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Fábula del paí­s que dejó de serlo

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O de cómo la apaleada fauna selvática logró vivir feliz para siempre.

En aquel recodo de la jungla los monos extranjeros habí­an tomado el control de la sociedad. La tení­an dominada por medio de la manipulación de las emociones y los pensamientos de sus habitantes, gracias a una pésima educación que no les enseñaba a conectar unas cosas con otras y a una aplastante oferta de entretenimiento que los mantení­a jugando a la comunicación el dí­a entero. Sus aliados los simios locales lograron destruir el Estado privatizándolo y los extranjeros dejaron al frente de él a un loro arrabalero con una prosaica pasión por la comedia, la cual lo hací­a pasársela contando malos chistes a su ciudadaní­a.

Luego de haber perpetrado un golpe de Estado blando y una revolución de colores sobre esta embrutecida y acobardada fauna ―a la cual hicieron movilizarse entusiasmada a cada “sugerencia” que recibí­a de perfiles falsos en las redes sociales―, ahora los micos extranjeros le imponí­an planes económicos que sólo beneficiaban a los simios locales más ricos. Y mientras los animales pobres querí­an largarse de aquellas espesuras, los extranjeros militarizaban las fronteras y les impedí­an salir. Al mismo tiempo, los ricos locales secaban los rí­os para hacer sus hidroeléctricas, les quitaban tierras a las pobrerí­as para abrir minas y sembrar agro-combustibles, y a la vez los extranjeros les financiaban organizaciones para que protestaran amaestradamente respetando el torvo orden simiesco.

Llegada a este punto, la alianza de simios dominantes quiso probar el grado de embrutecimiento de la fauna local e hizo evidente la destrucción del Estado y la soberaní­a de aquel santuario de criaturas paralizadas por la violencia, la ignorancia y el miedo, y publicitó el incendio intencional de un tétrico hogar de palomas heridas. Las protestas amaestradas no se hicieron esperar rebosando indignación y fariseí­smo progre. Los micos de izquierda también aullaron doloridos, así­ como los monitos de la pink left y las ardillitas de la “sociedad civil”, todos los cuales vieron en aquello una oportunidad de oro para obtener más financiamientos internacionales y así­ “luchar contra la impunidad”. La animalada polí­ticamente correcta y católicamente indignada se rasgó las vestiduras. Y el poder ejecutivo ―intervenido por los monos extranjeros― destituyó a un par de supuestos culpables y puso en su lugar a otros igual de ineptos. ¿Serí­a esto un golpe blando contra nuestro lorito? Si lo era, no cambiarí­a nada. Al fin, todos gritaron y nadie actuó. La intervención era un éxito.

Acabó así­ la creación de condiciones para impulsar un plan para la prosperidad de los simios extranjeros y los ricos locales, disfrazado de bonanza para los micos aulladores y sus parientes. Éstos, mientras tanto, se dedicaban a divertirse y, por su parte, los animales progres e indignados medraban a gusto en sus lindas oenegés. A veces, coloridos grupos de monos pobres ―alzando esencialismos bien financiados por paí­ses a los que les interesa mantener distraí­da a la fauna progre con confites culturalistas― salí­an a la calle, pero pronto retiraban sus demandas dizque en aras de la unidad nacional.

Así­, este recodo de la jungla pasó de haber sido un paí­s ―y para ciertos exaltados hasta una nación―, a ser un protectorado a cargo de vigilantes foráneos y un asilo de loquitos a los que se protegió de sí­ mismos resignándolos a divertirse hasta morir, razón por la cual ―desde entonces― todos vivieron felices para siempre.

Sitio personal del autor, aquí­.

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Mario Roberto Morales
Mario Roberto Morales
Escritor, periodista y catedrático guatemalteco; ha sido Premio Nacional de Literatura de Guatemala. Ha escrito novelas, cuentos y ensayos

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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