Las dos guerras, externa e interna

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"Se halla en disputa el valor de nuestra propia identidad que se despliega en el espectáculo artístico, deportivo y político... Se admite que toda disidencia compita, hasta que su amenaza arriesgue tanto mi terreno que justifique la violencia legítima": Rafael Lara-Martínez.

Rafael Lara-Martínez

Professor Emeritus, New Mexico Tech

Desde Comala siempre…


Mientras discuto la causa de guerras lejanas, a mi lado eructa la violencia. Repentina, imprevista, casi nadie predice su explosión. Llega de inmediato, sin aviso. La violencia ajena tiene una explicación directa, por la expansión progresiva del ejército enemigo (OTAN) al acecho de fronteras rígidas (Rusia); la mía —la nuestra— irrumpe fugaz como una pesadilla oscura. Sea cual fuere la posición frente a una guerra distante —poder imperial o legítima defensa— la condena se alía a la urgencia del diálogo. En cambio, para la violencia que me rodea y ejerzo, la razón desfallece. Existe un fanatismo latente que aflora sin aviso previo como los sueños nocturnos. Esta erupción volcánica no enfrenta a antiguos enemigos. En cambio, confronta a iguales, según el dictamen de la tragedia griega. Ocasiona el fratricidio, la exclusión mortuoria del hermano o, en otras regiones cercanas, la migración de la hermana indeseable. La falta de debate y la censura. Si organizo un debate sobre la libertad de expresión, censuro la presencia del oponente.

Ambas violencias suceden de manera simultánea. La ajena la explica el colapso de una nación (URSS); la expansión del imperio contrario (OTAN), sin respeto a la neutralidad. La propia queda en el silencio de las CCSS que carecen de razón en el ensueño del reposo. Empero, durante el espectáculo deportivo y político, el cual sella identidades de su terruño, la saña contra lo semejante causa heridas y muertes, quizás con menos fuerza que la guerra distante, por la falta de armas potentes. De Rusia y Ucrania a Querétaro y Brasil, la violencia cambia de rumbo. Al exterior, la razón política se vuelve explícita, mientras el interior psíquico calla. Incluso, hacia adentro, la rabia sucede a diario; también es callejera y anónima. Por este contrapunto complementario, la explicación sociológica del Otro se acompaña de “una cruz con veladoras” y de rezos en réquiem por lo Propio (véase “jornada.com.mx/2022/03/07”). En otras latitudes —véase la ilustración— también ocurre espontánea, como simple corolario de la vida en la ciudad.

La conciencia conduce a la ciencia que, en su afán totalizador, elimina el autoanálisis. Su comprensión tan objetiva no incluye el fuero interno de su propia subjetividad. Ahí macera(mos) el rencor, no tanto contra lo desconocido distante, sino contra quien a semejanza desea conservar la comunidad de lo nuestro. Se halla en disputa el valor de nuestra propia identidad que se despliega en el espectáculo artístico, deportivo y político. Ese aliento sólo le pertenece a mi grupo, a mi equipo y a mi partido. Se admite que toda disidencia compita, hasta que su amenaza arriesgue tanto mi terreno que justifique la violencia legítima.

En este juego dispar —objeto sin sujeto; afuera sin adentro— el silencio completa la denuncia. La oscuridad de la noche concluye el amanecer. Días después del fanatismo deportivo, una omisión similar guía el Día de la Mujer cuya conmemoración casi no afecta a quienes viven encarceladas por el trauma de un accidente en el parto, ante todo, luego del acoso constante, incluidas las menores de edad. Muy pocos países ejercen esta condena, menos aún, la mantienen acallada mientras elogian la contribución femenina en lo social. Sin disimulo, las nuevas leyes guatemaltecas sobre el género diseñan la distancia entre la intención poética y el derecho estatal. Parece que esas órdenes organizan un debate entre hombres con el propósito de apropiarse de una noción abstracta femenina: la verdad, la justicia, la poesía, etc. En el rincón, siempre queda callada una efigie invisible quien —como La Libertad— el hombre la materializa en el cuerpo femenino de su triunfo bélico. La denuncia exterior explota al interior en la mudez que esconde nuestro propio conflicto. Al reincidir, las contradicciones son tan obvias como el transporte público en manos privadas. El mes de la mujer —se insiste— honra también a quien anuncia que “la mujer es un hombre incompleto”.

La lucha de clases y la lucha en la misma clase se compaginan en una sola unidad entrañable. La una persiste en la denuncia abierta; la otra, en el encierro. Sólo la ilusión racional de controlar el sueño —el deseo supremo del poder— reduce el dos al uno. El diálogo al monólogo. En remate, este claustro lo refrenda la doble recepción de la migración extranjera. Si proviene del territorio bombardeado por el enemigo, la acepto con brazos abiertos en la frontera. Si llega de un país destruido por mi gobierno, merece el oprobio; rechazo su presencia. La guerra se redobla entre la agresividad ajena y la legítima defensa, mientras los problemas internos galopan sin la exigencia del orden lógico. Guerra lejana vs. Fanatismo cercano/Guerra cotidiana; Conmemoración del Día de la Mujer vs. Leyes que Restringen su Autonomía/Cárcel/Honrar al hombre; Transporte público vs. Empresa privada; Migración aceptada vs. Migración indeseable.

En mí/nosotros, la negación de lo absurdo entiende que el debate lo inaugura esa frontera rígida contra toda intrusión de la diferencia. Sea argumento fanático o racional, el resultado es el mismo. Se teme admitir distinciones marcadas al discutir temas sociales espinosos. La guerra interna exige eliminar al contrincante antes de organizar la libre expresión del pensamiento. Querétaro nos enseña que el fanatismo se extiende —más allá del deporte— hacia la violencia en la política, en la academia, en la religión, etc. Invade toda esfera que no acepte un mínimo de dos o más posiciones verdaderas sobre lo mismo, al imaginar a la aritmética elemental (2+2=3+=…) más compleja que el hecho social total.

Comuníquese con Rafael Lara-Martínez: [email protected]

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Rafael Lara-Martí­nez
Rafael Lara-Martí­nez
Investigador literario, académico, crítico de arte. Salvadoreño, reside en Francia. Columnista de ContraPunto.
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