martes, 16 abril 2024
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Entre el recurso del discurso y el curso de la polí­tica real de las izquierdas en el poder

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“Ay, Nicaragua, Nicaragí¼ita, la flor marchita de mi querer”

Los medios de comunicación recurren usualmente a la generalización del concepto polí­tico “derechas” e “izquierdas, cuando se trata de diferenciar las diversas corrientes y posiciones   polí­tico-económicas e ideológicas existentes en el mundo. Esta costumbre se remonta a los dí­as de la revolución francesa, en la que los diputados que estaban por los cambios polí­ticos y sociales se posicionaron arbitrariamente a la izquierda  del presidente de la Asamblea Legislativa y los que querí­an mantener el statu quo se ubicaron a la derecha.  Al centro se sentaron todas aquellas fuerzas polí­ticas que no tení­an un proyecto o agenda polí­tica propia.  Debido a esta reducción de conceptos, no es extraño, pues, encontrar en el saco de “izquierdistas” a partidos polí­ticos con programas de gobierno esencialmente de “derechas”, es decir, con agendas polí­tico-económicas que contribuyen al mantenimiento y a la consolidación del modo económico capitalista globalizado.

La retórica revolucionaria es tan elástica como una goma de mascar y con ella se puede insuflar burbujas de fantasí­as y hacer pompas del quehacer polí­tico. Pero no siempre coincide la teorí­a revolucionaria con la práctica de la polí­tica real, porque, entre el recurso del discurso y el curso de la polí­tica real de las izquierdas en el poder, casi siempre encontramos un desfase, una incoherencia y en algunos casos, hasta contradicciones antagónicas.

 ¿Cuál es la vara entonces, en el sentido marxista, con que se deberí­a medir el verdadero “izquierdismo” de las “izquierdas” a nivel global y, en particular, en Latinoamérica?

En primer lugar, el contenido del programa de gobierno y el carácter social (popular o antipopular) de la distribución de la riqueza del paí­s y de los recursos que el aparato económico produce anualmente. Es decir, cuáles son los beneficios reales y concretos que recibe la gran mayorí­a de la clase trabajadora. En segundo lugar, cuáles son los poderes fácticos que están representados en la supraestructura e infraestructura del Estado, es decir, cuál es la clase dominante en la sociedad.

Analizadas, así­ las cosas, se llega irremediablemente a la conclusión que en el conjunto de paí­ses latinoamericanos denominados “izquierdistas”, el único estado y gobierno realmente de izquierdas es el de la República de Cuba. Pero esa harina o azúcar, es de otro costal.

En los últimos cuatro meses he leí­do muchos artí­culos acerca de la situación actual en Nicaragua y he escuchado muchas opiniones relacionadas con la crisis polí­tica que viven los nicaragí¼enses.  También me ha tocado leer la serenata de “puteadas” que fieles furibundos orteguistas han lanzado contra aquellos “traidores”, “vende patrias” y “renegados” que han osado criticar a San Daniel y a Santa Chayo, es decir al binomio Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Sin embargo, hay dos artí­culos que me han llamado mucho la atención en los últimos dí­as. Primero por ser sus autores, dos conocidos escritores latinoamericanos de renombre en el ámbito de la izquierda latinoamericana y, en segundo lugar, por la forma en que ambos intentan a toda costa, revivir o mantener vivos, consciente o inconscientemente, a dos cadáveres históricos: El FSLN y la Revolución Sandinista.

Me refiero al chileno Manuel Cabieses Donoso, director de la revista Punto Final, quien fuera   secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) tras la muerte de Miguel Enrí­quez, el 5 de octubre de 1974 en Santiago de Chile y al argentino Atilio Borón, doctor en ciencias polí­ticas y catedrático de la Universidad de Buenos Aires.

