar a las organizaciones armadas FPL, ERP, RN de aventureritas, ultraizquierdistas, trotskistas, guevaristas y demás istas que pudieran descalificar la opción de la lucha armada. Para entonces las FPL que sostení­an la estrategia de Guerra Popular Prolongada GPP, ya habí­an creado su frente estudiantil el UR-19, con el cual el FUERSA formó una coalición llamada Alianza Revolucionaria, y ganó las elecciones generales de la UES afianzando la conducción de la AGEUS con Medardo González (quien luego llegarí­a a ser coordinador del FMLN) como presidente y Eliseo Ortiz Ruiz (magistrado suplente de la emblemática Sala de lo Constitucional 2009-2018) como vicepresidente.

Vení­amos de 1975 un Annus Horribilis, la dictadura militar habí­a mutado. Las tradicionales formas de represión gorilesca tí­pica de los gobiernos anteriores, se volví­an insostenibles; el Coronel Molina al no ganar con la mayorí­a absoluta del voto popular directo a pesar del enorme fraude en 1972, fue electo por la Asamblea Legislativa, y sabí­a que sin una base popular controlada por el gobierno, el régimen perderí­a legitimidad frente al acelerado crecimiento de las organizaciones armadas, articuladas con las amplias organizaciones de masas. El FAPU y el BPR anunciaban el resurgimiento indetenible del pueblo organizado. Por tanto, la nueva estrategia de dominación se basó en dos lí­neas tácticas de acción; la primera, movilizar sectores populares a su favor; con ese objetivo hizo desfilar en las calles de la capital miles de campesinos acarreados por medio de la organización para-militar y de control social en las zonas rurales y semiurbanas, llamada Organización Democrática Nacionalista ORDEN. La segunda, fue definir a las organizaciones auténticamente populares como objetivos militares. En esa lógica se llevaron a cabo masacres contra campesinos como las de Chinamequita, La Cayetana y las Tres Calles, contra el movimiento estudiantil en la matanza de universitarios del 30 de Julio, en la 25 Avenida Norte, frente al Instituto Salvadoreño del Seguro Social.

Por tanto, 1976 se planteaba como un año de definiciones. El movimiento popular se vio fortalecido al denunciar los partidos polí­ticos de la Unión Nacional Opositora UNO (MNR, PDC y UDN-PC) su retiro de las elecciones legislativas, por no existir las garantí­as democráticas necesarias para unas elecciones justas y transparentes. El Partido de la dictadura Partido de Conciliación Nacional PCN, se presentó solo y ganó todos los escaños de la Asamblea Legislativa (52 diputados en aquel entonces), con lo cual la lucha extraparlamentaria, tanto militar como social y reivindicativa, ascendí­a un escalón más.

Nuestro trabajo se extendí­a. Salimos de los claustros universitarios, nos insertamos en el movimiento campesino, en los gremios y sindicatos, nos tomamos las calles. La represión respondí­a con igual fuerza, lo cual nos generaba mayor capacidad de respuesta. A los ataques armados que los cuerpos represivos Guardia Nacional y Policí­a Nacional realizaban en contra las manifestaciones populares,  respondimos con las brigadas de autodefensa armada. Y como dice el poema de Roque Dalton, los guardias al ver que las balas también vení­an del otro lado, echaron a correr.

IV

Esa tarde Licha vestí­a de ejecutiva; trabajaba en la Dirección de Comercio Exterior, su formación en la carrera de Relaciones Internacionales le daba las credenciales académicas para el cargo que le habí­an asignado. Claro que tras esa impecable imagen profesional estaba la estoica presencia de una combatiente, la cual, igual que yo, no estaba destinada a empuñar las armas, a pesar de nuestra disposición y hasta cierto punto, una comprensible ansiedad, por sentir el olor a pólvora en los idealizados combates. Habí­amos recibido juntos un rudimentario entrenamiento militar en el viejo edificio del Paraninfo Universitario, donde hací­amos ejercicios de guerrilla urbana y se nos enseñaba el arme y desame de campaña de viejos fusiles M-16 y G-3.

