Divertimento sobre el sinsentido como único sentido de la vida
Dice Cioran que “El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una víctima del ‘sentido´ de la vida”. Y lo dice porque, para él, el único sentido de la vida es su sinsentido. Inventarse nuevas razones diarias para vivir es la prueba fehaciente de esto, ya que, si de verdad existiera un significado unívoco para vivir, la constante invención de “razones” para seguir haciéndolo no tendría objeto. El pesimista asume ―perenne o momentáneamente― este sinsentido y por eso se deprime, piensa mal y acierta, comprobando una y otra vez que la ausencia de significado lo obliga a dotar a todo lo real (concreto y espiritual) justamente de aquello de lo cual carece. Pero el hecho de que el pesimista sea una víctima del (sin) sentido viene dado por la obligación que siente de justificar sus actos remitiéndolos a una trascendencia que no es tal porque emana de sí mismo. No es trascendente. Es tan efímera como el sujeto pesimista del que brota.
Podríamos decir que padecemos una rara “enfermedad del sentido de la vida” si examinamos nuestra cómoda adicción a encontrar el significado “oculto” del sinsentido en trascendencias creadas por nosotros, como las religiones y toda suerte de misticismos y metafísicas. Pues éstas no son sino nuestras inducidas formas de hallar consuelo ante la vastedad brutal del cosmos. Si a esto agregamos la humana estupidez que brota pródiga de las ideologías, tenemos que, como también dice Cioran, “En este ‘gran dormitorio´, como llama un texto taoísta al universo, la pesadilla es la única forma de lucidez”. Porque, como dejó dicho Calderón de la Barca, “…toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.” Aunque Cioran va más lejos que el poeta al reivindicar la pesadilla como única forma de lucidez en este sueño, pues no le basta con asumir la vida como ilusión, sino que se empeña en construirle significado a partir del sinsentido. Esto sólo es posible asumiendo la validez de la pesadilla (del pesimismo crítico), que es lo que hace Cioran. No se trata sólo del “piensa mal y acertarás”, sino del “piensa mal y explica por qué al hacerlo no te equivocas”.
Es esta una lucidez de la desesperanza que resulta de la renuncia a todas las ilusiones y de la asunción plena del absurdo como única materia prima a la que le podemos imprimir un sentido efímero que nos haga vivir hasta la muerte. Efímero porque es nuestro. Y lo único nuestro es una vida que se nos empieza a escapar desde el momento en que nacemos. Se trata de un absurdo pesimismo histórico y crítico que ilumina la reflexión analítica como condición necesaria de la acción transformadora de lo real, que es la actividad mediante la cual nos dotamos de sentido y se lo damos al mundo que nos rodea y que transformamos. ¿Qué más significado trascendente de la vida podría pedir un optimista si fuera capaz de entender esta dialéctica? Por desgracia, no la entiende y menos la pone en práctica.
Y quienes no tienen la entereza de practicarla caen en el penoso ridículo que sin piedad señala nuestro pesimista de cabecera cuando dice que “Para vengarnos de quienes son más felices que nosotros, les inoculamos ―a falta de otra cosa― nuestras angustias. Porque nuestros dolores, por desgracia, no son contagiosos”. Y no lo son porque duelen, mientras que las angustias se truecan con facilidad en las cómodas “razones” de la sinrazón que anima la insulsa existencia de los optimistas y los biempensantes.