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Julio Molina

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Por Benjamín Cuéllar

No me refiero a “Jacinto”, entrañable compañero de ideales y lucha llamado precisamente Julio Molina. Más bien quiero recordar acontecimientos ocurridos durante ese mes, relacionados con el recién fallecido Arturo Armando Molina; su actualidad continúa, no obstante haber tenido lugar entre 1972 y 1977. En esos años, este coronel fue presidente de la república. Eran, decían, “tiempos de conciliación” en alusión a la agrupación política constituida en septiembre de 1961: el Partido de Conciliación Nacional. El primer mandatario del PCN, como se conocía, fue el también coronel Julio Adalberto Rivera quien resultó vencedor ‒lógico!‒ en unas elecciones en las cuales no tuvo rival. A Rivera lo siguió el general Fidel Sánchez Hernández y este impuso a Molina como su sucesor.

El 20 de febrero de 1972 se realizaron los comicios que ganaron la fórmula integrada por el democristiano Napoleón Duarte y el socialdemócrata Guillermo Ungo, enarbolando la bandera de la Unión Nacional Opositora (UNO). Pero los poderes reales del país ‒léase cafetaleros, azucareros, algodoneros, ganaderos…‒ no permitirían semejante “barbaridad” contra sus intereses. Los militares debían salvaguardarlos; para eso los tenían administrando su “finca”. Así, mediante un escandaloso fraude electoral fueron declarados triunfadores Molina y Enrique Mayorga por menos de diez mil votos. El Consejo Central de Elecciones lo presidía José Vicente Vilanova, secretario general de la directiva provisional del PCN cuando lo fundaron.

Con esos antecedentes, inicia la historia de Molina y julio. El primer día de ese mes de 1972, hace casi medio siglo, ocupó la silla presidencial y no tardó ni tres semanas para hacer valer su principal lema de campaña: definición, decisión y firmeza. El 19 de julio decidió de forma bien definida intervenir, con la firmeza y la brutalidad militar, las instalaciones de la Universidad de El Salvador. Y mediante decreto legislativo, fueron destituidas las autoridades de nuestra alma mater; también derogaron su Ley Orgánica, sus reformas posteriores y todas las demás disposiciones que se opusieran a los designios del régimen en este ámbito. Molina creó luego una comisión para apropiarse de todo el patrimonio institucional y quedó facultado “para tomar las providencias y medidas necesarias” en aras de cumplir lo aprobado entonces. La primera: tomarse la UES.

Exactamente tres años después, este coronel coronaba a una finlandesa como reina de belleza mundial en la ceremonia final del único Miss Universo realizado en el territorio nacional, denominado para la publicidad del evento como “el país de la sonrisa”. Sí, pero de la sonrisa macabra generada por la represión estatal que ya existía y que entonces comenzó a extenderse, con el consiguiente saldo de luto y dolor entre las mayorías populares.

De entre estas se cuentan las víctimas producidas once días después de la final del frívolo concurso, cuando a sangre y fuego arremetió contra una manifestación encabezada por estudiantes de la única universidad pública que era acompañada por el pueblo solidario, protestando por la ocupación reciente del Centro Universitario de Occidente; no fueron pocas las personas asesinadas durante esa tarde fatal en los alrededores de las instalaciones centrales del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, así como las detenidas y desaparecidas por el mando dictatorial ejercido entonces por Molina.

Antes de esta, durante su quinquenio ya habían ocurrido otras atrocidades en poblados campesinos: la de Chinamequita en mayo de 1974, la de La Cayetana ese mismo año pero en noviembre y la de Tres Calles en junio de 1975. Y consumado otro fraude electoral similar al que lo llevó a Casa Presidencial para que lo sucediera quien fuera su ministro de Defensa y Seguridad Pública, el general Carlos Humberto Romero, el 28 de febrero de 1977 Molina inundó con sangre del pueblo la Plaza Libertad en San Salvador. Días después fue ejecutado el jesuita Rutilio Grande, junto a dos campesinos.

Ese militar asesino fue homenajeado por la Asamblea Legislativa dominada plenamente por el partido de Nayib Bukele y sus aliados. Quién sabe si para “cerrar con broche de oro” la loca carrera militarista del actual oficialismo, porque puede haber más, el 19 de julio ‒cuando murió Molina y se cumplieron 49 años de la ocupación castrense de la UES‒ este anunció que duplicará la soldadesca. Hoy, alcaldes de su partido andan armados “patrullando” y el ministro Merino Monroy prefiere tener veinte mil soldados más que igual número de ingenieros; según su entendedera, son más útiles los primeros que los segundos. ¿Aumentará así la infiltración pandilleril en la milicia? Cuidadito, están jugando con fuego y peligroso vuelven a iniciar otro “incendio” como en tiempos de Molina…

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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