Su figura resaltaba en la multitud. Estaba siempre al frente, nunca en segunda fila. Recuerdo que durante las manifestaciones en apoyo a la huelga de los maestros de “ANDES 21 de Junio” en 1971, cuando aún no éramos amigos, escuché a otros compañeros decir que si esa muchacha linda, con su minifalda, su morral de cuero y su cabello suelto, iba a la marcha, porque nosotros no nos uní­amos. Alguno con esa picardí­a propia de nuestro machismo provinciano de aquel entonces, dijo, me voy a ir cerca de ella por si nos lanzan gases lacrimógenos y hay que darle respiración de boca a boca. Todos reí­mos de la ocurrencia, mientras salí­amos ordenadamente de la facultad y nos uní­amos al torrente humano que se iba nutriendo con los estudiantes de las otras facultades, hasta formar una sola masa sobre la 25 Avenida Norte también conocida como Avenida Universitaria. Siempre estuvo ahí­, para algunos infundí­a respeto, otros sentí­an admiración. La verdad es que era muy bonita y muy valiente. Cuando nos subimos a su carro, sentí­ que se calmó un poco.

Que pasa? Le pregunté con más nerviosismo que curiosidad.

Cuál es la urgencia? Le dije, mientras comprobaba que en mi bolsillo estaban las llaves de mi auto, pues lo tení­a estacionado en el costado sur del edificio de la facultad.

Bueno, me contestó, no es nada grave pero si muy serio y muy urgente.

No se me ocurrí­a que podí­a ser serio y urgente pero no grave. Bajo las circunstancias que viví­amos todo era grave y todo era serio. En verdad viví­amos tiempos de urgencia. La vida corrí­a a una velocidad increí­ble, los hechos se sucedí­an unos a otros con la rapidez de un relámpago. Lo que hoy era al dí­a siguiente no existí­a. Cada dí­a nos despedí­amos como si fuera el último, y desafortunadamente para muchí­simos y entrañables seres queridos así­ fue. Alumnos y colegas profesores de la universidad desaparecí­an sin dejar rastros, los menos porque se incorporaban a la lucha y se tení­an que clandestinizar, la mayorí­a porque eran capturados, asesinados o simplemente desaparecidos por el régimen.

Lo único que me tranquilizaba a medida que Licha salí­a de la ciudad universitaria y tomaba rumbo norponiente, hacia la colonia MIralvalle donde tení­a su apartamento, era que no habí­an capturas ni muertos de por medio, pues de ser así­, hubiera sido lo primero que me habrí­a informado. Y si í­bamos a su apartamento, tanto mejor, pues lo que menos se podí­a hacer en esos dí­as, era llevar a un compañero a la casa de uno, si habí­a algún problema de seguridad. Es más, por la compartimentación  que tení­amos como norma básica de seguridad, dentro de los colectivos no se debí­a conocer el domicilio, el nombre legal de los miembros, ni cualquier otra información que pudiera ser útil al enemigo en caso de ser capturado.

Se nos habí­a advertido que los métodos de tortura del régimen para obtener información de los capturados, se habí­an sofisticado. Que ante el coraje de muchos prisioneros que murieron sin delatar, sin dar información de su trabajo, de sus compañeros, de sus organizaciones, por la valentí­a de esos héroes y mártires anónimos, los métodos de interrogación en los cuerpos policiales habí­an sido “modernizados” por los asesores estadounidenses y argentinos, quienes los habí­an vuelto más sofisticados, más efectivos. La vieja técnica de la capucha (que dio el tí­tulo al libro de Cayetano Carpio “Secuestro y Capucha”) o el avión, que era el favorito en la Policí­a Nacional, así­ como los chasquidos de armas sobre la cabeza del prisionero vendado, ya no se usaban. Ahora habí­an choques eléctricos en los genitales, inyecciones de pentotal sódico (llamado el suero de la verdad) o, como dicen que hicieron con Doroteo, indoblegable ante sus verdugos, le trajeron a su hijito, le mostraron al niño indefenso, algo que no soportó; cuentan que se fue encima de los esbirros como león herido, tratando de rescatarlo, con el resultado fatal que la prensa reportó dí­as más tarde: “Abogado izquierdista se ahorca en celda de la Policí­a Nacional”. Licha conocí­a y practicaba las medidas de seguridad, y si me llevaba a su apartamento era porque tení­a autorización.

