“Ahora sí que estamos todos locos” sonaba en mi playlist. La canción me hizo meditar en el miedo que se le tiene a estar loco sin estarlo, al miedo a visitar a un psicólogo por el miedo al qué dirán, al miedo a terapias de salud mental, porque esto es un indicador de debilidad.
Una de esas terapias es Storytelling -o el arte de contar historias. Todos hemos contado historias alguna vez, desde el Cromañón que contaba historias con distintos colores en las cuevas hace miles de años hasta los YouTubers de hoy. Storytelling nos ha acompañado como terapia sin nosotros saberlo, solo que en nuestros tiempos ya ha sido reconocida formalmente por neurocientíficos y se ha usado terapéuticamente en todo el mundo en diversos entornos con refugiados, centros de adicción, escuelas, asilos, cárceles, etc.
La teoría clínica de Mazza, N. (1999) en su “Innovaciones en psicología. Terapia de poesía: interfaz de las artes y la psicología” que aboga por los aspectos terapéuticos y el uso clínico de la metáfora, de la narrativa, la biblioterapia, la poesía y todo lo que tenga que ver con contar cuentos, con contar historias, unido al uso de Storytelling es una terapia que nos puede ayudar a los salvadoreños en múltiples situaciones.
Todos nos beneficiaríamos en El Salvador de un psicoterapeuta. Como país hemos venido arrastrando siglos de opresión religiosa, militar, cultural, económica, etc. y no hemos buscado ayuda para sanar nuestras heridas emocionales ni como país. Los hijos de la guerra, es decir, quienes crecimos y vivimos el conflicto bélico en el país no estamos en condición de expresar nuestros sentimientos con naturalidad ni libertad; los hijos de la posguerra, tampoco.
En otros países, organizaciones como Ex Fabula o The Moth promueven el arte y el oficio de contar historias. Ex Fabula, por ejemplo, tiene como misión fortalecer los lazos comunitarios a través del Storytelling con tan solo 2 condiciones (1) las historias deben ser personales en modalidad individual, familiar o de grupo y (2) las historias deben ser verdaderas.
En una encuesta informal en el trabajo, le pregunté a la gente sobre el qué dirían si yo les sugiriera un psicólogo. La mayoría dice que nunca han visitado a un profesional mientras sí afirman que se desahogan con sus familiares o amigos.
“No lo necesito porque no estoy loco” es la frase colectiva, pero no se acepta que no hay que estar loco para dejar que nos ayuden. La meta de un psicoterapeuta es ayudar a que las personas tomen decisiones y clarifiquen sus emociones para resolver sus problemas. Si aceptáramos que grupos de autoayuda o de psicoterapia colectiva pueden ayudarnos, tendríamos un país con menos mareros -quienes buscan la aceptación a toda costa, menos homicidios, menos caos en el tráfico y menos desintegración de hogares.
Imaginemos el impacto de Storytelling en nuestro medio en la prevención en adolescentes suicidas y ancianos. O lo importante que será ponerle atención a mujeres abusadas o a niños maltratados en un ambiente donde la clave sea escucharlos con atención. Es importante entender que colectivamente necesitamos ayuda. Es esencial reconocer que al aferrarse a pensar que se es fuerte emocionalmente puede desembocar en enfermedades visibles causadas por esos transtornos emocionales o por el estrés. Richard Gardner (1986) asegura que contarse historias mutuamente es beneficioso para la salud mental de los humanos. Asimismo, el que fuera contemporáneo de Freud, Alfred Adler, investigaba los transtornos de inferioridad versus superioridad, desaliento y sentido de pertenencia a una comunidad o a la sociedad como todo mediante terapias colectivas. Adler así como Gardner valoraban la necesidad de interconexión de todos los humanos para sobreponerse a comportamientos erráticos.