Leyenda victoriana

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David Victoriano Munguí­a Payés:

Usted recién afirmó que las masacres ocurridas antes del fin de la guerra interna salvadoreña son “acontecimientos” distorsionados “con el tiempo” y algunas “se han convertido en leyendas”. No menciono su rango militar porque, en junio del 2009, su petulante jefe lo ascendió ‒ilegal y arbitrariamente‒ a general de brigada; fue una de las primeras “vivezas” de Mauricio Funes, “vendedor de humo” desde hace más de una década, y así­ lo estableció la Sala de lo Contencioso Administrativo de la Corte Suprema de Justicia. Menos lo llamo ministro, porque uno de los requisitos constitucionales para serlo es la moralidad notoria; y lo que acaba de declarar es una monstruosa inmoralidad que ofende, aún más, la dignidad de las ví­ctimas. Eso, no se rí­a, es imperdonable.

Para demostrárselo, le refrescaré su “selectiva” memoria con una “leyenda” que no creo ignore pues entonces ya era teniente. No se trata de cuando entre las instalaciones del colegio jesuita –el Externado de San José‒ y la sede central del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, el asfalto capitalino quedó anegado con sangre estudiantil universitaria y del pueblo que acompañaba una manifestación el 30 de junio de 1975; entonces usted era subteniente. Se trata de otra.

¿Qué pasó hace cuatro décadas, un dí­a antes de la fecha en que acaba de soltar esa insolente y particular narrativa? ¿Se acuerda? El 8 de mayo de 1979, más de un centenar de personas permanecí­an sentadas en el pavimento frente al atrio de la catedral metropolitana; no obstante el calor de mediodí­a, exigí­an así­ la liberación de cinco dirigentes del Bloque Popular Revolucionario. Facundo Guardado y Ricardo Mena aparecieron; Numas Escobar, Marciano “Chanito” Meléndez y Óscar López nunca fueron rescatados de las ergástulas clandestinas del régimen militar. Por cierto, ¿las desapariciones forzadas también deben considerarse “leyendas”?

Disolvieron la referida manifestación pací­fica a balazos; estos salieron de las carabinas M-1 empuñadas por policí­as nacionales que, al mando visible de un oficial con uniforme “verde olivo” y parapetados tras los vehí­culos estacionados en la entonces Plaza Barrios, se enseñaron con quienes intentaban refugiarse dentro del templo. Dos jóvenes mujeres, una que conocí­ y con la que trabajé en aquellos azarosos años, desbordan mi mente con su recuerdo.

Norma Sofí­a Valencia, de diecisiete o diecinueve años ¡Quién sabe! Querida y osada militante del Movimiento de Estudiantes Revolucionarios de Secundaria ‒el legendario MERS‒ y valiente integrante de sus grupos de autodefensa, decidió convertir su cuerpo en un pequeño “escudo humano” para salvar vidas en medio del fuego criminal desatado. Por ella, una de mis hijas se llama Sofí­a. Y Luz Dilia Arévalo, promotora de la organización entre vendedoras de los mercados, al igual que otras acribilladas murió desangrándose en la iglesia sin atención médica pues la Cruz Roja Salvadoreña solo pudo ingresar hasta la noche.

El entierro de casi una veintena de personas fallecidas durante ese cobarde, alevoso y artero acontecimiento se realizó el 10 de mayo en el cementerio general de San Salvador; también fue atacado a “plomazos”. Tres dí­as después, el ahora san Romero de América lo describió como “cruel masacre”; “a fuerza de balas” se desmanteló “una manifestación pací­fica, dejando un saldo muy elevado de muertos y heridos”. También se refirió al “informe oficial de la Policí­a Nacional en que no reconoce su error, sino que culpa a los manifestantes de haber iniciado el tiroteo”; habló de la “promesa” presidencial “de hacer una minuciosa investigación” que nunca se hizo. Así­ las cosas, ¿cómo nombrar esta “leyenda”? ¿”Gradas sagradas ensangrentadas”? Otras matanzas; perdón, “leyendas”: ¿”La Cayetana”, “Chinamequita”, “Tres calles”, “Llano de La Raya”, “Zona Rosa”, “Mayo Sibrián”…?  

Enfundado en su chocante uniforme dizque “de gala”, usted ‒Munguí­a Payés‒ ha insultado a innumerables ví­ctimas directas de las atrocidades perpetradas por sus colegas de armas y por la antigua insurgencia armada, a la cual perteneció su pusilánime jefe actual como miembro de su comandancia general. Lo ha hecho de forma continuada al negarles la información pertinente que deberí­a entregar pues existe; por ejemplo, ¿no se sabe quiénes estaban al mando de la Policí­a Nacional el 8 de mayo de 1979? ¿O ese grupo de agentes que dispararon a mansalva y el oficial al frente se manejaban solos?

Por Norma Sofí­a, Luz Dilia y tantas dolientes más, parafraseando a Benedetti ‒espero lo conozca‒ sabemos que en la calle sus compañeros y subordinados mataron y matan gente humilde. Por eso digo, ¿de qué y de quién pretende reí­rse?

PD: Esta y otras “leyendas” fueron filmadas; acá puede verlas https://www.youtube.com/watch?v=g66jNb3pQX4    

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.
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