Después que terminé mis estudios de Derecho y regrese de España a finales de 1979, me encontré con la agradable noticia que Licha estaba orgánicamente trabajando con la Resistencia Nacional. Busqué a los compañeros de siempre, incluyendo a Licha, llegué a su apartamento donde solí­amos reunirnos socialmente a tomar vino, leer poemas y hablar de la revolución. Me recibió con la cordialidad de siempre, Luisa la empleada seguí­a con ella, y Camila era ya una niña grande que se retiraba a su habitación para no escuchar lo que hablaban los mayores. Pero me advirtió que ya no era lo mismo, que en la organización le habí­an dado algunas tareas que requerí­an mayor compartimentación, que en su apartamento se reuní­an algunos compañeros de la dirección y que por tanto, las reuniones sociales que tanto nos entusiasmaban, y de una de las cuales me quedaron recuerdos en mi cara (y en mi alma) para toda la vida, ya no se podí­a hacer. Por tanto me dijo, debemos vernos en la facultad, cuando coincidamos en actividades abiertas, pues el seguimiento que nos hace el enemigo es muy efectivo. Mientras no haya orden de clandestinizarnos debemos seguir actuando normalmente. Yendo a las clases, a los mí­tines, etc., como siempre, pero con los ojos y las orejas bien abiertos.

Entonces”¦? Dije lanzando una pregunta impersonal.

Bueno”¦, respondió, te lo explicaremos mejor cuando lleguemos al apartamento.

V

En Paris cae una temprana llovizna primaveral. Hace un calor húmedo a pesar de que es mayo y en el Quai d’Orsay se abren las ventanas del primer piso, coronadas con medallones de mármol. El pueblo francés ha votado mayoritariamente a favor del socialista Franí§ois Mitterrand y la izquierda a nivel mundial celebra este cambio de rumbo. Finalmente con su slogan de campaña: “La Force Tranquille” logró rebasar a Jacques Chirac y pasar a la segunda vuelta contra Giscard d’Estaing; en unidad con comunistas, trotskistas, ecologistas y otras formaciones polí­ticas ganó la elección con cerca del 52 % de los votos.

Los antiguos inquilinos de la Cancillerí­a comienzan a empacar, ya se sabe que Claude Cheysson, militante socialista de la resistencia durante la ocupación alemana, será el nuevo patrón. En efecto hay un golpe de timón en la polí­tica exterior, en su primer viaje a Latinoamérica Cheysson visita al presidente Belisario Betancourt de Colombia, para expresarle su simpatí­a y apoyo a los trabajos para evitar una intervención militar norteamericana en Centroamérica y por sus esfuerzos pacificadores desde el Grupo Contadora. En sus exequias Laurent Fabius lo llamarí­a “un diplomate hors normes”, y es que en realidad fue un hombre fuera de lo convencional. Para mostrar ese cambio sustantivo hacia la región, que tanto intrigaba a la Administración Reagan, en el mismo viaje realizó la primera visita a Cuba de ese alto nivel, desde 1959.

Pero lo que tras bastidores se urdí­a como una jugada diplomática maestra, con la cual el gobierno socialista francés pretendí­a contribuir a desmontar la enorme maquinaria de guerra que los recién llegados “halcones de Washington” se apresuraban a armar en la región centroamericana, pasaba por el olfato polí­tico de Regis Debray. Con la aureola de su campaña con el Che, su captura, juicio y condena por parte de los militares bolivianos, su posterior liberación gracias a la intervención del Papa Paulo VI y del propio general DeGaulle, le daban las credenciales para que el Presidente Miterrand y luego el Canciller Cheysson atendieran su audaz iniciativa: reconocer a los insurgentes salvadoreños como beligerantes, y poder abrir relaciones diplomáticas con un gobierno provisional integrado por el FMLN y el FDR.

Del otro lado del Atlántico, Don Jorge Castañeda padre, se pasea en uno de los pasillos de la Torre de Tlatelolco, en la Ave. Flores Magón de México DF, donde se alojaba entonces la Cancillerí­a mexicana. Luce pensativo, pues la situación en Centroamérica se complica cada dí­a. El lobby salvadoreño es muy fuerte, goza de muchas simpatí­as entre la intelectualidad mexicana, la academia, los medios de comunicación y los dirigentes polí­ticos así­ como los lí­deres sociales, no pierden ocasión para mostrar su solidaridad con las luchas revolucionarias. Se pide al gobierno de López Portillo una polí­tica más determinante frente a la nueva Administración republicana que recién llegó a la Casa Blanca liderada por un actor secundario de cowboys, que alentado por sus gurús en polí­tica exterior los Haig, los Abrams, la Kirkpatick, y un Kissinger (recargado después de su aventura con Nixon en el golpe militar en Chile), mantiene la permanente amenaza de invadir militarmente Nicaragua. Su confrontación con el gobierno sandinista y su apoyo incondicional a los militares salvadoreños, son una real amenaza para la estabilidad regional. Los informes que llegan de las embajadas en ambos paí­ses son alarmantes, hay que hacer algo.

