jueves, 6 febrero 2025
spot_img
spot_img

Escrito en una servilleta: Campaña electoral: la motivación como consejera

¡Sigue nuestras redes sociales!

"Una mayoría aplastante de ciudadanos ha renovado su deseo de participar en las elecciones para impedir que los corruptos, asesinos, ineptos y traidores al pueblo vuelvan al poder".

Por René Martínez Pineda.

Como lo mostraron las presidenciales de 2019, las elecciones están resolviendo la vieja paradoja política: vivir en una democracia antidemocrática conducida por corruptos consumados. Más allá de su ideología, una mayoría aplastante de ciudadanos ha renovado su deseo de participar en las elecciones para impedir que los corruptos, asesinos, ineptos y traidores al pueblo vuelvan al poder. Tras tres décadas de ser el símbolo de la desilusión, decepción y desencanto, la vida política de los otrora grandes partidos se agotó, y lo único a lo que pueden aspirar es a la irrelevancia.

Lo que está en debate es la masividad del sufragio de 2024 para darle mayor legitimidad al proceso de reinvención que tiene, como emblema, haber pasado de ser el país más violento del mundo, a ser el más seguro del continente, lo cual ha implicado cambios institucionales, culturales y jurídicos para que sea la motivación social y la confianza en el grupo gobernante -no el miedo- la consejera a boca de urna después de haber sufrido un bipartidismo voraz que vetó la autonomía del sufragio. Pero ¿Cuál era la razón por la que millones de salvadoreños no creían en las elecciones, aunque participaran en ellas? ¿Cuál era el ritual venéreo que los llevaba a tomar la decisión de abstenerse, anular la papeleta o votar por zutano o mengano sabiendo que era un corrupto? ¿Qué relación tenía ese ritual macabro con el funcionamiento de la legitimidad “democrática” de gobiernos que eran antidemocráticos?

Esas preguntas son las que definen la agenda de 2023 para que el escrutinio final de 2024 le dé impulso a la reinvención del país a imagen y semejanza del pueblo, luego que en 2019 Nayib Bukele resucitara al régimen electoral con un liderazgo carismático inédito. Hablo de enfocar los esfuerzos en la transformación social que permita consolidar la nueva ola de democratización -abanderada por Nayib y que yo llamo reinvencionismo, y no progresismo- que haga del voto un acto racional de la cultura política. En ese punto, la relación paradójica entre el territorio del desarrollo socio-económico y la territorialidad del sufragio, cuestionan a las teorías clásicas de la revolución social y la democracia para que se readecuen al nuevo contexto. En las democracias sólidas, los sectores de ingresos medios son los que más votan, mientras que en nuestro país (depredado por una corrupción galopante y una violencia criminal) hoy son las comunidades pobres las que –esperando que les sigan cumpliendo las promesas, como hasta ahora- más van a acudir a las urnas, debido a que ya conocen lo que significa que lo público sea igual o mejor que lo privado. Lo anterior, en términos sociológicos, se define como “la nueva territorialidad de la participación ciudadana en las elecciones”.

Hasta 2018, el sufragio no había sido una práctica masiva ni diáfana, sino una práctica perversa sodomizada por una propaganda llena de promesas que la gente ya sabía que no iban a cumplir. Sin embargo, las elecciones de 2019 y 2021 -de las que 2024 será un paso más- han roto esa perversión, y lo que queda es rastrear las formas de la nueva política en sus aristas históricas, geográficas, antropológicas, políticas, sociológicas, económicas y culturales. La sociología política plantea una gran variedad de formas de comportamiento electoral fundadas en factores identitarios que contienen aspectos de tipo territorial, racional, individual, colectivo y del imaginario, y es la conjunción de esos factores la que hará del comportamiento electoral un hecho estructural, y no un accidente coyuntural. El desafío político-teórico consiste en fundir distintos enfoques para construir una sociología de la reinvención -con lo electoral como arma-, y para resolver del todo las viejas paradojas políticas de: participación masiva y representación selectiva; exclusión masiva e inclusión escogida; falsa institucionalidad y legitimidad democrática; lógica política honesta y corrupción como gendarme de la gobernabilidad de los maletines negros.

Y es que las elecciones -en su intencionalidad- deben estar en función de votar para elegir funcionarios y de ser elegidos por ellos -ya estando en el cargo- en la ejecución de las políticas públicas. Como lo sugiere la sociología de la nostalgia -que tiene que ver con las ausencias y presencias históricas- no hay que hacer de las elecciones un simple ritual, sino la reafirmación del proceso político de la transición (el territorio-limbo entre la vieja sociedad que se niega a morir y la nueva que se tarda en nacer) en el que los cambios se convertirán en transformaciones sociales.

Es paradigmático que, en lugar de cambiar la lógica política a través de las elecciones, los viejos partidos se hallan dedicado a construir un Estado de la impunidad, muy poderoso, bajo la autoridad de líderes inicuos que, bajo la sombra de aquellos, sometieron a su antojo y de forma ascendente a toda la sociedad, para hacer de la corrupción la dictadura perfecta (que ellos llaman “democracia perfecta”), pervirtiendo a todos los poderes del Estado. Se fue produciendo, así, un largo y tortuoso proceso de descomposición del ideal revolucionario que fue abanderado por los movimientos sociales y grupos guerrilleros de los años 70s y 80s del siglo XX, hasta que la política se pluralizara, formalmente, a partir de los años 90s que vieron nacer a unos acuerdos de paz que en realidad fueron un pacto de corruptos. Se necesitaron veintisiete años más para que esa transición desembocara en una rebelión electoral que volvería a poner en el diccionario popular la palabra: utopía social.

En este contexto surge un nuevo tipo de elecciones en las que las redes sociales, y múltiples matices ciudadanos, toman la palabra con la consigna de frenar la criminalidad y corrupción. 2019 fue el año en el que el país entró al siglo XXI transformando el significado del voto; transitando de una movilización pasiva y sumisa de las personas, a una participación ciudadana real más crítica, autónoma y exigente. Pero ninguna cultura política democrática, ni ninguna rebelión, surgen súbitamente del vacío por generación espontánea, sino que, en nuestro caso, fue un lento proceso de acumulación de fuerzas en silencio que inició en 1994 cuando el recién incorporado FMLN dio señas de que no era lo que había sido o dicho ser. Para entender su lógica más íntima de formación y transformación, hay que poner en un mapa las variadas dimensiones del sufragio -de las que lo jurídico es la parte menos importante- para que los ideales de los individuos sean los mismos que los del país.

Con base en lo anterior, el voto en 2024 será -según lo vaticinan todas encuestas internas y externas- un acto político masivo de racionalidad y radicalidad democrática que tendrá los pies en la tierra y la mirada en el cielo, es decir en un futuro prometedor que deje atrás los años que vivimos en peligro.

¡Hola! Nos gustaría seguirle informando

Regístrese para recibir lo último en noticias, a través de su correo electrónico.

Puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento.

René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

También te puede interesar

Últimas noticias