Por Rafael Lara-Martínez
Cuatro ensayos sobre Jaraguá
Obertura — Orfandad e Historia — Violencia de género y Migración —
Memoria y Olvido — Masculinismo
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Epílogo anunciado
Testimonio de (pos)guerra: “Hacerse hombre” en la violencia y en la censura
En las copas de los morros…las hojas espejeaban…los besos del Sol…diseño del Responso que guiaba su huida migratoria…
Obertura
Hoy entablo la tarea de clasificar mi biblioteca. Realmente es un desorden, entre la oficina y el cuarto. Las fotocopias y los libros se acumulan en los estantes sin un puesto fijo. Luego la búsqueda se vuelve más confusa. Hace años leí un libro y quedó arrumbado entre las reseñas que comentan su valor y múltiples objetos disperso, sin arreglo preciso. Tazas, vaso, audífonos, portaminas, desatornillador, gotas para los ojos y libros catalogados en libreras distintas. Arbitraria, quizás, esa nueva asociación me dicta la metodología para escribir estos ensayos.
En verdad, mientras el orden alfabético traiciona la temática de los textos, la organización por tópicos ofrece una nueva arbitrariedad cultural. Al sacar el libro “Jaraguá” (1950) de Napoleón Rodríguez Ruiz (1910-1987) del montón que lo oculta, me doy cuenta de que, a su lado, está uno sobre teoría género, otro sobre migración debida a la guerra civil salvadoreña (1980-1992), memoria histórica. Acaso su colocación responde a una simple casualidad sin sentido, pensé. Pero, luego de volver a ojearlo, en los márgenes advierto asociaciones directas que había olvidado. A manera de improvisaciones jazzísticas —sin la cronología lineal impuesta por la convención—descubro vínculos estrechos entre esos temas actuales y el presunto rezago regional de novela. Al orden alfabético que liga contenidos disímiles, el fichero bibliográfico impone clases aleatorias. Ficción y no ficción —local y universal— establecen separaciones tajantes como si el ropaje ocultara la acción de los personajes y de los hechos. Fronteras rígidas clasifican un relato de regionalista por el lugar donde suceden los hechos y por el uso recurrente del lenguaje coloquial. Se presupone que su trama en absoluto refleja los problemas actuales. Violencia, feminicidio, migración, olvido, epidemia se consideran rebasados por la (pos)modernidad, el compromiso político del activismo y por el progreso que, rara vez, busca asentar su visión del mundo en conceptos marginales y pretéritos.
Sin embargo, esta razón es un simple capricho por olvidar la larga dimensión de problemas sociales claves. De la acumulación de tierras por los hacendados —la pobreza de los colonos sin beneficios sociales— la historiografía suele concentrar su investigación en los conflictos sociopolíticos. A esta arista la lingüística añade el estudio de las estructuras fonológica, morfológica y sintáctica que caracterizaban el idioma regional de la Barra de Santiago —Departamento de Ahuachapán — donde ocurre el relato de la novela. En ambos casos, las ciencias sociales omiten analizar otros ángulos que rebasen su área de estudio tradicional. Por esta razón obligada, mientras la ciencia del lenguaje reduce su trabajo a estructuras formales sin un sentido discursivo, la historiografía económica anula toda referencia al cuerpo humano vivo. Si la lingüística confiesa la dificultad de relacionar sus estructuras formales a lo Real, el análisis sociopolítico declara que el cuerpo humano en su deseo y afectos escapa a la razón.
Este reduccionismo acorrala aún más la experiencia local, a la cual se le niega anticipar los asuntos sociales del presente global. Pero, más allá de los sonidos, el léxico y la estilística, la novela anuncia que “no hay nada nuevo bajo el sol”, salvo el orgullo tecnológico. Esta vanidad cree aún que los márgenes rurales desconocen su experiencia. En este des-encubrimiento se asienta la originalidad de estos ensayos que, bajo el título de “el pasado regional en el presente global”, rastrean la unión de los contrarios, en el espacio y en el tiempo. Obviamente, a este doble eje espaciotemporal se agrega la presencia de un sujeto testimonial que la novela desdobla en madre, La Loncha e hijo, Jaraguá.
En el principio subjetivo de los hechos, Rodríguez Ruiz prevé la canonización de la novela testimonial. La historia responde a una experiencia vivida y narrada. Como universal del zoon logos ejon —animal dotado de lenguaje— el testimonio no define a una generación revolucionaria de Centro América en la década de los ochenta. En cambio, sin un formato único de novela, la experiencia personal del autor —la observación participante que exige la antropología— la vierte en el clásico costumbrismo de la época. El estilo no cambia. el contenido del hecho testimonial que depone vivencias en lengua. Al restringir ese derecho se impone un nuevo monopolio —ya no de las mercancías —sino de la potestad elemental del ser humano al habla. Sin el formato testimonial de la denuncia, Rodríguez Ruiz predice que la novela regionalista de El Salvador y de Latinoamérica posee esa misma consciencia de transcribir vivencias históricas de opresión. Ese relato no refiere una guerra de liberación ni una lucha armada contra un ejército despiadado. En cambio, narra la vida cotidiana de esa madre e hijo la cual, de antemano, actualiza la realidad política de nuestros días.
