Hay momentos en que no queda de otra: inexorablemente, debemos tomar decisiones decisivas que marcarán nuestro devenir por siempre. Y casi siempre, allá en el fondo, se escucha una “banda sonora” acompañando firmemente lo determinante de estas. A mí me tocó enfrentar un dilema de enorme envergadura personal hace 45 años, cuando debí decidir entre seguir en la Universidad de El Salvador (UES) o renunciar definitivamente a ese vínculo, tanto académica como políticamente. Opté por lo segundo; a estas alturas del partido, no me arrepiento. Había ingresado en octubre de 1973 cuando estaba ocupada militarmente desde el 19 de julio de 1972 y la regenteaba un “consejo de administración provisional”: el tristemente célebre CAPUES.
Así, rápido, comencé a desentenderme de las ciencias jurídicas que desde mi infancia ‒al observar a mi padre ejercer la profesión‒ veía como el camino para hacer valer la justicia; “inocente pobre amigo”, me debió susurrar suavemente la fealdad del “sistema de injusticia” imperante. Decidí, pues, afincar mi futuro fuera de la UES cruzando una calle: aquella que la separaba de “La Fosa”, el precario asentamiento humano insignia y protagónico en la lucha reivindicativa desplegada por la Unión de Pobladores de Tugurios (UPT), que estaba por nacer como parte del Bloque Popular Revolucionario (BPR) también en ciernes.
Este fue “presentado en sociedad” comenzando agosto de 1975, con la primera “toma” de la catedral metropolitana; casi simultáneamente, el Socorro Jurídico Cristiano (SJC) abrió sus puertas en el Externado de San José siendo su rector el ‒a casi tres décadas de su ejecución‒ añorado Segundo Montes. Las calles aledañas a ese encumbrado colegio jesuita y al Instituto Salvadoreño del Seguro Social fueron ensangrentadas, el 30 de julio de ese año, por fuerzas gubernamentales que asesinaron y desaparecieron estudiantes universitarios y pueblo que acompañaba su protesta. Antes, el 22 de junio, integrantes de la Guardia Nacional (GN) masacraron a varios campesinos en el cantón Tres Calles, San Agustín, Usulután. Así, en pocos días coincidieron represión oficial con organización social y defensa de los derechos humanos. Venían tiempos “color de hormiga”.
Esa etapa cardinal de mi existencia estuvo deleitada, cual fondo musical, por el entrañable Quinteto Tiempo interpretando la inspiradora “rola” del querido Julio Lacarra: “El rio está llamando”. Con exquisitos acordes, yo pedía a mi amor de entonces me diera su ternura ante una calma que olía “a tempestades”; se la pedía, consciente de lo largo de la lucha. El río llamaba, pero no a traición. Con tanta juventud de la época inmersa en el más terco pero noble idealismo, entonábamos el verso de Héctor Negro que cerraba ese casi “himno”: “Adelante, compañera. Salgamos a la calle, no nos entreguemos y hagamos que esto… ¡ande!”.
Lo anterior y el haber seguido los pasos de mi hermano Roberto desde 1970, me marcó. El primogénito de la familia Cuéllar Martínez, a su vez, seguía los del jesuita José María Cabello quien ‒además de ser nuestro profesor de química‒ acompañó coherentemente el surgimiento en nuestra capital de quizás la primera “zona marginal” ‒así las mentaban‒ hace casi medio siglo: “La Tutunichapa”. Por ello, “Cabellito” fue secuestrado y golpeado salvajemente también por agentes de “la benemérita” GN.
Pese a que me “coqueteaban” insistentemente para que ingresara al UR-19 ‒ ala estudiantil del BPR, cuyo nombre completo era Universitarios Revolucionarios “19 de julio”‒ nunca escuché esos llamados y fue la mejor decisión que tomé. Estuve y estoy seguro de eso. Me decanté por trabajar con la UPT en los mencionados tugurios y en otros muchos, de donde surgieron liderazgos y militancias heroicas. Hubo generosidad y entrega; también, hay que decirlo, varias historias sórdidas. Pero nunca se traicionó míseramente a quienes entregaron su vida tratando de construir una sociedad distinta, donde el respeto de los derechos humanos fuese irrestricto. No fueron pocos dirigentes del UR-19 quienes sí lo hicieron para terminar disfrutando ‒corrupta e indecentemente‒ “el buen vivir” en legislaturas, gobiernos centrales y locales, sedes diplomáticas e incluso organizaciones delictivas.
Tenía razón Roque. “Como la cosa estaba agarrando color de hormiga ‒escribió‒ los ricos desempolvaron la mejor de las armas contra el ultraizquierdismo o sea las elecciones; las elecciones para coexistir en las urnas donde todos los salvadoreños fueran iguales o sea donde todos fueran igualmente engañados con música de fondo de democracia y paz”. También al subrayar que “hubo ultraizquierdistas que comprendieron a tiempo las ventajas de coexistir mediante contundentes argumentos escriturados en cheques, embajadas, ministerios, premios de la lotería, becas, casas en la colonia Centroamérica, mujeres, guaro…”
PD: El 20 de junio de 1980 hubo otra intervención militar en la UES, que incluyó también a “La Fosa”. El saldo fatal fue de más de 30 personas asesinadas, alrededor de 25 heridas y dos centenas de capturas.