Jesús M. cometió un pecado, un error como él lo llama. Tiene 54 años pero está pagando su delito desde los 29 que fue recluido en el Centro Penal “Apanteos” en Santa Ana. Debido a que ya ha cumplido más de la mitad de su condena, Jesús ahora colabora en el área de metal mecánica de la Granja Penitenciaria de Apanteos para reos en fase de confianza, ubicada en el cantón Cutumay-Camones del referido departamento, como parte del programa “Yo Cambio”.
“”A veces uno comete errores sin darse cuenta de las consecuencias, como el daño a la persona ofendida, el odio de esa persona hacia uno, la pérdida de la familia. Yo perdí a mis papás y a mi esposa, ellos no querían nada conmigo. Por un error uno pierde todo””, reflexiona con la mirada al piso y con un suspiro de color arrepentimiento.
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El Jesús de Apanteos es moreno, cabello cano y de baja estatura. Su peinado de lado y su ropa ordenada hablan bien de él. Y más cuando a su lugar de trabajo llegará el vicepresidente de la República, Oscar Ortiz y miembros del gabinete de Seguridad para verificar los avances en la ampliación de la granja que permitirá aumentar la cantidad de privados de libertad de 126 a más de mil.
La tibia mañana en la que Jesús corre atareado para que el recibimiento esté listo, el viento recogía polvo del árido terreno de las 55 manzanas de la granja. Los demás privados de libertad recolectan tomates y rábanos de los dos invernaderos que hay. Un hombre se encarga de regar el sembradillo de pepinos con una cubeta verde mientras ve de reojo al vicepresidente a pocos metros de él.
“”Cuando nos pitan para el desencierro, procedemos a bañarnos a las 5:00 A.M. A las seis reparten la comida y comemos todos juntos. A las 7:30 es el conteo para incorporarnos a las labores””, relata Jesús, esbozando un día en su vida.
La granja de Apanteos es la segunda a nivel nacional en la que se capacitan a privados de libertad para la reinserción social. En ella los reclusos realizan tareas de agricultura, piscicultura (pescado), talleres industriales, serigrafía, reciclaje y metal mecánica.
El recinto alberga tres estanques de crianza de tilapia, dos invernaderos para hortalizas. Solo en 2016 se cultivaron, según autoridades de la Dirección Nacional de Centros Penales (DGCP), 16 manzanas de maíz, con una cosecha de 624 quintales.
Jesús lleva tres años en la granja pero cumplió una pena de casi 15 años en el centro penal de Apanteos. Visita a su familia los fines de semana en la playa San Diego en La Libertad donde un tío encargado de recibirlo y sus hijos le visitan ahí.
Prefirió no detallar su delito, pero admite su culpa. Según explica, si paga $860 dólares, el juez podría recortarle su condena. Antes de caer preso, Jesús fue perforador de pozos y motorista del transporte colectivo.
“Tenemos una reingeniería en sistema carcelario que busca garantizar el cumplimiento de condena, la reeducación y la creación de capacidades para la reintegración productiva de los privados de libertad que están por salir”, dijo el vicepresidente Ortiz. El vicemandatario informó que al finalizar este año buscarán aumentar el número de granjas a nivel nacional con capacidad de más de cuatro mil reos y así descongestionar el hacinado sistema carcelario del país.
Las condiciones de las cárceles del país es una situación grave. Un estudio sobre “El Sistema Penitenciario salvadoreño y sus Prisiones” realizado en 2016 por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la Universidad Centroamericana (UCA), reveló que aunque las cárceles tienen la capacidad de albergar a 8 mil 100 reos, actualmente poseen 31 mil 148 albergados, es decir, el 367% de hacinamiento.
Solo en 2016 la Policía Nacional Civil (PNC) realizó 33.223 detenciones, de la cifra, 1.659 fueron por delitos de robo y hurto; 2.042 por lesiones; 1.379 por extorsión y 2.672 por homicidios. En dicho año, 5.278 personas fueron asesinadas en El Salvador, 1.378 casos menos en comparación al 2015 que cerró con 6.656 homicidios
En la granja, Jesús trabaja, juega ajedrez, disfruta hasta donde puede del fútbol y del gimnasio disponible de pesas y máquinas hechas por ellos mismos.
“”Es una experiencia muy grande. Para mí esto no ha sido una escuela sino una universidad en la cual yo he aprendido a valorar la familia, el estado económico; saber respetar al vecino y a la comunidad. Uno se equivoca en gran manera””, admite Jesús. Su voz se corta, seca el sudor de su frente y está atento a las indicaciones de sus superiores.
Jesús asegura que el programa “Yo Cambio”, que impulsa el gobierno para personas como él, sí funciona. Aprendió a hacer artesanías, agricultura, y a valorar la vida, la libertad, los seres queridos y el tiempo perdido.
“”Invito a las personas que antes de cometer un error, lo piensen porque en la cárcel no es fácil, se viven momentos difíciles. Al venir a este lugar se da cuenta del terrible error que uno comete””, confiesa, predica o al menos, aconseja porque un error, un momento, una decisión, lo llevó al lugar de donde ahora sale a pausas.