Los pesos y contrapesos son el mejor sustento de la democracia. Por eso, hay que fomentarlos, en vez de anularlos. Desde luego, esto es cuando se dan en el marco de una acción política sana, auténtica, sin demagogia… y no la política tendenciosa, falsa y, sobre todo, como negación al verdadero significado de política: SERVIR; es decir, una actitud solidaria con la Patria y con los demás.
“La política es servicio”, dijo alguien. Para el caso, el poeta y patriota cubano José Martí, lo sentenció mejor, cuando dijo: “A la patria se le sirve y no se le toma para servirse de ella”. Y los pesos y contrapesos -limpios, serios, constructivos- son la mejor garantía para encontrar la “verdad verdadera”, hacia el real servicio a la patria. Dan gusto los debates entre personajes capaces, probos y honestos, porque irradian altura y madurez política, principios importantes para contribuir al logro de la democracia perfecta.
Todo tiene su antónimo, o sea lo radicalmente opuesto. Aunque politiquería no es antónimo de política, es como si lo fuera porque contribuye -en gran medida- a desprestigiarla. La politiquería, en las circunstancias actuales del país, es como otro virus compitiendo con el COVID-19, en cuanto a lo taimado y peligroso.
En el país como en todo el mundo -con las apreciadas por mínimas excepciones- siempre habrá politiquería, hasta que un día cesen los políticos con ambiciones personales y de grupo, para dar paso al accionar de políticos probos y honestos, con verdadero interés de servir y ajenos a servirse de privilegios y prebendas. Hoy, por la pandemia, ha salido a flote la politiquería, quizás en un intento vano de mantener o recuperar adeptos o seguidores; pero, ¿cómo se va a lograr eso con evidentes incoherencias, corrupción, demagogia y falsas promesas, cuando el pueblo las ha experimentado de sobra, en las administraciones durante las décadas anteriores?
Durante la sorpresiva y devastadora pandemia mundial y las medidas oficiales de prevención contra el COVID-19, la realidad política de El Salvador, si bien ha evidenciado sugerencias y recomendaciones como aportes de apoyo para bien del país (política sana), también ha descarnado malos intentos políticos (politiquería), cuya mayor carta de presentación son propuestas desestabilizadoras, con intentos de obstruir las medidas y opacar así la imagen oficial que, por el contrario, parece muy apreciada por el pueblo salvadoreño y por otros países
Por los necesarios pesos y contrapesos en el accionar político, bienvenidas sean las propuestas de política sana, e ignoradas sean las de la politiquería, siquiera durante la pandemia. Estas no agradan al pueblo honesto, porque reflejan incoherencias y demagogia, tales como: demandar acciones que durante sus períodos no pudieron o no quisieron hacer; o exigir transparencia cuando -como ha sido notorio- si alguna trasparencia hubo fue, precisamente, sobre el no cumplimiento de las acciones que hoy exigen. Algo así como lo del Evangelio de “la paja en el ojo ajeno…”
Las expresiones personales -generadas por antipatía, odio o por lo que sea- también deben ser respetadas, en aras de la libertad de expresión -un derecho humano como la salud y la vida- solo que se debe asumir responsabilidad total sobre lo expresado. Algunos políticos/diputados no lo entienden y por eso temen hablar, resumiendo su trabajo en permanecer quietos en su curul, sin hablar nunca, durante tres años o más. Y el resto -con las debidas excepciones- se permiten hasta un lenguaje y planteamientos impropios, abusando de un mal entendido e inadecuado fuero parlamentario. Esto, para el pueblo, está tan claro como el sol de día.
Interesa la salud de todos, independientemente de controversias personales e ideológicas. La situación del mundo, y particularmente del país, impone el común objetivo de detener o contrarrestar el avance de la pandemia, porque está en juego la salud de la humanidad entera. Ojalá que aquí en El Salvador, aunque sea solo por hoy, la política sana construya puentes en vez de abismos, fraternidad en vez de desarmonía, solidaridad en vez de mezquindad… interesa únicamente el bien común; es decir, el bienestar colectivo de la población.