Divertimento sobre la palabra como obstáculo del conocimiento
En su libro Desgarradura (1979), Cioran dice que “Lo que puede decirse carece de realidad. Sólo cuenta y existe lo que no se vierte en palabras”. Esto, porque todo lo que sabemos está “empalabrado”. Lo sabemos en su versión verbal, no en su versión real, concreta. Por eso, Lacan decía que lo Real (con mayúscula) ―no su versión verbal― es incognoscible, pues no es simbolizable. Lo simbolizable es una versión nuestra de lo Real, que sólo para nosotros es real (con minúscula). En consonancia con esto, más adelante dice Cioran que “La conversación sólo es fecunda entre mentes dispuestas a consolidar su perplejidad”. Y, si nos atenemos a la definición que el DLE ofrece de perplejidad como “Irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo”, tendremos que conversar es un acto de locos fascinados con su versión “palábrica” de lo que jamás llegarán a conocer. Baste esto para definir el pomposo concepto de “comunicación humana”.
La piedra y el agua, o el Ser y la Nada, son conceptos o nombres de objetos e ideas. No sabemos lo que es una piedra o el agua más allá de su nombre. Sólo sabemos su significado como concepto. Lo mismo pasa con abstracciones colosales como las del Ser, la Nada y lo Real. Se argüirá que éste es el único modo de conocer y todos estaremos de acuerdo en esto. Pero el problema persiste: ¿qué es lo que da lugar al concepto? O ¿qué y cómo es la piedra que da lugar al concepto de piedra, ese objeto que nos hiere en la cabeza cuando nos lo tiran encima? Su descripción no ayuda a responder a esto porque las descripciones se hacen con palabras y ellas ―estamos viendo― son el valladar principal para llegar al conocimiento de las Piedras, del Agua o de la Nada. Vivimos presos de las palabras, más allá de las cuales está lo Real incognoscible, “inempalabrable”, inconceptualizable. Las palabras nos protegen contra la insoportable neutralidad del Ser y lo Real, ante cuya posible revelación temblamos de pavor.
Vivimos entonces inmersos en lo incognoscible pero negándonos a aceptarlo. Para los esoterismos esta negación es causa de sufrimiento. Porque, como sigue diciendo nuestro pesimista de cabecera (emulando a Lao Tse), “Sólo nos sentimos colmados cuando no aspiramos a nada, y cuando nos impregnamos de esa nada hasta la ebriedad”. Obvio. Mientras seamos presa de las ambiciones y no arribemos a la certeza de la “nadidad” del Todo, no hallaremos la paz que resulta imprescindible para existir en el sinsentido vital. Esto implica aceptar nuestra condición de ignaros respecto del Ser, de lo Real. Con lo que superamos también nuestra perplejidad ante el fin de la vida. Pues, como sigue diciendo Cioran, “Prácticamente sólo la percepción del vacío permite triunfar sobre la muerte. Pues si todo carece de realidad, ¿por qué tendría ella que tenerla?” En otras palabras, si sólo podemos percibir la muerte como concepto, ésta carece de realidad al igual que todo lo que conocemos en su versión sólo verbal. Y como todo lo conocemos así, tampoco tendrían realidad el Todo y la Vida.
Nuestro amargado favorito pareciera contradecirse cuando espeta que “Hasta ahora, la muerte es lo más sólido que la vida ha inventado”. Pero no. Porque habla de la muerte como invención de la vida; y si ambas son irreales porque sólo las podemos conocer como palabras, la “solidez” de la muerte existe nada más en la irrealidad verbal de lo humanamente cognoscible. En la Nada. Otro concepto.