El dilema de don Jorge lo agrava la hí­per actividad de su hijo Jorge Castañeda Gutman, “el Gí¼ero” quien se mueve con natural facilidad entre los revolucionarios centroamericanos, y que para intelectuales de la talla de Adolfo Aguilar Zinser, sus ví­nculos con el Partido Comunista Mexicano, ponen en riesgo la polí­tica exterior de su paí­s, dada la influencia que según Adolfo, Jorgito ejerce sobre su padre. El Gí¼ero trabajaba muy de cerca con las FPL, su amistad con Salvador Samayoa era tan entrañable como la de Adolfo con Feliciano (Pepe Rodrí­guez Ruiz) de la dirección de la RN y nuestro representante ante la Comisión Polí­tico Diplomática del FMLN/FDR. La ventaja de Pepe era que Carmen Lira Saade, fundadora del periódico La Jornada, entonces ejecutiva del diario Uno más Uno, y Gustavo Iruegas alto funcionario de la Secretaria de Relaciones Exteriores, que nos recibí­a con más agrado y suculentas cenas en su casa en Satélite, que en las frias reuniones con una taza de café de segunda la Cancillerí­a, eran junto con Adolfo, un trio de lujo que orientaba el trabajo de la RN en la lucha diplomática que libraba la alianza FMLN/FDR.

La rivalidad intelectual que yo intuí­a entre Adolfo y el Gí¼ero, desapareció. No sé cómo se encontraron, se reencontraron o se reconciliaron, pero me alegré al verlos trabajar juntos para las elecciones del año 2000. En uno de mis viajes de observación electoral, almorzamos con Gerardo Le Chevallier en el restaurante San Angelí­n y ambos nos actualizaron sobre la campaña de Fox. Lástima que a ese almuerzo no asistió Fernando Bazua, con quien me comunicaba con más frecuencia en esos dí­as y, que además era quien conocí­a mejor el sistema electoral mexicano. Encontré a Jorge en 2015 en las elecciones de Guatemala, para entonces ya habí­a publicado ““y yo habí­a leí­do- sus memorias tempranas, bajo el tí­tulo de “Amarres Perros”. Pude comprobar lo que intuí­ en aquel almuerzo, ambos habí­an superado cualquier diferencia que pudieron haber tenido en los 80s, cuando aún eran treintañeros. El Gí¼ero lo describe como su hermano del alma, un verdadero homenaje póstumo para Adolfo, y un crédito para la amistad de dos intelectuales de su talla. 

A Feliciano o Pepe, lo llevaron una noche a la casa de don Jorge en el Pedregal de San Ángel, ahí­ estaban reunidos los dirigentes del FMLN/FDR discutiendo los últimos detalles de lo que serí­a la Declaración Internacional más sui generis de la Guerra Frí­a. Según me dice Rafael Guido Vejar, el borrador que se discutí­a lo habí­a elaborado Gustavo Iruegas. De lo cual no me cabe la menor duda, sobre todo cuando recuerdo que Pancho, el encargado de seguridad de la RN, me contaba las penurias que nuestros compañeros tuvieron que pasar en uno de los frentes de guerra (no me dijo cual, luego supe que fue en Guazapa) cuando Gustavo pidió que lo llevaran a verificar in situ, la capacidad militar y organizativa de la guerrilla. No iba de turista revolucionario, ni a incorporarse a nuestras filas guerrilleras, sin duda cumplí­a con una misión de su gobierno de conocer desde lo más profundo y de primera mano, quienes eran esos alzados en armas, que pronto México y Francia les extenderí­an la mano amiga. Un fuerte golpe para la Administración Reagan, el Gobierno Salvadoreño y demás sectores que nos acusaban de terroristas.

VI

Licha estacionó su vehí­culo en el parqueo de siempre, frente al “Gualcala”, la cervecerí­a que estaba en el edifico frente al suyo y que nunca lo vimos vací­o. A toda hora habí­a clientes tomando cerveza o degustando unos cocteles que no supe a que sabí­an, pues por solidaridad con ella, dada la molestia que le causaba el bullicio de los clientes, nunca lo visitamos.

Ya llegaron, -me advirtió después de ver detenidamente un vehí­culo negro que estaba estacionado discretamente en el parqueo.

Quienes, .pregunté un poco naive.

