Por René Martínez Pineda.
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Por su función, la universidad pública es la institución sociocultural que mejor ha inducido los cambios históricos, pero primero debe cambiar, para después hacer cambiar. Sin embargo, para que la universidad tenga la capacidad de cambiar y hacer cambiar a la sociedad, es vital tener un alto nivel académico y, la Universidad de El Salvador (ni ninguna otra del país) está en esas condiciones, y ni siquiera cerca de ellas. En el Top 7 de Universidades de América Latina (2023), el primer lugar lo ocupa la Pontificia Universidad de Chile, y, de los seis puestos restantes, 5 le corresponden a Brasil y 1 a México.
Un hecho que certifica que la universidad debe cambiar para hacer cambiar es la Reforma de Córdoba (Argentina, 1918), a partir de la cual la universidad pública ya no fue la misma que venía subsistiendo desde dos siglos antes, y eso impactó en las estructuras políticas de la región latinoamericana.
Para abordar el tema, parto de la premisa de que, en las últimas décadas, en la Universidad de El Salvador -UES- se profundizaron sus crisis institucionales, tales como: Crisis Académica, producto del saqueo de su equipo, mobiliario y bibliotecas (1980-1983), y de las gestiones infaustas en los últimos veinte años; la represión, exilio y/o despido de unos cien intelectuales, nacionales y extranjeros (1972-1980), por considerarlos subversivos; la represión de estudiantes a partir de la masacre del 30 de julio de 1975; Crisis Financiera, por la reducción drástica de su presupuesto -durante los años 80s- que la mantiene, aún, como la institución de educación superior con el más bajo de la región como porcentaje del Presupuesto General de la Nación, incluso con el incremento sostenido que el gobierno de Nayib Bukele le viene asignando (de $78,904,915 en 2014, a $132,477,750, en 2023), presupuesto que se ve limitado por el mal uso que se le da; y Crisis Política, producto de su participación en la guerra civil de los 80s, con el uso político-militar de su campus y la incorporación de estudiantes y docentes en la guerrilla. De los años 90s en adelante, esta crisis es el resultado de la instrumentalización partidaria y olvido en el que quedó, no obstante que el FMLN formaba parte del gobierno y “tenía una deuda moral con la universidad”. Y es que, si bien el FMLN es un partido en extinción, sigue controlando los espacios de decisión electoral en la UES, y eso le permite “poner a su gente” en los cargos de dirección, amparado en una Ley Orgánica (más política que académica) que fue redactada a su imagen y semejanza para garantizar una especie de centralismo que va en contra de las decisiones tomadas por la comunidad universitaria.
En torno a esas crisis, identifico cinco paradojas existenciales de la UES que se reflejan en el hecho de que no figure entre las mejores de Centro América: los primeros tres lugares los ocupan universidades de Costa Rica, y entre las 10 mejor posicionadas no figura la UES, mientras Costa Rica tiene 5 y Guatemala 2. Y son paradojas, no dilemas, ya que, para afrontar las crisis institucionales que sufre sin trastocar su función académica y social, se plantean soluciones opuestas a ésta, razón por lo cual dichas crisis se profundizan, en lugar de resolverse.
En la UES, su primera antilogía es la que llamo: paradoja del poder cultural de afectación y reinvención, tanto académica como política, producto del antagonismo entre las funciones de transformación social (de cara a la reinvención del país como ideal humanista de la educación superior), y las funciones mercantiles clásicas de la universidad como simple proveedora de mano de obra calificada y redactora preeminente de propuestas para incrementar la plusvalía. En esa línea, desde 2020, la UES navega en la paradoja de autenticidad, debido a que, por decisión de sus autoridades, promueve lo virtual en detrimento de la educación presencial, que es la que forma ciudadanos críticos, consolida la socialización y construye la solidaridad social y su asidero: la conciencia social.
En Centro América, sólo la UES “compró” la función virtualista -oscura por su resultado negativo en la formación integral de ciudadanos democráticos y profesionales críticos constructores de conocimiento- de privilegiar la ausencia sobre la presencia (la educación virtual sometiendo a la presencial, aunque existen las condiciones para ésta desde el segundo semestre de 2021, lo que ha sido aprovechado en la política electoral interna, en tanto “conviene” tener electores y fiscalizadores virtuales) y con ello asumió un papel anti-humanista que cosifica al ser humano, al pervertir, degradar o hacer inexistentes las relaciones sociales cara a cara al estar mediadas por una pantalla, lo cual lleva a una doble expropiación de las casas: la de los trabajadores, al convertirlas en oficinas (teletrabajo); y las de los estudiantes y docentes, al convertirlas en aula, concretando, así, el sueño húmedo del capital: un capitalismo sin trabajadores reunidos en un mismo lugar o en las calles; una sociedad de las cosas y de los sentimientos artificiales. Hay que señalar que la cuarentena obligó a recurrir a lo virtual para darle continuidad a las clases, pero una cosa son las clases y otra, muy distinta, la educación, razón por la cual el presidente Bukele giró indicaciones para volver a lo presencial (en un 100%) al pasar lo más severo de la pandemia, indicación que fue asumida incluso por las universidades privadas, no así por la UES.
Por ello, la anterior es una paradoja de autenticidad, pues lo auténtico es la educación presencial apoyada, en un tercer nivel, por lo virtual, ya que el segundo nivel corresponde al trabajo de campo, rescatando con éste la relación teoría-práctica, relación que permite romper los paradigmas del conocimiento científico y del saber político.
El poder cultural de afectación y reinvención -que define la hegemonía desde la educación- se comprende como el talante de la institución que es vista como idónea para idear y monitorear transformaciones sociales, pues en ella se construye y deconstruye el pensamiento científico y, desde él, se puede impulsar una nueva sociedad. La paradoja es tal porque, si bien se produce en su interior: la cultura, el pensamiento crítico (en algunos casos), la conciencia social, los referentes de la tecnología (cuyo rumbo lo decide el ser humano, no aquella) y el conocimiento científico y humanista, todo eso sirvió para la consolidación de las élites burguesas, de la misma forma en que lo hacía la universidad en la Edad Media.
Así, la paradoja de cambiar para hacer cambiar a la sociedad en favor de las mayorías, se hace presente porque, adrede, las confinó en una cultura degradada (llamada “popular”, para ponerla debajo de la de las élites) y a ser beneficiarias, a lo sumo, de saberes instrumentales para que, en desventaja, se incorporen al mercado laboral. Cuando la UES, en los 80s, fue incapaz de realizar la función instrumental por su politización y crisis financiera, se promovió la fundación masiva de universidades privadas que, sin tener la urgencia de construir conocimiento científico y hacer cambiar positivamente la sociedad, se dedicaron a “entrenar” mano de obra con criterio mercantilista: “el que paga la cuota, tiene derecho al título”.