Fue una peregrinación a las dolorosas huellas de la historia, un tortuoso repaso a los orígenes y causas de los graves males profundamente arraigados por generaciones.
Hoy 15 de agosto conmemoramos el centenario del natalicio de nuestro Obispo Mártir Monseñor Oscar Arnulfo Romero; profeta resucitado en la fe y conciencia colectiva del pueblo, como el salvadoreño más universal de todos los tiempos, de gran trayectoria ética y moral, representativo de los más altos y nobles ideales de justicia, abnegación, valentía, solidaridad, fraternidad, amor, fe y esperanza.
Monseñor, de manera ejemplar, supo cumplir a lo largo de toda su vida el compromiso con los más humildes, ratificando su opción preferencial por los pobres, más allá del conocido e inminente riesgo y sufrimiento de martirio que esa decisión significaba para su propia persona. Esta romería que físicamente nos llevó al lugar de su nacimiento, debe ser la oportunidad para recuperar el mensaje de su pensamiento y volver al origen, para desde ahí reconstruir la esperanza.
Los tres días de conmemorativa y trascendental peregrinación comenzaron muy temprano, aclarando la mañana del pasado viernes 11 de agosto; inició con la solemne celebración con una multitudinaria y significativa misa en la cripta de la Catedral Metropolitana, convirtiéndose en un punto de reencuentro de conocidos y curtidos rostros de hombres y mujeres de fe, que en cada línea de expresión, además de la alegría del acontecimiento y de la esperanza del nuevo momento, se reflejaban las huellas del profundo sufrimiento de pasadas luchas por la justicia; experiencia que se funde armónicamente con el torrente de energía de nuevas generaciones que vigorosamente asumen y buscan respuestas a los retos de su propio tiempo.
Los jóvenes de ímpetu, con nuevos bríos, alegres y frescos, subían y bajaban las gradas de Catedral, templo donde cada escalinata está impregnada de mucha historia, sangre y sacrificio de miles mártires del pueblo que generosamente ofrendaron su vida para sustentar el proceso de cambios que hoy vivimos y que debe continuar en el país. Esta magna iglesia fue el punto de partida de una alegre romería que enarbolando cantos, exudando energía y esperanza, avanzó con el lema: “Caminando hacia la cuna del profeta”.
Fueron recorridos decenas de kilómetros a pie, otros en autobuses y automotores durante los tres días, atravesando un estimado de ciento cincuenta y siete kilómetros, que son los que separan a San Salvador de la natal Ciudad Barrios, cuna de nuestro mártir y beato Romero, municipio ubicado al norte, del oriental departamento de San Miguel.
En muchos casos este recorrido y sus espacios de descanso, también se convirtieron en momentos de reflexión y crítica evaluación de las duras y complejas condiciones en las que está nuestra nación. Fue una peregrinación a las dolorosas huellas de la historia, un tortuoso repaso a los orígenes y causas de los graves males profundamente arraigados por generaciones en motivos deshumanizados de injusticia y desigualdad, y que aun en nuestros días llenan de luto, tristeza y desesperanza, dificultando el progreso a la sociedad.
Esta ruta conmemorativa a la vez ha sido oportunidad para medir el camino avanzado, la distancia que nos separa de aquel infame pasado. También pudimos -cual horrenda pesadilla-, descender al tenebroso averno de aquel tiempo, al espanto que produce la oscuridad de los retorcidos pensamientos, al fétido hedor nauseabundo de los podridos sentimientos que anidaban en quienes decidieron apagar la vida de Monseñor Romero aquel mes de marzo de 1980, su sola imagen desde entonces ya alumbraba la esperanza de los más humildes y excluidos. Hoy, en esta peregrinación cada estación, además de la merecida pausa para recuperar fuerzas, y de la celebración de actos litúrgicos propios de la jornada, fue oportunidad para la fraternidad y solaz algarabía, que muestra una iglesia en creciente renovación de pensamiento y acción, alentada por la guía espiritual del Papa Francisco y por nuestro Santo Romero.
Esta jornada, reencuentro de fortalecimiento espiritual, no termina con la conmemoración del natalicio de Monseñor Romero, sino con el firme propósito individual de asumir su legado, haciendo del “Romerismo” un baluarte de principios y valores que trascienda en todo el país, sin sectarismos, y desde la perspectiva del respeto a cualquier enfoque doctrinal, contribuyendo a promover y cimentar una cultura de paz, fraterna convivencia, tolerancia, entendimiento y búsqueda permanente de justicia, equidad sustentabilidad y progreso.
La conmemoración nos deja el reto de asumir un compromiso individual como cristianos, desde la perspectiva de la fe, y a esclarecer nuestra opción preferencial por los pobres, buscando el fortalecimiento de una iglesia activa que vuelva a su sensibilidad y raíces desde las comunidades, que despierte y se reactive en su identidad y compromiso con Romero como símbolo de fe, justicia y esperanza para el pueblo. Como ciudadanos, este encuentro debe ser una oportunidad para profundizar la reflexión sobre las condiciones de nuestra familia, de nuestras comunidades y el país en su conjunto, nos exige convertirnos en verdaderos agentes de cambio para la sociedad.