O de cómo se escamotea y disfraza la traición al interés popular
En la dicotomía bipolar: Dionisio, Iván, Embajada, Soros y la plaza versus Arzú, Jimmy, Embajada, Avemilgua y Liga Pro-Patria, se fuerza a la ciudadanía a optar entre actores “buenos” y “malos”. Se le oculta que lo que ocurre es una simple pugna intraoligárquica ya casi solucionada gracias al lobbying de la facción arzuista en Washington, todo lo cual tendrá como desenlace un pacto entre corruptos e “incorruptibles” para seguir el simulacro de la “lucha contra la corrupción” como instrumento de la restauración oligárquica.
La facción de Dionisio no es ninguna “naciente burguesía” con la que “el pueblo” deba aliarse para “luchar contra la corrupción”, como dicen los izquierdistas rosados (escamoteando que esa facción compró su impunidad ante la CICIG pagando impuestos evadidos por años). No. Esa sigue siendo una facción oligárquica porque su método de acumulación es el monopolismo y no la libre competencia burguesa ni la igualdad de oportunidades liberal. Se diferencia de la facción de Arzú en que se ha corporativizado globalmente y la de Arzú no, pues ésta sigue afincada en la acumulación terrateniente como base de sus ramales comerciales y financieros. Eso de aliarse con la supuesta “naciente burguesía” es otro escamoteo ―muy pobre por cierto― para justificar que la izquierda rosada es un apéndice más del capital oligárquico local (CACIF) y del capital especulativo transnacional (Soros).
Una burguesía naciente tendría que estar conformada por un conjunto de pequeños, medianos y grandes empresarios no-oligárquicos que profesen la igualdad de oportunidades y la libre competencia porque no son monopolistas. Tal burguesía sí sería un factor fundamental de alianza con los sectores populares campesinos y obreros, y con las capas medias urbanas y rurales para impulsar la creación de un gran instrumento político que parta las aguas de la falsa bipolaridad corruptos/incorruptos, y se lance a protagonizar un papel de interlocutor alternativo a la oligarquía frente a las grandes potencias de la multipolaridad global, y también a llevar a la práctica una asamblea constituyente plurinacional y popular que marque un cambio drástico en la historia oligárquica de nuestro país.
Otro falso argumento de los rosados, ligado al anterior y enderezado contra el análisis crítico sobre su papel histórico en la restauración oligárquica en marcha por medio de la “lucha contra la corrupción”, es el de que estar contra ese rol histórico implica ser de una izquierda “enamorada de su derrota” porque no se atreve a aliarse con esa supuesta “burguesía naciente”, que no es sino la facción oligárquica corporativizada. Está visto que quienes así razonan son los que entienden la “victoria” como claudicación, pues son los mismos que firmaron y/o celebraron los acuerdos de paz como un triunfo de la izquierda, cuando es obvio que éstos constituyen la mayor claudicación de una dirigencia “revolucionaria” en la historia de América Latina. Si no, relean el cobarde Acuerdo socioeconómico y agrario.
Ante esta realidad, me pregunto: ¿Puede CODECA partir las aguas y constituirse en el factor de convergencia para la construcción inmediata de un gran instrumento político amplio, interclasista e intercultural (no etnocentrista), capaz de impulsar una asamblea constituyente plurinacional y popular, y forjarse como el interlocutor alternativo a la oligarquía frente a EEUU, Rusia y China en el mundo multipolar?