BERLíN ““ Hace mucho se dice que la rivalidad estratégica que comenzó a aparecer entre Estados Unidos y China en años recientes podía algún día convertirse en confrontación. Ese momento ha llegado: bienvenidos a la Guerra Fría 2.0.
El discurso estándar sobre el conflicto sinoestadounidense lo describe como un enfrentamiento entre dos sistemas distintos. Para Estados Unidos, según este análisis, China es una tecnodictadura que ha detenido a un millón de uigures en campos de concentración, reprimido a los cristianos, limitado los derechos civiles y destruido el medioambiente, todo eso a la par de una acumulación de fuerzas militares y amenazas a los aliados de Estados Unidos en la región. Al mismo tiempo, Estados Unidos es para muchos chinos un exponente de intervencionismo e imperialismo, y la guerra comercial del gobierno de Trump no es más que la primera jugada en una competencia general (económica, militar e ideológica) por la supremacía.
Pero es una interpretación errónea. La nueva confrontación sinoestadounidense no se basa en las diferencias entre ambos países, sino en sus crecientes semejanzas. China y Estados Unidos eran el yin y el yang de la economía global, con Estados Unidos en el papel de consumidor y China en el de fabricante; durante años, China redirigió sus superávits a la compra de bonos del Tesoro de los Estados Unidos, siendo así garante de la prodigalidad estadounidense y forjando un vínculo simbiótico que el historiador Niall Ferguson denominó “Chimerica“.
Pero Chimerica ya es cosa del pasado. Con su política “Made in China 2025“, el presidente chino Xi Jinping está subiendo a su país en la cadena global de valor, con la esperanza de convertirlo en líder mundial en inteligencia artificial (IA) y otras tecnologías de avanzada. Para ello, China limitó el acceso de las empresas occidentales a sus mercados, supeditándolo a que transfieran tecnología y propiedad intelectual a “socios” locales.
Y mientras China reorientaba su modelo de desarrollo económico, Estados Unidos reemplazó su tradicional enfoque de laissez-faire con una estrategia industrial propia. Detrás de la guerra comercial de Trump hay un deseo de reequilibrar el campo de juego económico y “desacoplar” a Estados Unidos de China. Y ahora que ambos países están trabados en una competencia de suma cero, el equipo GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft) y el equipo BATX (Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi) están librando a escala global una guerra basada en el conocimiento técnico y el acceso a datos.
Pero al tratar de sacarse la delantera en las mismas áreas, las estrategias estadounidense y china se están volviendo más parecidas. En respuesta a los intentos del expresidente estadounidense Barack Obama de crear un bloque comercial en la cuenca del Pacífico para contener a China, Xi lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), a la que ahora se le contrapone una Iniciativa para el Indo-Pacífico liderada por Estados Unidos bajo Trump.
Los dos países también están en sendas militares parecidas. Aunque a China todavía le falta mucho para ponerse a la par, su gasto total en defensa ya es el segundo del mundo después de Estados Unidos. Ha creado y botado su primer portaaviones, y tiene planes de echar a navegar otros. Está desarrollando y desplegando sistemas defensivos “antiacceso/negación de área” (A2/AD por la sigla en inglés). Y con el establecimiento de su primera base militar de ultramar en Yibuti, está indicando que sus ambiciones son globales, no meramente regionales.
China y Estados Unidos también comparten cada vez más una predilección por el intervencionismo. En el caso de China, es un marcado quiebre respecto de décadas de considerar la no intervención casi como una doctrina religiosa. Pero el cambio de actitud de China tiene sentido. Como me explicó Yan Xuetong (de la Universidad Tsinghua) poco después de la invasión estadounidense a Irak, el apoyo de un país al intervencionismo es reflejo de la conciencia de su propio poder. Yan predijo que conforme China acumulara fuerzas militares, estaría más dispuesta a ejercer su influencia en el extranjero.
Los ciudadanos chinos, y muchos otros en todo el mundo, ahora esperan precisamente eso. Tras evacuar a cientos de sus ciudadanos de Libia en 2014, China aumentó su participación en las misiones de mantenimiento de paz de las Naciones Unidas. Y después de una serie de ataques en Pakistán, creó una fuerza de seguridad especial (formada en su mayoría por contratistas privados) para proteger los intereses chinos a lo largo de la “nueva ruta de la seda” de los proyectos de la IFR.
Otra área de convergencia sinoestadounidense tiene que ver con el sistema multilateral. En el discurso de 2005 en el que habló de la necesidad de que China fuera un “participante responsable” del sistema internacional, el entonces subsecretario de Estado de los Estados Unidos Robert Zoellick dijo a Occidente que si las instituciones de gobernanza global no incluían a China, corrían riesgo de ser anuladas. Pero para los chinos, la vinculación con el mundo nunca fue una opción binaria. Así que en vez de convertirse en un participante responsable del orden liderado por Estados Unidos, China está desarrollando lo que podría describirse como internacionalismo con características chinas.
En tal sentido, China aprovechó la membresía en instituciones dominadas por Occidente al tiempo que les restaba poder y creaba un sistema paralelo propio. Pero como muestra la estructura de la IFR, el orden mundial que imagina China no se basa en el multilateralismo, sino en relaciones bilaterales entre países. Al tratar con otros gobiernos por separado, China puede negociar desde una posición de fuerza e imponer sus propias condiciones.
La doctrina de “Estados Unidos primero” de Trump encarna la misma visión para Estados Unidos. Tanto él como Xi han adoptado un mensaje de rejuvenecimiento nacional. Esto llevó a Xi a reemplazar la vieja política exterior china de moderación y cooperación táctica con otra basada en la búsqueda de la grandeza nacional. Y ambos líderes han concentrado cada vez más las decisiones de política exterior en sus manos y debilitado los sistemas de controles y contrapesos de sus respectivos países.
La “Guerra Fría 2.0” no presenta el mismo choque de ideologías utópicas que la original, pero la metáfora sigue siendo adecuada. Como su predecesora, esta mostrará a dos superpotencias que disienten en lo referido a cómo debe organizarse el mundo, pero coinciden en que puede haber un solo ganador.
Traducción: Esteban Flamini
Mark Leonard es el director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
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