Los compañeros, -me contesto lacónica,

Los conozco? Me conocen? Fueron las dos únicas expresiones que logré articular antes de que ella con la llave en ristre y la cartera colgándole del hombro, abriera la puerta del apartamento. No hubo tiempo para respuestas. Sin mayor protocolo dijo refiriéndose a la pareja que estaba sentada en el sofá de la sala.

Aquí­ estamos, creo que llegamos a la hora convenida,- reiteró con el énfasis de quien ha cumplido una misión.

Si compañerita, le dijo con un cierto tono maternal, la mujer. Y sin quitarme los ojos de encima, escudriñando con su mirada de tigresa que yo habí­a visto antes, sacó un papel del bolso que sostení­a en su regazo. Dirigiéndose al hombre que estaba a su lado me espetó:

Como has estado?

Y sin esperar mi respuesta agregó:

Te presento al compa Lito.

Hola, dije moviendo la cabeza en una especie de saludo para ambos. Sin decidir si sentarme o mantenerme de pie, mirando fijamente su bolso, que me pareció mucho más grande de los que normalmente portan las mujeres, agregué:

Hace mucho tiempo que no nos veí­amos”¦-articule sin terminar la frase.

Ella notando la dirección y adivinando la curiosidad de mi mirada, palmeó el bolso con la mano libre, pues en la otra sostení­a el papel, y sin decir más, sentenció: nuevas responsabilidades.

No me quedó duda que andaba armada, Para entonces algunos cuadros sobre todo los de dirección tení­an que andar armados. Parte del entrenamiento que se estaba desarrollando en la Organización era el uso y manejo de armas, tanto cortas como largas, además de las técnicas conspirativas, la compartimentación, las medidas de seguridad, el chequeo y contra chequeo, los contactos en ruta, etc.  Por el tamaño del bolso calculé que podrí­a haber sido una sub ametralladora UZI o tal vez una pistola calibre 45 con varios cargadores. Quién sabe. Además no era un tema de armas el objeto de la reunión.

Lito, supe años más tarde, era un médico brillante hermano de un compañero mí­o del colegio en San Miguel, que después del rompimiento del ERP en 1975 con el caso Roque Dalton de por medio, ascendió a la dirección de la RN. En esa calidad estaba esa tarde/noche en el apto de Licha. A la mujer la conocí­ cuando era estudiante de medicina y llegaba a la facultad en los inicios de nuestro trabajo organizativo del FUERSA. Era de los cuadros que junto con Carlos Arias, Alirio, Nachito, Paco Montes, el loco Manuel, Marcos, Cooper y otros compañeros de Medicina, habí­an creado ese movimiento estudiantil. Por sus ojos amarillos y su porte amazónico, el Decano de nuestra facultad Dr. Luis Domí­nguez Parada la llamaba la tigresa.

La mujer me extendió el papel, pero antes de que lo comenzara a leer, Lito me preguntó:

Que sabes del estatuto de Insurrectos? Licha nos ha comentado que vos estudiaste en España y una vez comentaste sobre los Polisarios, y otros movimientos de liberación nacional que tienen ese reconocimiento de las Naciones Unidas.

Entonces entendí­ de qué se trataba esa reunión. Dirigí­ la mirada a Licha como reclamándole por haberme puesto como un conocedor de tan delicado tema. Pero sin desmentirla, les conteste a ambos.

Bueno -dije con la voz un poco entrecortada- una vez le comenté a Licha sobre el trabajo de solidaridad con el Frente Polisario que se realizaba en la Universidad, el apoyo a su causa que observé entre los estudiantes y algunos profesores españoles, especialmente los de izquierda, que justo ese año de 1979 yo habí­a asistido a un acto en la facultad de Ciencias Económicas, para celebrar que la ONU aprobó una resolución en la que reconocí­a al Frente Polisario como el legí­timo representante del pueblo Saharaui, y declaraba a Marruecos como una potencia ocupante. Pero mi seguimiento al caso Saharaui no fue algo sistemático, ni es un tema que yo manejo, pues la especialidad que estudie en Madrid fue sobre Seguridad Social no sobre Derecho Internacional.

Al ver que sus expresiones no fueron de mucho entusiasmo, quise paliar la situación haciendo memoria de mis clases de Derecho Internacional Público con el profesor Manuel Diez de Velasco y les ofrecí­ revisar mis notas de clase, consultar con algunos expertos en la materia y elaborar un documento sobre las condiciones y requisitos para obtener ese estatuto de Insurrectos o Beligerantes, que son reconocidos como sujetos del Derecho Internacional Público.

