lunes, 13 mayo 2024

Historia del deseo sexual femenino: cinco creencias tontas de la historia

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La libido femenina no siempre ha sido visto como un instinto natural de las mujeres. En el pasado la apentecia sexual de ellas se consideraba tan peligrosa que 'se curaba' con tratamientos médicos

Viagra femenino, tratamientos médicos y psicológicos para mejorar las relaciones sexuales, técnicas de masturbación femeninas, contenidos especí­ficos dirigidos a ellas para que tomen las riendas de sus encuentros sexuales y alcancen el placer e incluso la contratación de escorts masculinos, hoy están a la orden del dí­a.

Sin embargo, en el pasado no era precisamente la ausencia de deseo femenino lo que se consideraba un problema, más bien la presencia del mismo. “El deseo sexual femenino era visto como algo peligroso que debí­a frenarse por todos los medios, nunca acelerarse”, explica Liz Langley en ‘Alternet’, donde realiza un breve repaso por algunas de las propuestas más radicales realizadas con el objetivo de frenar la libido de ellas, considerada innecesaria y perjudicial. En una sociedad no tan lejana ““ni, lamentablemente, extinguida por completo”“ dominada por los hombres, el deseo y el placer de ellas debí­a ser evitado y ocultado en gran parte para que las notables carencias masculinas pasasen desapercibidas.

El deseo sexual femenino era visto como algo peligroso que debí­a frenarse por todos los medios

Parece que la máxima de que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’ colea por todos los lados en este ámbito. Algunos de los remedios médicos recetados y recomendados a lo largo de la historia son tan increí­bles que te harán sentir orgulloso de ser hijo de tu época y, en todo caso, desear que la mentalidad global evolucione adecuadamente para que el deseo sexual femenino no sólo deje de verse como algo anodino, sino que sea considerado exactamente igual de importante que el de sus contrarios.

1. Médicos que ‘jugaban a los médicos’

Fue en el siglo XIX cuando se acuñó el término ‘histeria’ para describir a aquellas mujeres que mostraban sí­ntomas como ansiedad, insomnio, fantasí­as sexuales, irritabilidad, fuertes dolores de cabeza y problemas de lubricación vaginal. Exacto, lo que hoy en dí­a podrí­a definirse como excitación y deseo, por aquel entonces era una atrocidad que hací­a que ellas pareciesen unas locas traumatizadas a las que habí­a que encerrar en manicomios, cuando lo único que querí­an era descargar su libido.

Una de las soluciones médicas más sorprendentes que se popularizaron fue que los médicos tocasen los órganos genitales de las mujeres hasta llevarlas al orgasmo. La prohibición de que ellas se tocasen para saciar  sus instintos dejaba el problema en manos, nunca mejor dicho, de los doctores que se hicieron expertos en el denominado masaje pélvico. Como explica Rachel P. Maines en su libro ‘The Technology of Orgasm: “Hysteria,” the Vibrator and Women”™s Sexual Satisfaction’ (Johns Hopkins  University Press), la masturbación femenina estaba mal vista en esa época y el deseo sexual en ellas era considerado una patologí­a que requerí­a de tratamiento médico, cómo no, dirigido y guiado por hombres.

Pensaban que un niño concebido durante el periodo estarí­a sujeto a enfermedades horribles

Ante  tanta lujuria, los especialistas no daban abasto y las técnicas de masaje y liberación de aquella ‘histeria’ fueron mejorando. De hecho, a mediados de la década de 1880 un artilugio diseñado por el médico británico Joseph Mortimer Granville comenzó a utilizarse para paliar el rampante problema: el primer vibrador a pilas. Pese a que su creador no estuvo de acuerdo en utilizar este dispositivo pensado para tratamientos musculoesqueléticos masculinos, pronto su uso se hizo tan común que en el año 1900 se contaba con una interesante variedad de dispositivos para paliar esta ‘enfermedad’. Un gran invento que en el futuro se convertirí­a en una gran ayuda para ‘curar’ el deseo femenino, eso sí­, por fin dirigido por las manos de las propias féminas en lugar de por las de los doctores.

2. Arrancar el problema de raí­z

Y  llegó lo inesperado. El ‘tratamiento masturbador’ contra la histeria se  volvió adictivo para muchas mujeres y a ojos de muchos expertos como el  doctor Isaac Baker-Brown, los vibradores no curaban la histeria, sino que la empeoraban ya que las pacientes solicitaban más y más tratamiento.

Así­,  el que fue considerado uno de los ginecólogos y cirujanos obstetricias más importantes del siglo XIX, propuso un tratamiento alternativo para acabar con el problema de raí­z: cortar el glande del clí­toris. “Las mujeres intratables se convirtieron en esposas felices; las adolescentes rebeldes se instalaron de nuevo en el seno de sus familias;  y las mujeres casadas que sentí­an aversión a los encuentros sexuales quedaron embarazadas”, relataba Hugo Schwyzer, en un artí­culo publicado en ‘Jezebel’ en 2012.

Por  suerte, como explica Schwyzer en su texto, la barbarie de Baker-Brown no duró demasiado tiempo en su nativa Gran Bretaña pero en EEUU los médicos siguieron recomendando clitoridectomí­as, que se practicaban incluso en adolescentes para evitar que se masturbasen, hasta mediados del siglo XX. De este modo, durante años frenaron radicalmente el deseo de las mujeres y, ya de paso, su libertad sexual que tardarí­a en recuperarse unas cuantas décadas.