Al concederle una mayor relevancia a los actos que al ropaje, el pretérito revocado adquiere una presencia palpitante. En desafío a la lingüística formal, la acción humana obliga a reconocer la primacía del discurso sobre las estructuras menores, el contenido social sobre la configuración gramatical. Igualmente, desplaza el núcleo único de la historia económica que indaga la hacienda como unidad de producción —sin reproducción— hacia los cuerpos humanos, palpitantes de deseo también. En este des-en-cubrimiento—discursivo y corporal— el pasado no pasa, sino le abre las puertas de la antesala de la actualidad más cruda. Esta certeza del discurso y del cuerpo despliega los cuatro puntos cardinales de este folleto.
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Desde el inicio, los ensayos exponen la violencia doméstica contra la mujer como causante directa del proceso migratorio. Faz oscura del feminismo, la masculinidad asienta su poder en la fuerza bruta. A esta fuga femenina se suma la orfandad infantil que, en su éxodo, acarrea las cicatrices indelebles de esa violencia social. Su piel se halla tatuada al nacer. Esta problemática que afecta al triángulo norte de Centroamérica, la novela la deriva de la falta de decisión de la mujer por elegir a su pareja. Sometida a la urgencia del deseo masculino, debe doblegarse o huir en el embarazo —en la molestia y en la preñez, según el doble sentido de la noción en castellano.
Hay pérdida del amor y gestación. Así se refrenda el vocabulario institucional del castellano que alía la ausencia del padre con la distancia de la patria y el eclipse de todo patrimonio. Para subsistir en el exilio, la mujer reclama el anonimato y la falta de arraigo en el pasado. La historia la inventa ese desplazamiento forzado para desembarazarse de la opresión viril y dar a luz en la soledad migratoria. La fuga sella el destino de una nueva nación escindida entre la patria ausente y la matria presente. Tal vez este doble pórtico resume el ideario actual que aúna el intenso interés por rescatar la lengua materna, a la par de una diáspora creciente. Sólo la extrema dispersión visualiza sus raíces denegadas y recolecta la cosecha lejana.
En unión de los opuestos complementarios, la búsqueda vital de los orígenes la acompaña la expulsión de amplios sectores poblacionales. Ambos polos forjan el doble sentido de la identidad: raíces profundas y dispersión de los frutos. Esta dinámica de los contrarios se une en solidaridad creciente que realza la metáfora vegetal que la describe. Engendra un bejuco a enredadera que se extiende hacia todos los rumbos del horizonte. Sea la semilla del morro desperdigada en retoño como llovizna, sea la hierba africana (hyparrhenia rufa) que titula el libro, la idea central permanece constante. Hay que brotar pese a la adversidad y a la infertilidad del terreno.
La alegoría suprema visualiza en la inmigración el rebrote del pasto que —huérfano— se propaga por doquier al negociar retenciones y deshechos. Le interesa inventar un presente sin importarle el lugar. La vitalidad la obtiene de adaptarse —entre hostilidad y hospitalidad— a valorar un nuevo entorno como terruño propio. Su valor personal consiste en reverdecer desde el balcón abierto bajo un panorama dispar. Duda si las nubes expanden sombras que. sugieren el olvido —lágrimas de rocío por el rechazo de los suyos— o primeras lluvias de mayo en anuncio de la siembra. No lo sabe ya que pervive en la certeza del amanecer y del atardecer que vuelca lo oscuro en luz y lo radiante en tinieblas. Desconfía también que el Sol ilumine el recuerdo o, en cambio, reseque la tierra fértil a la cosecha.
Al crecer bajo ese complejo sistema de valores —orfandad, violencia de género, migración, patria hostil, arraigo ajeno, memoria en tormento, olvido halagador, epidemías constantes...— el pasado perdura en el presente. Lo local rige lo universal; la región globaliza su problemática social que ni la técnica más avanzada la resuelve. Esos dilemas aún se aplican a las ciencias sociales, cuya arrogancia no puede superar esos antiguos problemas vinculados a la violencia social. No hay nostalgia, excepto para quienes pretenden restaurar un régimen autoritario en la política y en el pensamiento. En El Salvador, la prueba de ese proyecto desarticulado—ingenuidad crédula en un "hecho social total"— la rebate el ámbito político que trasciende el control de las ciencias sociales. Desde el 28 de febrero al 1 de mayo de 2021, la política contradice toda oposición científica y su pretensión de gobernar la decisión por sus programas racionales. En el proyecto literario de la novela, el afecto, el deseo y la pulsión inconsciente guían la historia —no en el objetivo lineal de un "paper"— sino de manera aleatoria y caótica que la inteligencia expulsa de su campo de estudio y de su formato de presentación. Debido a esta contradicción repudiada —agenda académica versus voluntad política— los cuatro ensayos no aceptan la idea de una visión totalizadora, acaso melancolía dictatorial. Por el contrario, son sólo atisbos, chispas de jazz improvisando que recolectan unos cuantos ejes del problema insoluble hasta ahora.
Ante al con-fusión de los datos y el formato, no sólo el "diálogo" platónico se concibe como interpretación caduca del pasado. A la vez, en reflejo condicionado, el presente aplica la temática central de la novela a manera de metáfora. Mientras el "homo academicus" se disputa entre sí el monopolio de la razón y de la verdad, la imagen de lo femenino huye despavorida del orgullo de acapararla, en un combate sin debate. En la fuga migratoria, la nación no se somete al designio lógico del saber objetivo que ignora el sentimiento y la diferencia. Según lo consigna el epílogo, la permanencia de la masculinidad deambula aún en los universos racionales que censuran el contra-libro den oposición a su "voluntad de poder". (*) Professor Emeritus, New Mexico Tech [email protected] Desde Comala siempre…