viernes, 26 abril 2024
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El ogro y los sapos

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Analizar políticamente a Nayib Bukele entraña el riesgo de quedar atrapado en el personaje. Unas cuantas definiciones irónicas por aquí, sumadas a ciertas nociones del constitucionalismo liberal por allá, serían alfileres suficientes para clavarlo en la mesa del análisis entomológico. En días recientes, a raíz de la ocupación militar de la asamblea legislativa, hemos visto circular por la red y por la prensa digital muchos ejemplos de este tipo de análisis.

Al personaje sin embargo, más allá de que encaje en la clásica definición del caudillo decimonónico, hay que devolverlo a la pieza teatral a la cual pertenece y esta pieza se debe a la crisis en la cual vive la democracia que se gestó en la posguerra salvadoreña. Bukele es una criatura surgida del profundo descrédito de Arena y el FMLN.

Durante la posguerra, Arena y el Frente negociaron la instrumentalización de los otros poderes del Estado. Fue así como la Corte de cuentas y el Poder Judicial se abstuvieron de controlar la forma en que sucesivos gobiernos metían las manos en el dinero público. Así fue como se volatilizaron millones de dólares. Flores, Saca y Funes ejemplifican cómo el lado más oscuro del poder ejecutivo ha tutelado a conveniencia, durante mucho tiempo, a los otros poderes del Estado.

En ese horizonte del descrédito de los partidos tradicionales aparece Nayib Bukele. Su victoria se alimentó del rechazo ciudadano a la vieja derecha y a la vieja izquierda. Es posible que sus ideas no sean nuevas y que hasta sean rancias, pero su aparición en la escena ha alterado ciertas reglas de juego y esto último sí es nuevo. Como ya dije, Arena y el Frente se las arreglaron durante mucho tiempo para maniatar a los otros poderes del Estado. Esta situación se rompió en las elecciones del año pasado que dieron como resultado un Ejecutivo en manos de Bukele y un Legislativo controlado por Arena. El posible conflicto entre poderes ya estaba servido desde entonces con un alto grado de probabilidad.

El principal responsable de la “ocupación militar” de la asamblea legislativa (prefiero el término “ocupación” al más alarmista de “militarización”) fue Nayib Bukele. El suyo fue un acto irracional que despertó la memoria indignada de una ciudadanía que tan malos recuerdos tiene de las dictaduras militares. El suyo fue un gesto autoritario que acabó convertido en un teatro patético. Para algunos ese gesto fue una especie de locura sin explicación, sin contexto. Yo creo que ese gesto sí tiene un contexto y que dárselo no significa justificar la acción de Bukele sino que supone situarla dentro de una pugna larvada entre el poder legislativo y el ejecutivo. Algunos niegan este conflicto de poderes porque están más interesados en retratar a un caudillo irracional enfrentado a una asamblea de diputados respetuosos de la ley y siempre bien intencionados. A la caricatura del ogro le corresponde la de los príncipes defensores de la Constitución.

A esta lírica constitucionalista se le cortocircuita la memoria y olvida que esos príncipes militan en partidos bajo sospecha, en partidos que durante años han conspirado para que no exista una verdadera división de poderes dentro del Estado salvadoreño. La presunta defensa de la constitucionalidad no está en manos de príncipes sino que de sapos. El realismo obliga a que al menos en esto nos alejemos de la lírica constitucionalista.

Podemos llorar por la democracia y la constitución, pero ni siquiera las mejores lágrimas nos salvan del hecho de que en esta intriga política se han evaporado los héroes y los villanos. A dónde quiera que veamos las mejores ideas no cuentan con las mejores manos, la mayoría de manos están pringadas de mierda. O sea que lo nuestro es la mucha incertidumbre y la poca esperanza. Aunque así ha sido siempre.

Bukele con su gesto se ha pegado un tiro simbólico en la sien, pero su acción autoritaria no debería hacernos olvidar que Arena y el Frente como partidos son personajes de una película de George A. Romero.

Nuevas Ideas perdió una batalla, pero no la guerra. Lo más probable es que gane las próximas elecciones para diputados. Lo ideal sería que un Ejecutivo tan imprevisible tuviese una oposición racional y fuerte en la asamblea. La mala noticia es que Arena y el Frente, capturados y atrapados por sus viejas dirigencias, han sido incapaces de refundarse y reinventarse después de su gran derrota electoral de hace un año. La otra mala noticia es que todavía se está esperando a la izquierda que vendrá.

De aquí en adelante, solo cabe rezar porque el ogro y los sapos recuperen la senda del diálogo por el bien del país y no solo por la suerte de sus partidos.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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