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Indignación y acción

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En estos días leí, entre otros, tres artículos; más que interesantes, que lo son, desafiantes. Desafiantes para una población como la nuestra que ante el sufrimiento derivado de las estructuras económica, social y política violadoras de sus derechos fundamentales se ha rebelado a lo largo de la historia. Nueve años después de aprobada la primera Constitución de un naciente El Salvador, Anastasio Aquino y los pueblos nonualcos se alzaron contra el poder; de entonces hasta el fin de la guerra interna en 1992, pasaron casi 160 años en los cuales estuvo activa la lucha popular impulsada para desmontar esas estructuras infames.

No obstante tal indocilidad comprobada, las tres décadas que se cumplirán tras la firma del Acuerdo de Chapultepec transcurrieron ‒fuera de algunos aislados eventos coyunturales‒ tranquilas para quienes continuaron y continúan favoreciéndose del estado de cosas revelador de las antípodas de esta sociedad. Desde la perspectiva “ellacuriana”, en un lado encontramos las minorías privilegiadas disfrutando entre sí un “bien común” elitista y perverso al estar fincado en la injusticia; en el otro, aparecen las mayorías populares sumidas en el eterno “mal común” de la exclusión, la desigualdad, la pobreza, la inseguridad y la violencia.

Estas últimas se quedaron esperando de quienes negociaron el fin de la guerra, la superación de esos males con base en lo que firmaron para alcanzarlo. Pero no. Durante las administraciones gubernamentales de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), lo que menos hicieron fue eso. Más allá de las formas, en el fondo mantuvieron intocables las “reglas del juego” que siempre prevalecieron. Ese escenario lo describe muy bien Sidney Blanco en su artículo titulado “En busca del origen de la crisis”.

Un buen texto el del juez, catedrático y amigo. Sin embargo, para mi gusto, hay un pero: reparte las culpas por igual y no creo que eso sea así. En la posguerra, la dirigencia “arenera” continuó fiel a sus “principios” ‒ejercicio eufemístico de mi parte‒ y actuó en consonancia; la cúpula “efemelenista” traicionó los propios. La primera aprobó en 1993 una detestable amnistía para salvar a sus compinches responsables de las atrocidades, ocurridas desde 1970 hasta 1991; la segunda, en la práctica, la aceptó para salvar a los suyos y se olvidó de las víctimas. ARENA mantuvo intacto y hasta profundizó el neoliberalismo a su favor; el FMLN lo continuó y aprovechó para beneficiarse. Así las cosas, con esos botones de muestra, está más que clara la mayor responsabilidad política, económica, social e histórica del actual descalabro que apunta para peor.

“¿Qué tiene que pasar?”. Esa interrogante se planteó Andrea Carrillo Samayoa el 10 de julio de 2021, en el otro artículo que llamó mi atención. “Indignarse ‒así inicia‒ es el conjunto de sentimientos de enojo, malestar y repulsión que provoca una situación injusta, y trae consigo levantarse y hacer algo para que no continúe siendo todo igual. Qué más tiene que suceder en este país o qué tiene que pasarnos para que la indignación provoque un torrente de personas dispuestas a impedir que pase más, dispuestas a que el sentimiento de disgusto, repudio, descontento y hastío las haga salir de su zona de confort, o de la burbuja en la que dejan que todo pase a ser un trago amargo más, que se diluye con la noticia de que la selección de Guatemala podría jugar, de puro chiripazo, la Copa de Oro 2021”.

Ciertamente su autora se refiere a lo que está ocurriendo en el territorio chapín, pero hasta antes de nombrar la “cortina de humo” futbolera cualquiera pudo pensar que hablaba de El Salvador. “¿Cuántas vidas más debemos perder para que a usted le horrorice y le parezca inconcebible que diariamente desaparezcan niñas y jóvenes, que a las mujeres se les viole y se les mate porque la otra mitad de la población considera que sus cuerpos les pertenecen y que pueden maltratarlos y ultrajarlos por el hecho de ser mujeres?” Eso pregunta Andrea por lo que ocurre en su país y eso mismo pregunto yo por lo que ocurre en el mío.

El último de los textos, producto de la pluma de Mario Vega, es intachable. “Cuando los ciudadanos están descontentos con una o varias leyes que son indefendibles ‒asegura el pastor general de la Iglesia ELIM‒ y afectan a las mayorías, siempre queda el recurso de la desobediencia civil que es un acto premeditado de rechazo pacífico, pero activo”. Hace más de 75 años, eso sucedió acá: la gente pasó de la indignación provocada por el dictador a la acción en su contra y lo derrocó. Ese método de lucha no sería, entonces, una novedad en el país. Y es que de nada sirve la primera sin la segunda.

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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