Lo transitorio

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Entendemos por transitorio lo pasajero, como en el famoso «para mientras». También entendemos que es pasar de un lugar a otro, ya sea en el sentido fí­sico o en el temporal, como cuando pasamos de la paz a la guerra o de Guatemala a ‘Guatepeor´, atravesando la frontera de lo imposible.

Ulpiano era un magistrado romano que desde el siglo II nos dejó la más aceptada definición de justicia. Según él, justicia es «la continua y permanente voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde». Definió, además, los preceptos del derecho, que son: «vivir honestamente, no dañar a nadie, guardar los pactos y reconocer los derechos de los demás». Y esos derechos son fundamentales para comprender el concepto de justicia, a veces confundida con el capricho, que es un exceso de voluntad sin razón. Nótese el énfasis en «la continua y permanente voluntad», previendo desde entonces la propuesta transicional, o transitoria, con la que pretenden sustituir la verdadera justicia.

La voluntad legislativa emitió la Ley de Amnistí­a porque interpretó la voluntad general que prevalecí­a al terminar la guerra, no así­ los que la declararon inconstitucional. Su rencorosa voluntad ha sido manipulada por espurias tendencias cuyo fin es borrar el intento de perdón y reconciliación, cometiendo un crimen de lesa patria al tomar como cierto el informe de la comisión que llamaron «de la verdad», que con ingenuidad extranjera y local alevosí­a se equivocó en cantidad y en calidad. Sus integrantes no podí­an ser imparciales, por falta de conocimiento. Además, la verdad nos hace libres cuando no la empleamos para humillar, avergonzar y dominar. Eso, sin embargo, es lo que pretenden hacer los transitorios promotores del eufemismo revanchista que llaman «justicia transicional».

Las raí­ces del resentimiento —dijo un joven sacerdote argentino que visitó El Salvador— son la imaginación y la exageración. Aferrarnos a esas prácticas es como perpetuar sus engendros: el odio, la envidia y la venganza.

¿Es hora de olvidar? Es hora de profundizar sobre las causas de la guerra. Si buscamos la Verdad Profunda (así­, con mayúsculas), no las nimiedades, encontraremos las causas de ambas guerras, la civil y la social, que son la misma cosa. Por eso, en lugar de derogar amnesias, anestesias o magnicidios, debemos buscar la Verdad Profunda. La encontraremos en lo que la Comisión Nacional de Desarrollo definió como pobreza estructural, marginación sociocultural y forma viciada de hacer polí­tica, entendiendo polí­tica como el arte de gobernar no como el arte de lo posible.

Las causas de la guerra también fueron resumidas en el discurso presidencial, antes de Chapultepec, como «falta de espacio polí­tico» y «mala distribución de la riqueza». Eso tampoco ha sido resuelto; y la guerra sigue no solo contra carteles y pandillas, sino contra los efí­meros chapulines del cerro donde firmaron la paz, que como chicharras transitorias mueren con las primeras lluvias.

La injusticia transicional, con la que desean reabrir el conflicto, no es para solventar los problemas señalados, sino para imponer su voluntad, que —como dijo Ulpiano— debe ser «continua y permanente» para dar a cada quien lo que le corresponde, respetando el derecho a la vida, la libertad y la propiedad, tanto corporal como intelectual y sentimental de las personas.

La «voluntad de lucha» —explicó Nietzsche, filósofo alemán de finales del siglo XIX— es fundamental para sobrevivir. No debe perderse esa voluntad por derrota, humillación o sometimiento, como tampoco debe perderse el afán de vivir por vicisitudes. La voluntad de lucha de un pueblo se expresa en su forma de gobierno, que en nuestro caso parece inadecuada para las circunstancias, obligándonos a repensar la forma de protegernos de voluntades caprichosas que, con engaño, no con verdad, justicia y libertad, pretenden someternos.

En la antigüedad eran conocidos como sofistas, o demagogos, que cobraban por confundir a la juventud en las ciudades-Estado griegas, engañando también hasta a sus mentores. Lo mismo sucede en el presente con los mal llamados populistas, que tratan de engañar a la población con diatribas transitorias, o transicionales, con el objeto de llevar agua a sus molinos-patrones, cuyos intereses chocan con el bien común, el interés general, los derechos individuales y la paz social.

No hay forma de reparar tanto daño, dolor y muerte. La culpa es utilizada para manipular conciencias. Y el castigo, o sufrimiento, no tiene tanta importancia como la piedad, que es la que nos permite perdonar. No perdamos más el tiempo y crucemos la frontera de lo posible, tomando en cuenta nuestras necesidades y capacidades, que son muchas.

*La primera versión de este artí­culo fue publicada en el Diario Co Latino el 3 de agosto de 2016. Actualmente forma parte de un libro de próxima aparición.

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