viernes, 3 mayo 2024
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Escribir en Word

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"Cuando surgieron los primeros procesadores de texto me resistía a dejar la máquina por la computadora": Gabriel Otero.

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Por Gabriel Otero.

La señorita Chon fue mi maestra de mecanografía en tercero de secundaria, con ella adquirí la habilidad de utilizar los diez dedos de las manos sin ver el teclado. Recibí tres cursos intensivos y aprendí en un año. Nos ponía unos baberos negros que cubrían las letras y nos dejaba planas para soltar los dedos como si fueran independientes, llegué a copiar textos con un margen mínimo de error y desarrollé todas las destrezas del manejo de la máquina de escribir.

Mi padre me regaló una Smith-Corona Classic color beige modelo mil novecientos ochenta para hacer las tareas, era una chulada, sus teclas tenían un tensor con tres niveles de fuerza y el carro corría fluido hasta escucharse el timbre que señalaba el fin de la página. Esa máquina me acompañó durante mi vida estudiantil hasta arruinarse y quedar arrumbada en una de tantas mudanzas antes de retornar a El Salvador.

Mi madre me obsequió una Olivetti antigua color verde claro, ahí escribí mis primeras crónicas profesionales y pasé en limpio mis primeros dos poemarios: “Remanso de las piedras” y “Entre el aire y tu piel”  además de otros libros redactados como ghostwriter,  la máquina tenía para mí una connotación romántica del oficio, tan era así que le encargué a Sandra Cruz, amiga diseñadora, un imagotipo con un máquina de escribir vista de lado para utilizarlo en el Suplemento Cultural Tres Mil, mismo que se publicó durante años.

Cuando surgieron los primeros procesadores de texto me resistía a dejar la máquina por la computadora, fue avasalladora la revolución tecnológica y al fin cedí con la añoranza en la sien y escribí la primera versión de “Sueños de Caín frente al espejo” en Word Perfect, esta maravilla permitía editar, contar caracteres y palabras, y borrar sin recato líneas y párrafos enteros. 

Fue claro que la computadora tenía notables ventajas sobre la máquina de escribir, y por unos años Word Perfect reinó sin competencia hasta que surgió la paquetería de Office en Windows y entre ellos Word. A partir de ahí, no he redactado en otros programas.

Aunque nunca he abandonado los cuadernos para escribir versos, en una caligrafía que nada más mi hijo Gabriel entiende, usar Word implica la erogación mensual de nueve dólares, es una herramienta poderosa que tiene algunos caprichos de programación en sus diferentes versiones.

A veces soy presa de cierta nostalgia cuando veo alguna máquina de escribir y recuerdo el esfuerzo de teclear y evitar el uso del blanquísimo corrector líquido que hacía evidentes los errores. Esto solo lo entenderá alguien de mi generación que se haya quedado escribiendo noches en vela y desperdiciado decenas, acaso cientos de hojas para entregar limpio un trabajo. 

Practicidad aparte, prefiero escribir en Word.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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