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En vísperas de la Guerra Civil “Rafael Palacios fue asesinado el 20 de junio de 1979; Luis Coto acaba de fallecer el pasado 8 de junio. Ambos, sacerdotes diocesanos”, relata Benjamín Cuéllar.

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Por Benjamín Cuéllar


Rafael Palacios fue asesinado el 20 de junio de 1979; Luis Coto acaba de fallecer el pasado 8 de junio. Ambos, sacerdotes diocesanos. Cuando le arrebataron la vida, el primero tenía 41 años de edad y estaba al frente de la parroquia San Francisco en Mejicanos, departamento de San Salvador; llegó para sustituir a Octavio Ortiz, quien a sus 34 años fue ejecutado el 20 de enero de 1979 junto con cuatro jóvenes en la casa parroquial de retiros ubicada en San Antonio Abad, en la ciudad capital. Eran tiempos terribles de persecución, angustia, terror y muerte; de ultraje desbordado contra el pueblo que luchaba por alcanzar justicia plena y de martirio para quienes, como parte de una Iglesia católica comprometida con esa causa, lo acompañaban.

Pero esta entidad considerada “cuerpo de Cristo” estaba lejos de serlo totalmente en nuestro país. Tenía sus partes, no pocas, engangrenadas por la infección y la putrefacción derivadas de su alianza con los poderes terrenales que impedían superar la exclusión y la pobreza extendidas. Una de esas porciones del organismo enfermo, se encontraba en la diócesis de San Vicente adonde imperaban entonces los designios de monseñor Pedro Arnoldo Aparicio y Quintanilla, conocido como “Tamagás”. Originaria de Centroamérica, en cuyas montañas se pasea, es esta una víbora muy venenosa.

Semejante “reptil” con sotana y mitra le hizo la vida imposible a quien, desde su ordenación sacerdotal, estuvo primero en la catedral de la ciudad vicentina y luego en las parroquias de El Calvario y Tecoluca. Era un joven religioso seducido por “los lineamientos del Concilio Vaticano II y Medellín”; hacerlos suyos y practicarlos, “le llevó a ser despojado de sus cargos pastorales”. Eso “fue lo más doloroso” para Rafael Palacios: ser atacado por su obispo quien, en lugar de apoyarlo lo castigaba. Semejante señalamiento sobre el impropio proceder del “Tamagás” no es mío sino del actual arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, y se encuentra en su segunda Carta Pastoral.

Así, este cura fue expulsado de tan pérfido feudo pero encontró cobijo en territorio arquidiocesano que entonces aún era guiado por un venerado prelado: Luis Chávez y González. Fiel a sus creencias y convicciones, siempre al lado de la pobrería, hasta su martirio Rafael siguió anunciando la palabra de Dios encarnada en la apremiante realidad de esta. Dicho acompañamiento continuó siendo mal visto por quienes se sentían incómodos y rabiosos ante la denuncia de la iniquidad en la que se debatían las mayorías populares.

No son pocas las opiniones sobre el involucramiento del exjerarca en su muerte violenta. Pero, además, Aparicio y Quintanilla expulsó a otros sacerdotes. Uno de ellos, Alirio Napoleón Macías, le imploró de rodillas que revirtiera su decisión y logró que le asignara la parroquia de San Esteban Catarina, adonde fue ametrallado por tres sicarios cerca del altar el 4 de agosto de 1979.

Mientras los padres Ortiz, Palacios y Macías ofrendaban su vida, Luis Coto apenas estaba a un año de su ordenación sacerdotal. A lo largo de su paso por varias parroquias de la arquidiócesis metropolitana, dejó impresa su huella; también como rector del Seminario Mayor de San José de la Montaña y director de Tutela de Derechos Humanos del Arzobispado de San Salvador. Su sonrisa perenne y su hablar pausado, no impidieron hacer valer su compromiso con la dignidad de la población.

Generosamente nos acompañó en este nuestro programa “Quijoteando”. Hace un año, el 29 de junio, compartimos el espacio precisamente con Carlos Palacios –hermano de Rafael– para reflexionar sobre la Iglesia martirial salvadoreña; poco después, el 9 de agosto, charlamos sobre el natalicio de san Romero de América y su vigencia en medio de un panorama nacional sombrío por los signos cada vez más evidentes de la tendencia confrontativa, autoritaria y militarista del actual régimen que solo negaban y niegan quien lo encabeza, sus incondicionales funcionarios y aquellos sectores de la población que no alcanzan a ver que “el pan para hoy” es “hambre para mañana”.

Luego lo invitamos a participar en este espacio el 25 de enero del presente año. Entonces conversaríamos sobre las deudas con las víctimas en el marco de los 90 años de la matanza perpetrada por el dictador Maximiliano Hernández Martínez, las tres décadas transcurridas desde el fin de la guerra y la beatificación de Rutilio Grande junto a las de sus dos acompañantes en el martirio y de fray Cosme Spessotto. Pese a que aceptó, Luis ya no pudo estar; el avance de su enfermedad se lo impidió.

Vaya nuestro homenaje a estos pastores que supieron ser buenos en medio de una realidad donde la maldad nunca dejó de pasearse y ahora parece enseñorearse…

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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