lunes, 15 abril 2024
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Escrito en una servilleta: Somos lo que hacemos por cambiar lo que éramos

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"Somos una patria en busca del patrimonio público que nos haga ser ciudadanos del siglo XXI, y Roque es el ícono entrañable de ese patrimonio": René Martínez.

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Por René Martínez Pineda.

Somos lo que somos si recordamos lo que éramos; somos lo que somos porque el país, en un suicidio altruista, se desnudó, prenda por prenda, para mostrar sus heridas y que, por deducción, descubriéramos el cuerpo del delito y pudiéramos escribir de los muertos sabiendo de sus rudas zarabandas nocturnas. Somos el pueblo de una hermosa nación que fue privatizada por los del ayer; somos las personas que descubren su país bajo las ruinas dejadas por la costra indeleble de la sangre de la gran conspiración criminal; somos una patria en busca del patrimonio público que nos haga ser ciudadanos del siglo XXI, y Roque es el ícono entrañable de ese patrimonio; somos cuerpos-sentimientos que llevan por dentro al demonio de los cambios que sí cambian las cosas; somos nombres sólo con apellido materno como signo de identidad; somos números sin dígitos en el Banco porque el salario mínimo minimizado fue la política económica del pasado; somos la cultura de la no-identidad si olvidamos dónde putas enterramos el ombligo antes de que dejara de latir diminutos besos; somos biografías sin fotos, ni historias largas que contar, porque fuimos reducidos a la triste condición de súbditos sin reino cotidiano; somos lo poco y lo mucho que quedó de la matanza entre pobres y la expropiación de lo público; somos el centavo que saltó de las mil novecientas noventa y dos bolsas del botín del Estado que acordaron, en paz, repartirse los corruptos.

Somos la metáfora de un pueblo trabajador al que tenían chiflando en la loma cuando lo embaucaron con una revolución sin cambios revolucionarios ni líderes relevantes, y eso explica por qué nuestra mano tiene pelos como pegajosa prueba de que no queríamos morir de hastío en la madrugada del parque Libertad. Somos el almacén de las ilusiones buenas que, sin inventariarlas, fueron embodegadas para que llegaran a la fecha de caducidad; somos una fuerza de trabajo que fue descalificada -por omisión, silencio o complicidad- para que nutrieran el estómago glotón de las maquilas textiles que nos dejan desnudos. Somos la ola de calor intenso que encontró la salida de la morgue municipal; somos el primer silencio de los cien años de soledad multiplicados por dos; somos nuestro propio hermano y nuestro propio padre desde el día en que nos expulsaron del país.

Somos la agonía sietemesina que nació en plena calle y la esperanza mortinata que estaba condenada, de por vida, a pagar extorsiones infames y a no ver mejores amaneceres a pesar de los discursos que, a diario, hablaban de gobernar con la gente. Somos la razón incuestionable del progreso económico que nunca rebalsó en los bolsillos porque, por la señal de la santa cruz, nos convencieron de que el dinero es maldito si está en manos de los pobres; éramos la burla de las promesas electorales que se fueron en los camiones de alquiler al nomás cerrar el centro de votación, y hoy somos la chispa de la rebelión electoral de los febreros. Somos la sonrisa más bonita -a pesar de lo feo de la realidad- que deambulaba por la acera de la calle de la amargura a la espera del motivo adecuado; somos la fotografía, blanco y negro, de un pasado con fúnebres fronteras que costó mucho que pasara. Somos la sangre que querían dar por perdida en la historia no contada de las venas; somos, de tan mundanos que somos, el “Mágico” González driblando la pesadilla de una gobernabilidad entre políticos corruptos a costa de la ingobernabilidad en el territorio en el que duerme el pueblo. Somos los que, intactos, sostenemos bravamente un pedazo de tela que, profundamente enamorados, llamábamos bandera, sólo porque sí; somos la fórmula secreta de la pócima mágica que cura todos males cuando se toma a tiempo y en la dosis adecuada. Somos el consejo de vida que nos heredaron nuestras abuelas para cuando la noche fuera impenetrable. Somos la resurrección del monumento de El Salvador del Mundo que antes no salvaba a nadie porque lo habían secuestrado; somos el pueblo trabajador que dejaron sin vejez cuando privatizaron las pensiones.

Somos lo que queda de una nación que fue forjada con inconfesos concubinatos, pero eso que ha quedado alcanza y sobra para construir otro país muy diferente, aunque nos debamos entonces al manicomio. Somos lo que estamos haciendo por cambiar lo que éramos mientras le damos el beso de buenas noches a nuestros hijos. Somos el sueño cercano del hermano lejano; somos el trago de chaparro con jocotes de corona que nos liberará de los parásitos de dos cabezas y del mal de ojo constitucional. Somos la promesa de la nación que irá a la casa de empeño de la injusticia social a recuperar sus cositas. Somos los versos más tristes escritos esta noche que duró treinta años, los que pretenden recuperar la risa y el color en el rito ecuménico de escribir otra historia, en la memoria, en la que Monseñor y Roque no sean asesinados. Somos el reloj de la vida cotidiana que no le teme a la calle porque sus agujas son de plata. Somos lo que somos y no lo que éramos, no hay alternativa. Somos, en definitiva, lo que hacemos por cambiar lo que éramos, porque somos la razón de ser de nuestros muertos.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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