Cuando se hace frente a graves problemas de pago, un país tiene cinco maniobras básicas a su disposición. Puede, en primer lugar, utilizar los fondos de reservas monetarias y de riqueza que acumuló durante mejores épocas y, en segundo lugar, puede contraer préstamos externos para cumplir con los pagos que vencen en el corto plazo. En tercer lugar, puede aplicar de forma simultánea o, posteriormente, medidas de austeridad nacional (tales como elevar los impuestos o recortar los gastos) que liberan recursos, mismos que, a su vez, se usan para pagar las deudas.
En cuarto lugar, un país carente de dinero en efectivo también puede poner en práctica estrategias para estimular el crecimiento económico, generando de esta forma ingresos adicionales, que posteriormente se pueden utilizar para realizar parte de los pagos. Y, en caso de que nada de esto funcione, puede intentar una quinta alternativa: permitir que las fuerzas del mercado implementen la mayor parte del ajuste, ya sea a través de grandes movimientos en los precios (incluyendo en la tasa de cambio de divisas) o forzando una moratoria.
La mayoría de los economistas están de acuerdo en cuál es la mezcla ideal y cuál es la secuencia ideal de tales maniobras. Ellos denominan a dicha maniobra “el desapalancamiento bello”, mismo que implica una combinación de reformas internas, financiación y uso juicioso del mecanismo de fijación de precios de mercado.
Sin embargo, se ha demostrado que lo que luce bien en teoría es difícil de aplicar en la práctica. Para empezar, la probabilidad que los políticos continúen aumentando la dependencia de sus países en la financiación, misma que a su vez acrecienta el riesgo de desordenados ajustes de mercado, es mayor en comparación a la probabilidad de que dichos políticos implementen difíciles reformas estructurales y ajustes fiscales. Por esta razón, muchos países han tenido que atravesar por dolorosas turbulencias que agravaron caídas de la producción que probablemente fueron evitables, causaron que el desempleo se eleve rápidamente; y, en el peor de los casos, erosionaron el crecimiento potencial.
No obstante, sea cual fuese el caso, cuando un país ya está excesiva y profundamente endeudado, puede que se dé cuenta que ninguna cantidad realista de ajuste y financiación le es suficiente ““ este es el maleficio que los economistas denominan como “la maldición de las deudas pendientes”. Bajo estas circunstancias, apoyarse en la austeridad para liberar recursos internos con el propósito de pagar las deudas ahoga el crecimiento económico. Y, las reformas en la oferta para favorecer el crecimiento no pueden arrojar resultados que sean lo suficientemente rápidos como para compensar dicho impacto.
Los acreedores externos, por su parte, se resisten a la idea de proporcionar la financiación que el país necesita para volver a encaminarse, y a menudo, aquellos que proporcionaron financiación anteriormente no están dispuestos a aceptar pérdidas. Esto deja sólo una opción real: un desordenado ajuste a través del mercado.
Debido a que tal ajuste no es mucho más atractivo para los acreedores que para los deudores, ambas partes se involucran en rondas de negociaciones consumidoras de tiempo que “prorrogan y fingen”, con la esperanza de que emergerá alguna solución mágica. Por supuesto que esto no ocurre. Por el contrario, durante el tiempo que se pierde, la deuda crece haciéndose más pesada, no sólo debilitando las perspectivas a corto plazo del deudor, sino también desalentando la afluencia de nuevos capitales e inversiones de importancia crítica para el crecimiento futuro.
Esta es, en pocas palabras, la historia de Grecia. Al evitar una acción decisiva para hacer frente a las deudas pendientes, el país y sus acreedores han contribuido a una situación que es decepcionante para todo el mundo. Los socios europeos de Grecia no tienen nada de fondo que mostrar como prueba de los miles de millones de euros que han prestado al país. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, que han estado de acuerdo con el abordaje de prorrogar y fingir, han puesto en riesgo su credibilidad.
Sin embargo, los grandes perdedores han sido los ciudadanos griegos, quienes tuvieron que atravesar por el sufrimiento infligido por uno de los programas de austeridad más severos de la historia, y a pesar de todo, ellos aún no pueden ver la luz al final del túnel. De hecho, hoy en día, el ratio deuda-a-PIB de Grecia es considerablemente mayor al que había en el momento en que se iniciaron los esfuerzos de austeridad. Además, el desempleo de los jóvenes y el desempleo de largo plazo se han mantenido en niveles extremadamente altos durante períodos de tiempo alarmantemente largos.
Los pésimos resultados de crecimiento de Grecia en los últimos ocho años contrastan fuertemente con el desempeño de crecimiento de otros miembros de la eurozona que enfrentaron a presiones agobiantes de pago. Al no haber caído tan duro como Grecia, Irlanda y Portugal se han recuperado y ahora tienen un crecimiento positivo. Incluso Chipre ha obtenido mejores resultados, evitando el colapso económico y recuperando el crecimiento en los últimos dos años, mientras que Grecia volvió a caer en recesión.
El desempeño de la economía griega también luce débil en comparación con el de Islandia, un país que, al carecer del apoyo externo que Grecia recibió, aguantó un perverso ajuste de mercado. A pesar de que se enfrentó a una contracción de la economía muy similar a la contracción griega durante un par de años, el crecimiento se ha recuperado de manera sólida, y ahora supera con creces al crecimiento de Grecia.
De manera simultánea a que Grecia y sus acreedores (ahora principalmente prestamistas soberanos e instituciones multilaterales) deliberen acerca de cómo abordar la inminente crisis de liquidez del país, ellos deben reconocer estas diferencias y aprender de los errores de sus abordajes en el pasado. Si ellos niegan la realidad durante un mayor periodo, mayor será el daño ““ y costará más repararlo.
Prorrogar es políticamente más fácil que llegar a soluciones integrales y duraderas. Pero, prorrogar rara vez funciona. Grecia puede superar sus problemas económicos sólo si modifica su abordaje a los mismos. En concreto, Grecia y sus acreedores deben llegar a un acuerdo sobre un programa de reducción de la deuda creíble que apoye las reformas internas necesarias para revitalizar los motores de crecimiento de Grecia y ubique sus obligaciones internas de acuerdo con sus capacidades. Este abordaje, que ya tiene el beneplácito del FMI, aumentaría considerablemente las perspectivas de crecimiento de Grecia.
Si una lógica económica clara de alguna manera no proporciona la motivación suficiente para que los socios europeos de Grecia apoyen la reducción de la deuda, sin duda el papel de vanguardia desempeñado por Grecia en la histórica crisis de los refugiados en Europa sí proporciona dicha motivación. Después de ocho largos años, este es el momento de dar a Grecia la ayuda que necesita, en la forma de una adecuada ronda de reducción de la deuda que a su vez esté orientada hacia el crecimiento.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.