VI

Licha habí­a estudiado la carrera de Relaciones Internacionales, entendí­a perfectamente cómo funcionaban las Naciones Unidas, la Comunidad Internacional y los sujetos que ésta reconoce por antonomasia como son los estados. El marco normativo que encontramos apropiado en ese momento fue Protocolo II de 1977, Adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 relativo a la protección de las ví­ctimas de los conflictos armados sin carácter internacional.

Este instrumento tení­a como base el famoso art. 3 común a los Cuatro Convenios de Ginebra, que regula los conflictos armados de carácter no internacional, y que a menudo solí­a invocar en mis escritos de defensa de prisiones polí­ticos, alegando que esa normativa era parte de nuestro derecho interno, ya que nuestro paí­s era suscriptor de dichos convenios y habí­an sido ratificados por la Asamblea Legislativa. Al solicitar su aplicación en varios casos en los que me tocó actuar, les recordaba a los jueces del fuero común penal, que los Convenios estaban sobre la Ley Penal, pues según el art. 144 de nuestra constitución cuando un Tratado Internacional vigente en nuestro paí­s entra en colisión con normas de la legislación común, priva el Tratado. Logré la libertad de varios prisioneros y prisioneras polí­ticas, pero ninguno por esta ví­a. Sin embargo me quedó la satisfacción de haber presentado judicialmente este argumento y traer al debate jurí­dico la vigencia de normas de derecho internacional, en este caso de carácter humanitario, aunque fuese en el contexto del jus in bellum.

Dentro del plazo que no dieron los compañeros de la dirección, entregamos un rustico borrador sobre lo que habí­amos logrado investigar a cerca del tema de los Beligerantes. La referencia más precisa era la Organización para la Liberación de Palestina OLP, que reconocida primero por los paí­ses de la Liga Árabe, habí­a obtenido el estatuto de observadora por parte de Naciones Unidas en 1974, también el caso del Frente Polisario, reconocido en 1979. Pero además presentamos los casos de movimientos que se autoproclamaban de liberación nacional, como la ETA de España, que no tení­a ningún respaldo internacional y cuya reivindicación principalmente autonómica, podí­a alcanzar por la ví­a democrática, una vez superada la dictadura franquista y abiertos los canales institucionales para determinar en la Constitución de 1978 las competencias ““la existencia y funcionamiento- de las comunidades autónomas.

Otros movimientos armados como la Fracción del Ejército Rojo en Alemania, conocido como la banda Baader-Meinhof o las Brigadas Rojas de Italia, al igual que el Ejército Rojo en Japón, no tení­an ningún parangón con nuestra lucha. El uso de la violencia en esas sociedades, carecí­a de justificación. Aun en las condiciones de represión que esas democracias liberales ejercí­an en contra de los colectivos contestatarios, como la matanza de los estudiantes de la Universidad de Kent en los Estados Unidos, no justificaban ni la lucha armada de los Black Panthers o del Ejercito Simbiótico de Liberación. Las condiciones para lograr grandes transformaciones sociales y polí­ticas, frente a la exclusión, la segregación, la explotación, etc., transitaron por otras ví­as. Así­ lo demostró la resistencia pasiva y ciudadana encabezada por Martin Luther King y demás lí­deres del movimiento por los derechos civiles.

Por tanto la etiqueta de terroristas con la que se les juzgaba a estos grupos, no aplicaba a nuestros lí­deres ni compañeros de lucha. Eso lo entendí­an muy bien nuestros amigos y aliados tanto en Europa como en los Estados Unidos.  El recibimiento que se le daba a Guillermo Ungo, Presidente del Frente Democrático Revolucionario FDR y Vicepresidente de la Internacional Socialista, en algunos paí­ses era similar que al de un jefe de estado. Las campañas de apoyo en el movimiento de solidaridad en todos los estados, comprendí­a iglesias, sindicatos, universidades, medios de comunicación y sobre todo en ambas Cámaras del Congreso. Paul Tsongas, Tom Harkim, Ted Kennedy, Christopher Dodd, entre machismos otros congresistas jugaron un papel fundamental para contener la polí­tica belicista de la Administración republicana y mediante el control presupuestario obligarla a polí­ticas como la certificación en la mejorí­a de los derechos humanos en nuestros paí­s.

