lunes, 15 abril 2024

Entre cultura e historia: ¿Condenados a repetir la muerte?

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La situación de la cultura en El Salvador continúa atrapada entre la realidad de la militancia cultural y “el deber ser” de la polí­tica cultural que no existe. Desde una perspectiva diacrónica se puede identificar que nuestro paí­s ha tenido episodios de apogeos culturales en momentos especí­ficos desde la fundación del Estado. El primero se localiza a finales del siglo XIX y principios del XX, que coincide con el modernismo rubendariano, del cual consta todaví­a patrimonio tangible simbólico, tales como edificaciones arquitectónicas, estatuas y monumentos; así­ como una significativa producción literaria conservada en libros y revistas de la época.


En el segundo momento se entrecruza el martinato y la refundación del Estado moderno, después de los hechos de 1948, periodo en el que es importante la herencia de las edificaciones arquitectónicas, el crecimiento y sofisticación del mundo urbano de San Salvador; así­ como los primeros experimentos polí­ticos en asuntos de democracia.

El tercer momento está relacionado con el desenlace del fracaso del proceso de democratización que culmina en 1979, la pujanza económica que se tradujo en inversiones estatales en infraestructura como puertos, carreteras y presas hidroeléctricas; así­ como la inversión en proyectos “interesantes” que juntaban recreación, divertimento y cultura, es el caso de la construcción de parques y balnearios públicos. Este periodo es clave también porque confluyen varias formas de imaginar el paí­s que a pesar de ser contradictorias, tení­an sentido propio. Dentro de esas las más relevantes eran la reflexión sobre el proyecto de educación pública, la creación artí­stica y la producción cultural.

El cuarto momento es el más terrible, porque en él se entrecruza la creatividad artí­stica, el compromiso polí­tico a favor de la justicia social, la sangre que produjo la represión polí­tica desde el Estado y la sangre doblemente cruel que resultó del aniquilamiento por intolerancia entre compañeros. En este momento el patrimonio tangible ya no es relevante, todo se opacó por el humo de la pólvora y la emergencia de sobrevivir.

El quinto y último momento es la posguerra que inició en 1992 con la firma del Acuerdo de Paz, el cual no sabemos cuándo terminará. En la realidad del presente solo tenemos algunos ejemplos de entusiasmo cultural y artí­stico que se entrelazan con aquel apogeo de la vida nocturna de los últimos años del siglo XX en las zonas aledañas a la Universidad de El Salvador, el boom de las casas de arte y cultura imbricadas en bares café, tabernas y bailongos a los que concurrí­an internacionales oenegeneros, desmovilizados, mujeres liberadas, gánster, truanes, artistas, poetas, escritores, estudiantes universitarios y curiosos.

Estos años turbulentos exponen de forma genuina el desenlace de la muerte temporal del siglo XX. Los proyectos polí­ticos se confrontaron desde posicionamientos ideológicos y desde enfrentamientos armados. La cultura es el alma errante que deambula entre la memoria colectiva, el recuerdo de las cicatrices personales y el olvido selectivo que las clases dominantes rancias y emergentes “suponen” hemos olvidado.

De acuerdo con lo que se constata en la vida cotidiana de nuestros dí­as, parece que pasaron cien años y no aprendimos. Casi calcamos el modelo represivo de los primeros años de gobierno de la dinastí­a de los Meléndez Quiñónez, casi calcamos el Minimum Vital de Masferrer en eso de repartir para la sobrevivencia de las mayorí­as y, casi vivimos la suerte de aquella historia contada en la novela Hombres contra la muerte.

Trascurre el año 2016, nos dirigimos hacia tres décadas que hace cien años fueron crueles. Ojalá cambiemos el futuro. Por eso me encanta el eslogan “hacia la libertad por la cultura”, porque de ese material estoy hecho.

 

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José Luis Escamilla
José Luis Escamilla
Columnista Contrapunto
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