“No quiero que mi voz se confunda con los rugidos del imperio o con los ladridos de sus perritos falderos”, escribe Donoso en la introducción de su artí­culo La lección de Nicaragua, de lo cual se infiere que el autor no quiere ser catalogado de ser un “traidor” o “renegado” de la causa revolucionaria marxista, por su crí­tica al “binomio Ortega-Murillo”. 

Y sobradas razones tiene Donoso, pues todaví­a en estos dí­as del siglo XXI se sienten los sí­ntomas inhibidores de lo que yo denomino “el sí­ndrome del Décimo Congreso del partido comunista ruso marzo 1921”. En dicho congreso se aprobó la moción planteada por Lenin como una medida provisoria para salvaguardar la unidad del partido y defender así­ la revolución bolchevique.  A partir de esa fecha la formación de fracciones y, por lo tanto, la crí­tica constructiva y el debate polí­tico-ideológico al interior del partido y en la sociedad quedaron prohibidos.  Stalin se basó en esta resolución, después de la muerte de Lenin, para reprimir todo tipo de oposición contra la lí­nea del partido, es decir, su propia visión de la revolución y de la lucha ideológica.  Para Stalin, las cosas eran en blanco o en negro. O se está con la lí­nea del partido o se está en contra. No habí­a espacio para ningún matiz.

Por eso, durante muchos años del siglo pasado, cualquier crí­tica que se hiciera a los gobiernos socialistas o a sus respectivos partidos y dirigentes, despertaba una ola de resquemores en la ortodoxia militante y dogmática, y en muchos casos, hasta dudas acerca de la “lealtad” revolucionaria del escritor o del militante disidente. Por eso encuentro valiente la actitud de Donoso al presagiar el derrumbe del gobierno sandinista, y además por señalar, sin pelos en la lengua, que ese es “el destino que la historia reserva a los revolucionarios que traicionan sus principios”.

El Binomio Ortega/Murillo me hace recordar a la pareja Robert Mugabe y Grace Mugabe. Más allá de las diferencias, sobre todo las étnicas, hay muchas similitudes en el quehacer polí­tico y en el estilo de gobernar de este cuadrinomio de polí­ticos ávidos de poder.

Atilio Borón, por su parte, en su artí­culo Nicaragua, la revolución y la niña en el bote, parte del supuesto que Daniel Ortega es el protector o vigilante de la revolución sandinista. ¿A qué revolución se refiere Borón? La “niña” que adoptó Daniel Ortega en las elecciones presidenciales 2006, ya en aquel entonces no era la “niña linda que nació en León”, sino una vieja arrugada e infectada de neoliberalismo hasta la médula.

¿Cómo salvar a la niña?, se pregunta Atilio Borón. ¿Botando el timonel (Ortega y Murillo) al Gran Lago de Nicaragua y dejando que se hunda el bote (el estado y el gobierno que lo administra) para que se los coman los tiburones?  Esa “niña” que nació de la sangre derramada contra la dictadura de Anastasio Somoza en julio 1979, fue descuartizada por el tiburón imperialista vigilante del Gran Caribe durante la contrarrevolución de los años ochenta del siglo pasado.

En el artí­culo de Atilio Borón, él sugiere de manera sibilina la polí­tica “del mal menor”. Es mejor que Daniel continue en el timón del barco ““argumenta el académico argentino ““ puesto que no se sabe, sí­ lo que vendrá será peor para los nicaragí¼enses. Después de la derrota electoral de los 90, se sucedieron en la presidencia de la República Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, tres gobiernos derechistas y, la verdad es que no sé cuál fue la diferencia cualitativa entre la situación actual que se vive en Nicaragua y la que se vivió en esos años de gobiernos de derechas. No lo sé. Atilio Borón, recomienda, además, sí­ no serí­a más productivo que toda la flota de botes en esa zona del Caribe y Centroamérica se apresten a ayudar al desastrado (yo dirí­a más bien desastroso) timonel Ortega para que corrija el azimut “revolucionario”. ¿La fragata salvadoreña Farabundo Martí­? ¿El barco petrolero de Maduro?  ¿Quién, podrí­a lograr entonces que Daniel de un giro de 180 grados?