En Europa el apoyo no era menor. Desde los gobiernos social-demócratas se aprobaron sustanciales financiamientos para programas que beneficiaron amplias comunidades -aun aquellas que estaban dentro de los territorios controlados por el ejército revolucionario- desatendidas por el gobierno que dispensaba la mayor parte del presupuesto al gasto militar. El respaldo polí­tico también fue significativo. Múltiples esfuerzos de parlamentarios y gobernantes hací­an eco a nuestra polí­tica de solución negociada, en foros internacionales. Sus constantes visitas al paí­s, sus iniciativas con terceros estados en busca de una solución polí­tica al conflicto, solo encontraba el trillado rechazo que no reconocí­an a los terroristas, es decir a nosotros, ni negociarí­an jamás con grupos armados por la Habana, al servicio del comunismo internacional. El fantasma de la Guerra Frí­a, obnubilaba todo razonamiento.

 En nuestro modesto borrador, detallábamos el cumplimiento de los requisitos formales que exigí­a el artí­culo 1 del citado Protocolo II de 1977, el cual se referí­a a “”¦grupos armados organizados que, bajo la dirección de un mando responsable, ejerzan sobre una parte de dicho territorio un control tal que les permita realizar operaciones militares sostenidas y concertadas”¦” agregábamos el principal requisito subjetivo que era sustituir al gobierno en el poder.

VII

Lo cierto es que para esa fecha, los frentes de guerra estaban en un periodo embrionario. Unos meses antes, después del asesinato de mi padre, mi hermano Jorge (Carlos en la RN) habí­a subido al cerro de Guazapa, se reunió con el comandante Federico y pudo ver las carencias logí­sticas, y sobre todo de armas, uniformes y demás avituallamientos militares que habí­a en esos dí­as. Los entrenamientos se hacen con fusiles de madera, me dijo un poco triste. La situación cambió rápidamente, pues en 1982, Jorge/Carlos estaba de nuevo en Guazapa instalando una radio que transmitirí­a a nivel nacional y el poder de fuego en nuestras fuerzas se habí­a centuplicado, hubo capacidad de tumbar varias tanquetas cerca de Suchitoto con lanzacohetes Low y RPG2. Federico ya no pudo dirigir esas fuerzas, habí­a caí­do en combate muchos meses antes.

Cuando Gustavo Iruegas subió a Guazapa entre las dos estadí­as de mi hermano en dicho frente; es decir, no vio las calamidades con las Federico dirigí­a las operaciones, pero tampoco pudo reportar el control territorial y la capacidad militar que ya se tení­a en 1982, cuando las fuerzas de la RN bajaron a sitiar la zona norponiente de la capital; las FARN estaban debidamente uniformadas y sostuvieron fieros combates el propio dí­a de las elecciones, en marzo de ese año. Tampoco observó a otras fuerzas insurgentes, principalmente del ERP, cuando se tomaron la ciudad de Usulután manteniendo la posición por más de cinco dí­as. Balta habí­a derrotado a los cuerpos de seguridad y mantení­a en jaque a las tropas de la 6ª Brigada de Infanterí­a, mientras las fuerzas de Jonás hostigaban la 4ª Brigada de San Francisco Gotera y obstruí­a las operaciones de la 3ª Brigada en San Miguel, cortando cualquier intento de apoyo a Usulután.  El objetivo era constituir un gobierno provisional y declarar liberada la zona oriental del paí­s.

Fue una gesta heroica, la moral de la tropa guerrillera se veí­a fortalecida por el apoyo de la población civil, que en un número significativo se incorporó a las tareas insurreccionales. Después del quinto dí­a, y acosados por la aviación enemiga, se ordenó la retirada. Inexplicablemente, los refuerzos del régimen llegaron desde Chalatenango atravesando casi todo el paí­s, sin que hubiera contención en todo el camino. El saldo, según me contaba Balta recientemente, fue de incalculables bajas entre muertos y heridos, incluyendo todo el mando militar de la RN en la zona, encabezado por Martin jefe de las FARN, que junto con unas columnas de las FAL, se habí­a incorporado a la operación. Esta es una de las historias pendientes de contar, sobre nuestra guerra civil.

Sin mayores especulaciones, el resultado final de aquella reunión en el apto de Licha, terminó con una declaración de los gobiernos de México y Francia, mediante la cual, sin otorgarnos la calidad de Beligerantes o Insurrectos, reconocí­an a la alianza Frente Farabundo Martí­ para la Liberación Nacional y Frente Democrático Revolucionario FMLN/FDR, como fuerza polí­tica representativa.  

