lunes, 15 abril 2024

¡Leé!

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Cuando leo me enredo con preguntas que luego, al resolverlas, me hacen sentir tan esclarecido y lleno de sentido que entonces regreso a los libros, a sus páginas: a los muertos que se quedaron en letras impresas en papel o impregnados en pantallas cuya luz degrada poco a poco mis ojos, porque siempre se paga un precio por la sabiduría. 

Se habla últimamente del final del libro, pero nadie habla del final del lenguaje o de la escritura. Dado que no es posible plantear que después de tantos milenios volveremos a las pinturas rupestres y a la mudez, habría que considerar en qué consiste esto del final del libro en el auge de la era digital. Y es que la forma física con páginas y pasta dura o blanda y solapas, tiene un costo mayor que el libro digital y un menor alcance, dicen los expertos, pero ¿expertos en qué?, ¿en vender mercancías y en renovar las ideas que sacuden el mercado? Bueno, algo de razón tienen, es más fácil llegar a un libro digital a través de un clic, que ir a una biblioteca a buscar una enciclopedia escrita por Novalis. Pero ubicados en el trópico del centro de América, también es cierto que muy pocas personas llegarán a un libro a través de un clic, porque para ello, es indispensable una cultura transformadora que propicie el deseo de leer y la búsqueda de conocimiento. Pueden existir cien mil libros disponibles en un sitio web y eso no significa que los estudiantes de noveno grado van a enloquecer descargando y leyendo sin parar las novelas de Rick Moody o de Marcel Proust.

El problema está en que en esta región se educa a la juventud para ser mano de obra barata incapaz de rechistar o quejarse por los malos tratos o los abusos de poder o los salarios infames. La juventud debe ser dócil y no beligerante, adoctrinada y no con libre pensamiento. Las ideas heredadas de la civilización Occidental y de la Modernidad ilustrada pareciera ser que solo cuajaron durante un breve lapso en las escalas más acaudaladas de la sociedad, mientras que el resto de personas que habitan este terruño —que recibe huracanes y aloja terremotos cada cierto tiempo— fueron tratadas con el látigo y el fusil y la lectura jamás podrá llegar a ser un placer con el estómago vacío en un panorama sangriento donde el crecimiento espiritual se reduce al crecimiento económico, por tanto, leer y expandir la imaginación y el uso del lenguaje (de la palabra) se convierte en un lujo, sin importar la disponibilidad o accesibilidad a los libros.

Por otra parte, no solo se lee en libros, existen en la web artículos de opinión, ensayos, fake news, cuentos, poemas, y una amplia gama de formatos a los que se puede llegar sin mucho esfuerzo, eso, además del hecho de que la comunicación instantánea ha permitido que a diario la mayoría de personas alfabetizadas y con acceso a internet y a un teléfono se la pasen chateando y leyendo chistes, chambres, ideas prolijas o profundas que navegan a través de diversas plataformas. Lo cierto es que leemos y leemos bastante, pero el vocabulario está sufriendo mutaciones y la gramática es cada vez más simple, si eso es algo beneficioso o dañino, solo lo sabremos con el pasar del Tiempo como un áspid.

De momento, hay que forjar un criterio e ir más allá de la estimulación inmediata de un tweet o de una imagen. Los libros aún existen y no solo están alojados en sitios de descarga de torrents, existen librerías y bibliotecas (públicas o privadas) a las que se puede llegar y donde aún es posible sentarse, tomar un respiro y sumergirse en la vorágine de las palabras.

La vida es breve, la existencia: convulsa.

Las respuestas a los fenómenos que vivimos quedan registradas en páginas como arañazos en paredes.

Piensen en Aristóteles como un hombre desesperado por expandir su pensamiento más allá de su finitud biológica, escribiendo en rollos de papiro los conceptos que gravitaban en su mente y que hasta el día de ahora tienen una vigencia innegable.

No desperdiciés tus años sobre este planeta, investigá, profundizá, ¡leé!

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Rodrigo Barba
Rodrigo Barba
Analista local
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