La metáfora utilizada por Borón, para describir la situación actual en Nicaragua es un intento melancólico de revivir a la “niña revolucionaria”, la flor más linda de nuestro querer que Nicaragua fue en el siglo pasado y que muchos apoyamos y defendimos, pero que se marchitó y dejó de existir hace ya mucho tiempo atrás.  Si de metáforas se tratará para describir lo que en Nicaragua está ocurriendo o, mejor dicho, lo que le sucede a Daniel, pienso que el cuento de hadas del danés Hans Christian Andersen, El Rey desnudo, es más apropiado; aunque hay que decir que Daniel de pasmado no tiene ni pizca y no se ha dejado engatusar por nadie, ni siquiera por Rosario Murillo. Pero al parecer sí­, por el poder y la vanidad, porque éstos pueden deslumbrar y dejar ciego a cualquier gobernante. 

Tanto Manuel Cabieses Donoso como Atilio Borón, en sus respectivas apelaciones, parten de dos premisas falsas. Ni el actual FSLN es un partido polí­tico marxista revolucionario ni la sociedad nicaragí¼ense se encuentra inmersa en un proceso revolucionario. Tanto el FSLN histórico como la revolución sandinista ya no existen. Ya no son. Dejaron de ser lo que fueron. El FSLN, aquel que Carlos Fonseca fundó con otros compañeros en la década de los sesenta, siguiendo el ejemplo de la revolución cubana, el que derrotó a la dictadura de Tacho Somoza y el que hizo todo lo posible por derrotar a la contrarrevolución planificada y financiada por el gobierno de Ronald Reagan, no es el mismo FSLN que dirigen Daniel Ortega y Rosario Murillo. Lo único que ha quedado son las cuatro siglas y la foto del General de Hombres Libres, Augusto Cesar Sandino. Hasta el color de la bandera lo cambiaron. Lo único que le ha quedado a Daniel Ortega de su época revolucionaria es el recurso del discurso antiimperialista, pero el “bote” que timonea ya no está navegando en los rí­os de leche y miel de los que retóricamente anotara en su diario Tomás Borge en sus años de guerrillero encarcelado ni tampoco creo que el velero “Chayo Murillo” atraque en el puerto que Sandino soñó. 

Obviamente, la situación en Nicaragua es muy compleja y tiene muchos matices, como para facilitar un diagnóstico diferencial polí­tico acabado a distancia que se aproxime tendencialmente a lo que ahí­ está sucediendo. Desde afuera, lo que se ve es una “inmensa montaña verde” a la Omar Cabezas [1] y desde cerca, lo único que se ven son muchos árboles amontonados. La lucha de clases en Nicaragua se está transformado o ya se transformó en un rio revuelto, en el cual todo el mundo polí­tico quiere sacar provecho.

El devenir del proceso polí­tico-social y económico que está viviendo el pueblo nicaragí¼ense dependerá en gran medida de la correlación de fuerzas de las partes polí­ticas en contienda; pero sobre todo de la actitud de la gente, de la gran masa anónima que apoyará o le dará la espalda a Daniel y a Rosario.

En todo caso, no será ni la solidaridad ni la antipatí­a que se tenga con Daniel y Rosario en el extranjero la que determinará el futuro del paí­s hermano. Nicaragua, según parece, está diciendo no al “sandinismo” de Ortega y Murillo.

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[1] Omar Cabezas: comandante guerrillero, autor de la novela testimonio La montaña es algo más que una inmensa montaña verde.

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Roberto Herrera
Roberto Herrera
Columnista y analista de ContraPunto. Salvadoreño residente en Alemania. Ingeniero graduado en electrotecnia, terapeuta ocupacional independiente con especialidad en pediatría y neurología. Narrador y ensayista.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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