Ese documento fechado 28 de agosto de 1981, fue el acta de nacimiento de un nuevo sujeto del Derecho Internacional, y significó para nosotros una nueva credencial de legitimidad, que nos abrirí­a puertas exclusivas para los estados. La representatividad que de hecho ejercí­an nuestros compañeros como emisarios del pueblo salvadoreño, se transformó en un potente instrumental diplomático que habilitó la apertura de oficinas en decenas de paí­ses. Y Guillermo Ungo pudo dirigirse al mundo entero desde la más alta tribuna de la Comunidad Internacional cuando el 4 de Octubre de 1981, desde el podio de Naciones Unidas presentó ante la Asamblea General, al lado de la representación nicaragí¼ense, la Propuesta de Paz del FMLN/FDR.

La Declaración Franco-Mexicana de Reconocimiento al FMLN/FDR constituye un documento sui generis objeto de estudio de académicos y especialistas. Para nosotros fue una victoria de los revolucionarios y demócratas salvadoreños, que trabajando en nombre del noble y sacrificado pueblo salvadoreño, supieron aquilatar el apoyo, la simpatí­a, el respeto, pero sobre todo la solidaridad de muchos hombres y mujeres en todo el mundo.

Con los años, he escuchado tantas versiones de cómo se redactó esa declaración, de quienes fueron sus autores, que me confirma el dicho que “el éxito tiene muchos padres, mientras el fracaso es huérfano”. Varios de los que nos podrí­an contar la verdad ya no están, se nos adelantaron con honor, Ungo ni siquiera vio la firma de los Acuerdos de Paz, Gustavo falleció como “Canciller del Gobierno Legí­timo” formado por Andrés Manuel López Obrador en 2006, Don Jorge y Cheysson también descansan en paz.

Al final del dí­a, lo que quedan son las obras realizadas, ésta es una de ellas. Los recuerdos también cuentan, y muchos de los nombres aquí­ recordados no tienen ninguna relación con la Declaración, pero sin ninguna duda, ésta no se habrí­a producido si esos nombres no hubieran existido en personas reales que ya no están con nosotros. Por ellos y para ellos estos imborrables recuerdos.

Declaración Franco-Mexicana de reconocimiento al FMLN-FDR

28 de agosto de 1981

El Secretario de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castañeda, y el Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Claude Cheysson, sostuvieron un intercambio de opiniones en relación a la situación existente en América Central.

Ambos Ministros manifiestan la grave preocupación de sus gobiernos por los sufrimientos del pueblo salvadoreño en la situación actual, que constituye una fuente de peligros potenciales para la estabilidad y la paz de toda la región habida cuenta de los riesgos de internacionalización de la crisis.

En tal virtud formulan la siguiente Declaración:

Convencidos de que corresponde únicamente al pueblo de El Salvador la búsqueda de una solución justa y duradera a la profunda crisis por la que atraviesa ese paí­s, poniendo así­ fin al drama que vive la población salvadoreña.

Conscientes de su responsabilidad como miembros de la Comunidad Internacional e inspirados en los principios y propósitos de la Carta de las Naciones Unidas (ONU).

Tomando en cuenta la extrema gravedad de la situación existente en El Salvador y la necesidad que tiene ese paí­s de cambios fundamentales en los campos social, económico y polí­tico.

Reconocen que la alianza del Frente Farabundo Martí­ para la Liberación Nacional y del Frente Democrático Revolucionario constituye una fuerza polí­tica representativa, dispuesta a asumir las obligaciones y los derechos que de ellas se derivan.

En consecuencia es legí­timo que la alianza participe en la instauración de los mecanismos de acercamiento y negociación necesarios para una solución polí­tica de la crisis.

Recuerdan que corresponde al pueblo salvadoreño iniciar un proceso de solución polí­tica global en el que será establecido un nuevo orden interno, serán reestructuradas la fuerzas armadas y serán creadas las condiciones necesarias para el respeto de la voluntad popular, expresada mediante elecciones auténticamente libres y otros mecanismos propios de un sistema democrático.

Hacen un llamado a la Comunidad Internacional para que, particularmente dentro del marco de las Naciones Unidas, se asegure la protección de la población civil, de acuerdo con las normas internacionales aplicables, y se facilite el acercamiento entre los representantes de las fuerzas polí­ticas salvadoreñas en lucha, a fin de que se restablezca la concordia en el paí­s y se evite toda la injerencia en los asuntos internos de El Salvador.

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Félix Ulloa (hijo)
Félix Ulloa (hijo)
Abogado, experto en temas electorales; escritor y actualmente Vicepresidente de El Salvador

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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