3. Terribles sueños libidinosos

Como  cabrí­a esperar, ante esta visión apocalí­ptica sobre el deseo sexual femenino, confesar a un médico especialista que se ‘padecí­an’ pensamientos lujuriosos era un suicidio vaginal para quienes se atreví­an  a hacerlo. En un artí­culo  publicado en ‘Ms. Magazine’ recogen la historia de una joven dama victoriana que en 1856 confí­o a un doctor sus constantes e irrefrenables  deseos y sueños pecaminosos. Mrs. B, como la denominan en el relato, confesó tener un apetito sexual saludable lo que le ayudó a mantener relaciones con su marido muy a menudo. Pero no le bastaba con esto.

La señora B era ninfómana. “Soñaba noche y dí­a con tener relaciones sexuales con otros hombres y aseguraba que habí­a empezado a tener un problema en su casa cuando su marido se quejó de que tení­a una obstrucción que dificultaba el coito y frenó el número de encuentros”, señala Martha Coventry en el mencionado artí­culo.

El señor B permaneció ausente y los sueños lascivos de la señora B no volvieron a aparecer

Aún  barajando la posibilidad de que lo que ocurrí­a en realidad era que su esposo padecí­a problemas de disfunción eréctil, preocupada por el miedo a  “no ser capaz de limitar su deseo sexual únicamente a su marido”, la señora B visitó al doctor Horatio Storer a quien puso al tanto de  sus libidinosos sueños nocturnos que ella achacaba a su fracaso como esposa para concebir un hijo. “Después de un examen en el que el doctor tocó el clí­toris de la señora B y la hizo chillar de emoción, le advirtió que si no se sometí­a a un tratamiento lo más probable era que terminase internada en un asilo”, continúa Coventry.

Fenómenal. La  ninfomaní­a de la señora B tení­a cura. Nada más y nada menos que alejarse de su marido para que no practicasen sexo, enemas, baños helados heladas y limpiar su vagina con una solución de bórax. Tal y cómo escribió el propio doctor Storer: “El señor B permaneció ausente y los sueños lascivos de la señora B no volvieron a aparecer”, claro que lo más probable es que, ante tan doloroso y agresivo tratamiento, la solución médica acabase con todos sus sueños.

4. La maldición de la menstruación

Si  creí­as que la absurdez sinsentido de que a las mujeres se les corta la mayonesa si optan por hacerla cuando están con el periodo, las creencias  que se han tenido a lo largo de la historia sobre las terribles consecuencias de la comúnmente conocida como la regla en la vida de las personas te dejará boquiabierto.

Como explica Janice Delaney  en ‘The Curse: A Cultural History of Menstruation’ (University of Illinois Press), a lo largo de la historia, las diferentes culturas del planeta han considerado que el ciclo menstrual de las mujeres no era otra cosa que una maldición. Así­, por ejemplo, “los franceses pensaban que un niño concebido en ese momento estarí­a sujeto a enfermedades horribles, incluyendo la lepra, la sí­filis, la escrófula y úlceras violentas de la piel”, ejemplifica la autora.

Algunos  expertos pensaban que los vibradores no curaban la histeria, sino que la empeoraban ya que las pacientes solicitaban más y más tratamiento

Peligros  para la salud de quienes se acercaban a ellas como la creencia generalizada en el siglo XIX de que mantener relaciones sexuales con mujeres durante su menstruación provocaba gonorrea en los hombres. Pero no hace falta irse tan atrás en el tiempo, en 1950 una encuesta señaló como los principales miedos de las mujeres ante practicar sexo con la regla poder desarrollar hemorragias, infecciones e  incluso lesiones internas. Aunque es cierto que durante el periodo el cuello del útero se expande pudiendo incrementar las posibilidades de coger alguna infección bacteriana, más allá de esto, practicar sexo durante la menstruación incluso puede resultar de lo más saludable.

5. El útero errante

En  la Grecia clásica la histeria, esos cambios de humor radicales y cambios en el comportamiento de las mujeres, se relacionaron directamente con el estado de sus matrices, especialmente cuando éstas eran incapaces de quedarse embarazadas. Para Hipócrates y sus seguidores, algunas de las grandes diferencias entre unas y otras mujeres podí­an explicarse porque tuviesen un “útero errante” que se habí­a desprendido de su espacio habitual y paseaba a sus anchas por el interior de las mujeres.

El médico romano Areteo de Capadocia llegó  algo más lejos al describir el útero materno como “un animal dentro de un animal”, un órgano que “se moví­a por sí­ mismo de aquí­ para allá por los flancos”. Según el especialista, dependiendo de hacia donde se mueva  provoca unas u otras dolencias en las féminas: hacia arriba, pereza, cansancio, vértigos y dolores de cabeza; mientras que hacia abajo se traducí­a en falta de aire y pérdida de la sensibilidad y el habla.

Una  vez más, encontraron una solución efectiva aunque poco apetecible para las mujeres diagnosticadas: “El útero se deleita con los olores fragantes y avanza hacia ellos, tiene una aversión a los olores fétidos  y huye de ellos”, aseguró Areteo. Así­ es, la cura del útero errante se basaba en la aromaterapia aplicando fragancia agradables en la vagina para hacer que éste bajase a su posición natural, o alejándolo de la misma haciendo que las mujeres olfateasen hedores apestosos.

Tomado de: El Confidencial.

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